La Gran ola de Kanagawa
Katsushishika Hokudai
1832 Woodblock
Se trata de un grabado de madera (xilografía) producido por Katsushika Hokudai como primero de una serie de “Treinta y seis vistas del Monte Fuji” y quizá uno de los cuadros más famosos de todo el arte pictórico oriental representado tantas veces como algunos de los más famosos cuadros del Arte Occidental. Corresponde al período Edo, (Tokio) y fue publicado en torno a 1932.
El grabado describe una enorme ola cerca de la prefectura de Kanagawa. En el hueco de la ola puede verse el Monte Fuji cuya cima esta coronada de nieve. Existen varias copias de este grabado en Museos del mundo entero y en particular en el Museo Británico, en el Museo Metropolitano de Nueva York y en la casa de Claude Monet en Givenchy (Francia).
Entre las características que hacen este cuadro particularmente hermoso podemos señalar la pureza de la línea que define claramente los contornos y establece el ritmo de la composición. y la inconfundible maestría en la aplicación del color con predominio del azul de Berlin que llegó a Japón a través de China.
Llama la atención el contraste entre el movimiento de la ola que se abre como unas enormes fauces prestas a engullir las barquichuelas en las que se afanan los marinos y la imperturbable serenidad del Monte Fuji que se encoge en la distancia. Parece como si el ying representado por la violencia de la Naturaleza, fuera equilibrado con el yang del hueco de la ola, la imperturbable quietud del monte o la tranquila laboriosidad de los marineros que se afanan en tarea.
17 de febrero de 2009
15 de febrero de 2009
Woody Allen: Vicky Cristina Barcelona
VICKY CRISTINA BARCELONA
USA 2008
Dirigida por Woody Allen
Duración 96 minutos
Comedia romántica
Todos los cinéfilos hemos encasillado a Woody Allen en una especie de cliché compuesto de humor ácido, desengaño, angustia vital, sarcasmo y caracteres sumamente complejos. Películas como “Annie Hall”, “Manhattan” o “Hanna y sus hermanas” nos han acostumbrado a esperar de él películas plagadas de un humor inteligente que atacan nuestros paradigmas, nos divierten y nos cuestionan.
Parece, sin embargo, que en sus últimas películas Woody Allen se vuelve más condescendiente, pierde mordacidad, se redondean sus aristas y su ironía se vuelve más humana. Es probablemente lo que ocurre en su última película “Vicky Cristina Barcelona” y quizá por eso no acabamos de encajarla en nuestros esquemas habituales.
La película se asienta sobre el típico triángulo amoroso en el que dos amigas, de temperamento muy dispar en lo que a costumbres amorosas se refiere, viajan a España, o mejor dicho a Barcelona, y se enfrentan el típico “latin lover” o “macho ibérico” que sin ningún preámbulo, casi sin mediar palabra les propone acostarse con ambas. Pero resulta que el seductor (Javier Bardem) pintor bohemio acaba de separarse de su amor de toda la vida (Penélope Cruz) una artista temperamental y desquiciada que sigue ocupando un espacio importante en la vida del pintor. Está tan locamente enamorada de Juan Manuel que no es capaz de vivir su amor. En cuanto a nuestras dos turistas, Vicky (Rebeca Hall) es una joven cerebral que está a punto de casarse aunque no tiene tan seguro que el propuesto matrimonio la libre de una vida rutinaria y sin aliciente. En cuanto a Cristina (Scarlett Johansson) es una muchacha desinhibida dispuesta a probarlo todo sin pensar en las lágrimas del mañana . Entre escena y escena, pequeños flashes de la Barcelona de las postales pero también de Oviedo y de la campiña cercana a Avilés. Es un pequeño tributo de Woody Allen a su Príncipe de Asturias y alguna probable dotación económica de la Ciudad de Barcelona, pero no creo que esas imágenes supongan ningún desmérito para la película.
