18 de junio de 2010

La culpa


“El partido se suspendió por culpa de la lluvia” oí decir a un locutor de radio esta mañana. “Yo no tengo la culpa de ser tan impulsivo” me digo a veces a mí mismo. Hoy sin embargo me pregunto ni no estaremos vaciando esta palabra de su sentido profundo a fuerza de emplearla como palabra comodín en nuestro lenguaje de todos los días.

Y no es que yo quiera confinarla en el mundo de la psiquiatría como expresión de un conflicto entre el yo y un muy exigente, autocrítico y castigador super Yo del que habla Freud. Tampoco quiero circunscribirla exclusivamente al dominio jurídico para el que la culpa nada tiene que ver con los sentimientos, ya que, contrapuesta al dolo, la culpa consiste en la omisión de aquellas diligencias que exigen la naturaleza de una obligación o dicho de manera más sencilla, la culpa se produce cuando, sin intención de dañar, se procede sin la diligencia debida y se causa un resultado dañoso y tipificado por la ley penal.

El diccionario dice que la culpa es “un sentimiento de responsabilidad o remordimiento por alguna ofensa, crimen o equivocación ya sea este real o imaginario”, pero tampoco esta definición parece explicarme esa obsesión que tenemos por la culpa.

Una definición sencilla de la culpa podría ser: “una emoción muy dolorosa de arrepentimiento en la que el sujeto considera que es responsable de acciones en las que ha dañado a otros, a sí mismo y/o ha infringido leyes de cualquier clase”.

Herederos a veces de una educación restrictiva, de códigos morales muy rígidos o de convicciones religiosas atormentadas por el pecado, con frecuencia nos sentimos atosigados por la culpa lo cual no sería del todo malo si no fuera porque generalmente el sentimiento de culpa es tanto más atosigante cuanto menos materia, razón o motivo existe para ello.

Desde los tabús totémicos de las civilizaciones primitivas, pasando por los sentimientos de trasgresión y de pecado de las religiones monoteístas, hasta los chantajes emocionales y/o educacionales de épocas más recientes, el sentimiento de culpa ha existido siempre como un método de educación, o coacción, para conseguir el sometimiento del individuo a unas normas ligadas a la conciencia moral es decir a la conciencia colectiva o ética de una cultura o de una época.

Basta echar la vista atrás para descubrir en nuestra educación numerosos ejemplos de este reforzamiento del sentimiento de culpa. Seguramente a todos nos suenan frases del tipo:¿Qué va a decir la gente? ¿No te da vergüenza…? ¡Vaya disgusto se va a llevar mamá!. Y es que en educación, se ha utilizado el sentimiento de culpa para que unos hagan lo que otros pretenden.
Por otro lado, y en parte debido a nuestra educación y a la escala de valores que hemos asumido, la culpa se convierte en el precio que debemos pagar cada vez que transgredimos una norma. En ese sentido, la culpa actúa como castigo, pero debemos administrar ese sentimiento con precaución porque si bien la culpa es en sí misma el castigo por la acción reprochable, es el mismo sujeto quien valora la acción y se convierte así en el juez que proporciona el veredicto. Debido a ello, a veces, el sentimiento de culpa se da de manera más intensa o incluso patológica en personas que se atormentan por daños ya sea de acción u de omisión de los que no son responsables y en los que no han tenido ninguna participación. Se trata muchas veces de personas que influidas por vestigios educacionales, por rigidez en su escala de valores, por inseguridad o falta de madurez se sienten responsables de los males que ocurren a su alrededor como si de ellos dependiera el poder evitarlo.

En el otro extremos existen personas que sistemáticamente inculpan a otros de todo lo negativo que sucede. Ello se debe a que no soportan la carga de su responsabilidad y dirige a los demás la culpa. Es una forma de liberación agresiva que les impide aceptar la autocrítica. Estilos de educación permisivos, falta de valores concretos, actitudes narcisistas, reiteración del “todo vale” o por el contrario una educación excesivamente crítica hacen que el individuo no sea consciente de los límites de su conducta ni de las consecuencias de sus errores.

La palabra culpa parece tener mala prensa sólo cuando se aplica a nuestros fallos por acción o por omisión. Preferimos hablar de nuestra responsabilidad. Sin embargo, sentirse culpable cuando hay un motivo real para ello no es malo. Ese sentimiento nos ayudará a disculparnos y a resarcir o reparar el posible daño causado cuando esto es posible, pero la culpa no es un fin en sí misma. La culpa, como el miedo, son sentimientos que es bueno tener, porque nos ayudan en el camino, pero no podemos instalarnos en ellos porque nos pueden paralizar, son buenas estaciones de paso pero pésimas estaciones de destino.

2 comentarios:

Prometeo dijo...

Para mi culpa viene con responsabilidad. Decides, haces y eres responsable, culpable, de tus decisiones y consecuencias...ojoal los politiquillos que tenemos pensaran ya ctuaran igual con este criterio.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

...pero si una posible definición de la culpa puede ser: “una emoción muy dolorosa de arrepentimiento en la que el sujeto considera que es responsable de acciones en las que ha dañado a otros, a sí mismo y/o ha infringido leyes de cualquier clase”, significa eso que la culpa trae consigo el arrepentimiento? están siempre relacionadas?
Opino que también es posible sentirse culpable y a la vez que no se sienta ese arrepentimiento.
Un saludo.