24 de agosto de 2010

Cabuérniga

Estamos en Cantabria, en la cuenca del río Saja. Este valle, hoy verde, rebosante de luz, moteado de pueblos fue utilizado ya en tiempo de los romanos para acercar al mar, en Portus Blendius (la actual Suances) el grano de la meseta. Siglos más tarde, serviría a los nobles castellanos de vía de escape ante la invasión musulmana y poco después, en el siglo IX, fue la ruta de los "Foramontanos", aquellos hombres que partiendo de la Malacoria de los Anales (la actual Mazcuerras) emprendieron el lento avance hacia el sur, espada al cinto y empuñando el arado, buscando los amplios horizontes de Castilla. Mitad labriegos, mitad guerreros repoblaron las calcinadas y desérticas tierras altas del Duero. Por este valle discurrió así mismo el Camino Real, utilizado en 1517 por Carlos V, que pernoctó en Los Tojos, en su regreso de Flandes.

Hoy, todo eso es historia. La subida hacia la meseta se hace por una moderna autovía a través de la cuenca del Besaya, pero quizá sea por tanta historia acumulada que el valle de Cabuérniga, y por extensión toda la zona de Saja-Nansa es una de la regiones cántabras que mejor condensan la esencia y el espíritu montañés. La abundancia de verde pasto, las brañas, los hayedos, los serbales, los bosques de robles centenarios, algunos con nombre propio como el ya derrotado "Cajigu del Cubilón" o "El Mellizu", los castaños de Terán, ellos también con nombre propio tan descriptivo como el "Cuatro patas" o "El duende", el autóctono ganado "Tudanca", los pueblos de piedra y teja, de calles empedradas, de casas blasonadas, con sus portaladas, solanas, balconadas de madera cuajadas de flores cosntituyen un paisaje único que entra en el alma por todos los sentidos y nos cautiva para siempre.

Mi recorrido del valle ha sido incompleto; eso es bueno porque he quedado con ganas de volver, de seguir descubriendo Cantabria, recorriendos a pie sus numerosos caminos y pistas perfectamente señalizadas para quienes disfrutamos haciendo senderismo. Quiero desgustar también el cocido montañés hecho de alubias, berza y el compango de cerdo.

Me adentré en el valle por Cabezón de la Sal y a los pocos kilómetros hice una primera parada en Carrejo. El Museo Regional de la Naturaleza estaba cerrrado, pero la parada mereció la pena. Las casonas con soportal y gran portalón en arco de medio punto, las balconadas de madera, la profusión de geranios y petunias fueron una invitación para seguir la excursión. En Ruente, visité la Fuentona, impresionante caudal que nace directamente bajo una peña y se convierte en el acto en caudaloso e intermitente río. El pueblo, famoso por su gastronomía, tiene además un curioso y estrechísimo puente romano de ocho arcos de medio punto, nobles casonas y un humilladero medieval.

Siguiendo la carretera, pasé por Barcenillas, Sopeña y Valle y poco después de Fresneda tomé la desviación hacia Bárcena Mayor. Pese a que tengo que dejar el coche en un parking a las afueras del pueblo, me siento agobiado por tanto visitante. Es el pueblo cántabro por excelencia, el más visitado y también según consta, el más antiguo de Cantabria. Hay que decir que todo el pueblo es un auténtico museo. Egoístamente pediría que los vecinos también dejaran sus coches en el parking a la entrada del pueblo, pero entiendo que no pueden estar supeditados a los caprichos estéticos de los visitantes. Afortunadamente pese a tanto turismo, el pueblo no está invadido por el comercio chinesco que afea a tantos pueblos. Alguna tienda vende productos de la tierra: sobaos, quesadas, orujo y licor de hierbas, madreñas, bastones de cerezo y poco más. Sobre todo no he visto esa exhibición de productos en la acera que tanto daña la estética por lo chillón de sus colores y la incongruencia de sus productos.

De Bárcena Mayor regresé a Valle para pasar a través de la Braña de Novales y el collado de Carmona al valle del río Nansa. La parada en Carmona era obligatoria por el tipismo de sus casas, por su palacio convertido en parador y porque a esa hora de la mañana había que reponer fuerzas.

Sé que el Valle del Nansa y en particular Tudanca y Puente Nansa merecen una visita más reposada. Volveré para visitar la zona con detenimiento y de paso volver a deleitarme en la incomparable gruta de estalactitas y estalagmitas de "El Soplao".

2 comentarios:

Prometeo dijo...

Que maravilla de sitio, no lo conozco y eso que estuve en Cantabria cerca de un año y medio casi permanentemente. Me lo anoto y ya te dire quizas el proximo año. Un abrazo.

José Núñez de Cela dijo...

Precioso.
Aunque no lo haya podido conocer personalmente, ya lo he podido apreciar.

gracias.