Personalmente me ha gustado la película pero antes quiero decir que me habían recomendado verla en versión original y estoy de acuerdo en que en español, probablemente se pierda gran parte del encanto de las escenas en las que más se luce Penélope Cruz. Quiero señalar también que en mi opinión, lo peor de la película es ese narrador en off que cuenta inútilmente lo que es evidente o hace comentarios que distraen la atención del espectador sin aclarar nada en particular. Por otra parte no dudo que podemos encontrar bastantes tópicos sobre España y los españoles y que ciertas situaciones son como mínimo poco creíbles. La película me ha traído reminiscencias de la ya antigua película de Truffaut “Dos inglesas y el amor” pero en general me he divertido con escenas bien rodadas, con una trama que no pierde interés en ningún momento y con una tragicomedia que explora de forma irónica y divertida las relaciones humanas y amorosas a través de personajes muy diferentes entre sí.
Parece, sin embargo, que en sus últimas películas Woody Allen se vuelve más condescendiente, pierde mordacidad, se redondean sus aristas y su ironía se vuelve más humana. Es probablemente lo que ocurre en su última película “Vicky Cristina Barcelona” y quizá por eso no acabamos de encajarla en nuestros esquemas habituales.
La película se asienta sobre el típico triángulo amoroso en el que dos amigas, de temperamento muy dispar en lo que a costumbres amorosas se refiere, viajan a España, o mejor dicho a Barcelona, y se enfrentan el típico “latin lover” o “macho ibérico” que sin ningún preámbulo, casi sin mediar palabra les propone acostarse con ambas. Pero resulta que el seductor (Javier Bardem) pintor bohemio acaba de separarse de su amor de toda la vida (Penélope Cruz) una artista temperamental y desquiciada que sigue ocupando un espacio importante en la vida del pintor. Está tan locamente enamorada de Juan Manuel que no es capaz de vivir su amor. En cuanto a nuestras dos turistas, Vicky (Rebeca Hall) es una joven cerebral que está a punto de casarse aunque no tiene tan seguro que el propuesto matrimonio la libre de una vida rutinaria y sin aliciente. En cuanto a Cristina (Scarlett Johansson) es una muchacha desinhibida dispuesta a probarlo todo sin pensar en las lágrimas del mañana . Entre escena y escena, pequeños flashes de la Barcelona de las postales pero también de Oviedo y de la campiña cercana a Avilés. Es un pequeño tributo de Woody Allen a su Príncipe de Asturias y alguna probable dotación económica de la Ciudad de Barcelona, pero no creo que esas imágenes supongan ningún desmérito para la película.
Personalmente me ha gustado la película pero antes quiero decir que me habían recomendado verla en versión original y estoy de acuerdo en que en español, probablemente se pierda gran parte del encanto de las escenas en las que más se luce Penélope Cruz. Quiero señalar también que en mi opinión, lo peor de la película es ese narrador en off que cuenta inútilmente lo que es evidente o hace comentarios que distraen la atención del espectador sin aclarar nada en particular. Por otra parte no dudo que podemos encontrar bastantes tópicos sobre España y los españoles y que ciertas situaciones son como mínimo poco creíbles. La película me ha traído reminiscencias de la ya antigua película de Truffaut “Dos inglesas y el amor” pero en general me he divertido con escenas bien rodadas, con una trama que no pierde interés en ningún momento y con una tragicomedia que explora de forma irónica y divertida las relaciones humanas y amorosas a través de personajes muy diferentes entre sí.
14 de febrero de 2009
Amar
Pero amar no es instalarse para siempre en la cima de las propias certezas. Es dudar siempre, temblar siempre. Y también permanecer vigilantes para evitar que el veneno mortal de la costumbre se insinúe y nos mate o, peor aún, nos anestesie. No creer que no queda nada por hacer sino, al contrario, seducir, seducir de nuevo.
