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Ya me he sacado del alma una pequeña espina que me molestaba: no conocer Granada. Por fin se ha cumplido mi anhelo y aunque mis manos vuelven vacías, regreso con los ojos llenos de deslumbrantes geometrías. Estaba predispuesto para esta visita pues acababa de leer “La mano de Fátima” que trata de la expulsión de los moriscos de Granada y Córdoba hace 400 años. Por eso, cada paso, cada rincón, evocaba recuerdos y al mismo tiempo me descubría algo presentido que anhelaba conocer.
La planificación de la visita fue perfecta, pues como si de un joyero se tratara, la primera tarde me contenté con ver la Alambra desde el incomparable mirador de San Nicolás. Ante mí, como el cofre del tesoro, se perfilaba la silueta de la Alhambra, mientras poco a poco la tarde caía sobre Granada. Como los niños que contemplan embelesados su golosina preferida sin atreverse a tocarla, así miraba y remiraba esos muros, esas torres impresionantes, deleitándome en el placer diferido y por tanto tiempo ansiado.
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Amaneció en Granada, pero aún no había llegado el gran día. Tenía cita en la Alhambra para el día siguiente. Por la mañana, tiempo para visitar la ciudad, el Ayuntamiento asentado en el claustro de un antiguo monasterio, la plaza Bib Rambla, La Catedral, La capilla Real, el Corral del Carbón con su magnífico patio emparrado y el rumor de tantas transacciones que albergaron sus muros, la Alcaicería, con sus intricadas callejuelas y diminutas tiendas hoy casi exclusivamente dedicadas a venderme el recuerdo de una ciudad que para mi no precisa de recordatorios. Luego, por la tarde, después de una comida a base de pescadito frito en la calle Navas, y un rato de descanso, la subida al otro barrio de Granada, el Realejo, para visitar el Carmen de los Mártires, y pasear por sus jardines, deleitándome con sus cascadas, sus fuentes, sus románticos rincones y siempre, en Granada, la imponente silueta de la Alhambra vista por su cara sur. ¿Qué mejor manera de terminar el día que viendo caer la tarde sobre la ciudad mientras tomo una cerveza sentado en la terraza del Alhambra Palace?.
Último día de estancia en Granada: quiero estar en la Alhambra desde primera hora. Mi cita con los Palacios Nazaríes es a las diez y media, pero antes quiero ver la Alcazaba, subirme a lo alto de la Torre de la Vela, recorrer los bastiones y el Jardín de los Adarves, leer en silencio los versos de Francisco A. de Icaza “Dale limosna mujer, que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada” grabados en el muro de la Torre de la Pólvora. Tengo aún tiempo para visitar el palacio de Carlo
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No enumeraré cada uno de los palacios ni el nombre de las salas que visité. Me abstraigo del bullicio multilingüe de los visitantes, de las explicaciones de los guías, de los flashes de las cámaras. Vacío mi mente. Sólo existe este momento: la minuciosa belleza de las filigranas, el detalle aparentemente escondido de una moldura, la geometría de unas columnas, la luz que se filtra a través de unas celosías. Necesito aire, me asomo a una veranda y veo casi a mis pies, blanco y verde oscuro el Albyzín con sus cipreses, sus patios y sus muros encalados. El Patio de los Leones no tiene fuente, pero ahí están sus paredes, sus finas columnas, el j
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2 comentarios:
Granada es una de mis ciudades preferidas, cualquier excusa es buena para volver... y vaya si lo he hecho, pero leyendo tu descripción he vuelto a pasearla sin trasladarme, por lo que te doy las gracias y envidio, en cierto modo, la sensación que has podido disfrutar de ser la primera vez.
Un abrazo
Una maravilla de ciudad, bella descripcion que has ido haciendo; yo soy un enamorado de Granada por sus cosas y sus gentes, su musica y sus olores, paisajes varios, historia siempre bella, "Los cuentos de la Alhambra de Irving, etc...un fuerte abarzo y si puedes quedate en Granada.
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