Amar no es ganar en cada intento. Es correr riesgos, hacer apuestas inciertas, conocer el terror de perder la apuesta para saborear mejor la emoción de doblarla.
Amar no es adentrarse por caminos trazados y balizados. Es avanzar como un funámbulo por encima de precipicios y saber que hay alguien al final que dice con voz suave y tranquila: avanza, continúa avanzando, no tengas miedo, vas a llegar, estoy aquí.
Amar no es ganar en cada intento. Es correr riesgos, hacer apuestas inciertas, conocer el terror de perder la apuesta para saborear mejor la emoción de doblarla.
Amar no es adentrarse por caminos trazados y balizados. Es avanzar como un funámbulo por encima de precipicios y saber que hay alguien al final que dice con voz suave y tranquila: avanza, continúa avanzando, no tengas miedo, vas a llegar, estoy aquí.
Philippe Besson
Decierte Adiós (Alianza Literatura, 2008)
13 de febrero de 2009
Volver a enamorarse
No sé por qué motivo, a los que alcanzamos la cota 50 de nuestra regata por la vida, hablar de enamorarse, pensar en el día de San Valentín, o tener un gesto romántico nos pilla siempre un poco a desmano y nos obliga casi a disculparnos, a restarle importancia, a reírnos de nuestra propia incongruencia.
Es como si enamorarse fuera un pequeño vicio de la juventud. De alguna manera parece que estemos confesando que aquello que sentimos un día por primera vez, o lo que hemos vuelto a sentir más adelante, sin merecerlo quizá, fuera un error, un traspiés achacable a la inexperiencia o a una idea equivocada de la vida.
Nos avergüenza, crea en nosotros desasosiego y sin embargo, sabemos que fue algo maravilloso mientras existió, mientras siga existiendo, y tímidamente si lo hemos perdido deseamos recobrarlo aunque no tengamos el coraje de hablar de ello. Seguramente hay pocas cosas que nos creen tanta confusión como confesar que estamos enamorados. Esto es particularmente verdad en los hombres. Algo falla cuando no hemos aprendido a verbalizar los sentimientos y el amoroso menos que cualquiera.
En su libro “El rompecabezas de la sexualidad” el conocido filósofo José Antonio Marina define el amor como “el deseo de que otra persona sea feliz por mediación mía, y el sentimiento de plenitud y de alegría que acompaña a su cumplimiento”. Probablemente hallemos tantas definiciones diferentes del amor y del enamoramiento como autores consultemos, pero en este día, víspera de San Valentín, me gustaría quedarme con esta definición por lo que tiene de permanente y desinteresada. Cuando nos enamoramos de manera recíproca, cuando la felicidad de uno mismo está basada en ser capaz de complacer, de hacer feliz al otro, ni la edad, ni los avatares de la vida, ni los desengaños pueden destruir ese profundo sentimiento de pertenencia y dedicación.
Si, alguna vez esa reciprocidad se descompensa o desaparece, se está abriendo una puerta al desengaño. La pareja puede seguir unida por motivos o intereses variopintos, pero el enamoramiento se desvanece, y en el mejor de los casos la convivencia se convierte en un intercambio de concesiones. No es de extrañar que en la sociedad actual, en que se han multiplicado los cauces de relación personal a través de la movilidad en el trabajo, internet, y sus variadísimos foros, chats, blogs, etc., surja a veces la oportunidad de conocer a otra persona que nos parezca capaz de llenar el vacío que dejó la relación del desengaño.
Seguramente es posible entonces volver a enamorarse. El porcentaje de segundas relaciones surgidas a través de la red no hace más que multiplicarse pero a veces olvidamos que según la definición que resaltaba anteriormente, el enamoramiento tiene esa doble vertiente de sentirse feliz haciendo feliz al otro, lo cual pese al avance de las comunicaciones, y la multiplicación de las oportunidades, supondrá siempre, saber transigir, renunciar, y anteponer mutuamente los intereses del otro a los intereses propios.
Es como si enamorarse fuera un pequeño vicio de la juventud. De alguna manera parece que estemos confesando que aquello que sentimos un día por primera vez, o lo que hemos vuelto a sentir más adelante, sin merecerlo quizá, fuera un error, un traspiés achacable a la inexperiencia o a una idea equivocada de la vida.
Nos avergüenza, crea en nosotros desasosiego y sin embargo, sabemos que fue algo maravilloso mientras existió, mientras siga existiendo, y tímidamente si lo hemos perdido deseamos recobrarlo aunque no tengamos el coraje de hablar de ello. Seguramente hay pocas cosas que nos creen tanta confusión como confesar que estamos enamorados. Esto es particularmente verdad en los hombres. Algo falla cuando no hemos aprendido a verbalizar los sentimientos y el amoroso menos que cualquiera.
En su libro “El rompecabezas de la sexualidad” el conocido filósofo José Antonio Marina define el amor como “el deseo de que otra persona sea feliz por mediación mía, y el sentimiento de plenitud y de alegría que acompaña a su cumplimiento”. Probablemente hallemos tantas definiciones diferentes del amor y del enamoramiento como autores consultemos, pero en este día, víspera de San Valentín, me gustaría quedarme con esta definición por lo que tiene de permanente y desinteresada. Cuando nos enamoramos de manera recíproca, cuando la felicidad de uno mismo está basada en ser capaz de complacer, de hacer feliz al otro, ni la edad, ni los avatares de la vida, ni los desengaños pueden destruir ese profundo sentimiento de pertenencia y dedicación.
Si, alguna vez esa reciprocidad se descompensa o desaparece, se está abriendo una puerta al desengaño. La pareja puede seguir unida por motivos o intereses variopintos, pero el enamoramiento se desvanece, y en el mejor de los casos la convivencia se convierte en un intercambio de concesiones. No es de extrañar que en la sociedad actual, en que se han multiplicado los cauces de relación personal a través de la movilidad en el trabajo, internet, y sus variadísimos foros, chats, blogs, etc., surja a veces la oportunidad de conocer a otra persona que nos parezca capaz de llenar el vacío que dejó la relación del desengaño.
Seguramente es posible entonces volver a enamorarse. El porcentaje de segundas relaciones surgidas a través de la red no hace más que multiplicarse pero a veces olvidamos que según la definición que resaltaba anteriormente, el enamoramiento tiene esa doble vertiente de sentirse feliz haciendo feliz al otro, lo cual pese al avance de las comunicaciones, y la multiplicación de las oportunidades, supondrá siempre, saber transigir, renunciar, y anteponer mutuamente los intereses del otro a los intereses propios.
10 de febrero de 2009
Dionisia García: Aún
Las noches ya son largas y cede la memoria
para traer de atrás el jugoso delirio,
que fue flamante acopio de un tiempo lento y claro,
precisa referencia que al recodar nos dice
del anticipo fiel del pensamiento.
Levantarse no duele, es caer en la cuenta
de que estar y no estar ya viene a ser lo mismo.
Importan los susurros, las voces que te amaron
y acuden sin cesar en el silencio.
Todo se mueve y cesa al descender la tarde.
Le sonrío a la urgencia del ansiado crepúsculo,
y celebro el aún, mientras mis manos palpan,
me llevo a la boca, con sosiego,
el crujiente espesor de una manzana.
para traer de atrás el jugoso delirio,
que fue flamante acopio de un tiempo lento y claro,
precisa referencia que al recodar nos dice
del anticipo fiel del pensamiento.
Levantarse no duele, es caer en la cuenta
de que estar y no estar ya viene a ser lo mismo.
Importan los susurros, las voces que te amaron
y acuden sin cesar en el silencio.
Todo se mueve y cesa al descender la tarde.
Le sonrío a la urgencia del ansiado crepúsculo,
y celebro el aún, mientras mis manos palpan,
me llevo a la boca, con sosiego,
el crujiente espesor de una manzana.
El Engaño de los días (2006)
Haruki Murakami: "After Dark"
AFTER DARK
Novela
Haruki Murakami
Tusquets Editores 2008
Colección Andanzas
Edición original: 2004
Traducción del japonés de Lourdes Porta
248 páginas
Nada es sencillo en el mundo de Murakami, y su última novela publicada en España no podía ser de otra manera. Sin embargo, estamos ante un relato lineal, nocturno, en el que aparentemente no pasa nada, en el que el tic-tac del reloj va midiendo las horas y los escasos personajes que pueblan la novela esperan el final de un hechizo.
Mari es una muchacha corriente, que insomne se va a una cafetería que abren las 24 horas para pasar la noche leyendo. Entre tanto su hermana, “bella durmiente” urbana, está sumida en un profundo y misterioso sueño que la ha transportado al otro lado de la realidad.
Un narrador omnisciente, nos transporta de una escena a la otra y nos mantiene en un punto elevado, por encima de los personajes, como si viajáramos en un extraño artefacto, dotado de un potente zoom que nos acerca y nos aleja de la escena, y que nos hace traspasar todas las barreras entre lo que es y lo que soñamos, entre la realidad y el deseo, entre el sujeto y su imagen. Como a Alicia en el País de las Maravillas nos hace pasar a través del espejo, en este caso, a través de la pantalla de un televisor y constatar que detrás de la máscara de la realidad hay alguien con el que estamos conectados y sigue nuestros pasos lo mismo que el suelo que pisamos hunde sus raíces en las profundidades de la tierra.
Pero, no sólo la imagen de la bella, silenciosa, y durmiente hermana nos causa desasosiego. Meri, la lectora insomne parece sacada de un cuadro de Hopper. Sus gestos, sus movimientos se reducen al mínimo y sin embargo, como en la películas de Godard o de MichelangeIo Antonioni, tenemos la impresión de que algo tremebundo va a ocurrir.
Es una constante de Murakami, sembrar sus novelas de guiños a la cultura occidental, a la música moderna, al Jazz. El título del libro está sacada del título de la canción del trombonista Curtis Fuller “Five Spot After Dark” y el nombre del hotel de citas al que acude Meri una clara referencia a Godard y su película “Alphaville” y el restaurante en el que está leyendo, Denny’s una alusión a la vida moderna americana.
“After Dark” es sobre todo una novela urbana y nocturna, llena de un sutil realismo, que describe la soledad y el aislamiento de la vida moderna japonesa, en particular para los jóvenes desnortados y confusos que acaban de salir de la adolescencia. Murakami fue el primer traductor al japonés de “El guardián en el centeno” y encontramos alusiones en su novela. Encontramos también otra idea fundamental que es la interconexión que ofrece la vida en la ciudad, en particular en las horas de los gatos, las horas nocturnas, cuando la noche establece sus propias reglas, casi opuestas a las reglas del día. Se diría que una vez que se encienden las luces de la gran ciudad, una vez que ha partido el último tren la lógica se evapora, la razón cierra los ojos, y la vida en la tierra pierde sus límites y sus fronteras y se convierte en algo difuso, evanescente. Basta estar ahí para sentirse involucrado. A pesar de que Meri no busca el contacto con los demás, se aísla mediante la lectura, le ha bastado con estar ahí para atender primero a Takahashi, un músico extrovertido y generoso y luego a Kaoru y las muchachas del Hotel Alphaville.
Es posible que después de haber leído su incomparable “Tokio Blues” sintamos que esta novela no da la talla, que le falta un mensaje claro. En mi opinión sin embargo es una novela espléndida, cuajada de simbolismo escrita con su habitual fluidez, sus diálogos espléndidos, llevándonos del mundo de acá al mundo de los sueños, del realismo a la magia, saltando de uno a otro para hacernos desconectar, para obligarnos a salir de nuestras vidas estancas y bien ordenadas.
Novela
Haruki Murakami
Tusquets Editores 2008
Colección Andanzas
Edición original: 2004
Traducción del japonés de Lourdes Porta
248 páginas
Nada es sencillo en el mundo de Murakami, y su última novela publicada en España no podía ser de otra manera. Sin embargo, estamos ante un relato lineal, nocturno, en el que aparentemente no pasa nada, en el que el tic-tac del reloj va midiendo las horas y los escasos personajes que pueblan la novela esperan el final de un hechizo.
Mari es una muchacha corriente, que insomne se va a una cafetería que abren las 24 horas para pasar la noche leyendo. Entre tanto su hermana, “bella durmiente” urbana, está sumida en un profundo y misterioso sueño que la ha transportado al otro lado de la realidad.
Un narrador omnisciente, nos transporta de una escena a la otra y nos mantiene en un punto elevado, por encima de los personajes, como si viajáramos en un extraño artefacto, dotado de un potente zoom que nos acerca y nos aleja de la escena, y que nos hace traspasar todas las barreras entre lo que es y lo que soñamos, entre la realidad y el deseo, entre el sujeto y su imagen. Como a Alicia en el País de las Maravillas nos hace pasar a través del espejo, en este caso, a través de la pantalla de un televisor y constatar que detrás de la máscara de la realidad hay alguien con el que estamos conectados y sigue nuestros pasos lo mismo que el suelo que pisamos hunde sus raíces en las profundidades de la tierra.
Pero, no sólo la imagen de la bella, silenciosa, y durmiente hermana nos causa desasosiego. Meri, la lectora insomne parece sacada de un cuadro de Hopper. Sus gestos, sus movimientos se reducen al mínimo y sin embargo, como en la películas de Godard o de MichelangeIo Antonioni, tenemos la impresión de que algo tremebundo va a ocurrir.
Es una constante de Murakami, sembrar sus novelas de guiños a la cultura occidental, a la música moderna, al Jazz. El título del libro está sacada del título de la canción del trombonista Curtis Fuller “Five Spot After Dark” y el nombre del hotel de citas al que acude Meri una clara referencia a Godard y su película “Alphaville” y el restaurante en el que está leyendo, Denny’s una alusión a la vida moderna americana.
“After Dark” es sobre todo una novela urbana y nocturna, llena de un sutil realismo, que describe la soledad y el aislamiento de la vida moderna japonesa, en particular para los jóvenes desnortados y confusos que acaban de salir de la adolescencia. Murakami fue el primer traductor al japonés de “El guardián en el centeno” y encontramos alusiones en su novela. Encontramos también otra idea fundamental que es la interconexión que ofrece la vida en la ciudad, en particular en las horas de los gatos, las horas nocturnas, cuando la noche establece sus propias reglas, casi opuestas a las reglas del día. Se diría que una vez que se encienden las luces de la gran ciudad, una vez que ha partido el último tren la lógica se evapora, la razón cierra los ojos, y la vida en la tierra pierde sus límites y sus fronteras y se convierte en algo difuso, evanescente. Basta estar ahí para sentirse involucrado. A pesar de que Meri no busca el contacto con los demás, se aísla mediante la lectura, le ha bastado con estar ahí para atender primero a Takahashi, un músico extrovertido y generoso y luego a Kaoru y las muchachas del Hotel Alphaville.
Es posible que después de haber leído su incomparable “Tokio Blues” sintamos que esta novela no da la talla, que le falta un mensaje claro. En mi opinión sin embargo es una novela espléndida, cuajada de simbolismo escrita con su habitual fluidez, sus diálogos espléndidos, llevándonos del mundo de acá al mundo de los sueños, del realismo a la magia, saltando de uno a otro para hacernos desconectar, para obligarnos a salir de nuestras vidas estancas y bien ordenadas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)