Se trata de una foto antigua, cuarenta años son muchos años, pero la sigo conservando con cariño porque simboliza todo lo que quise aprender en Oriente: Serenidad en el presente, confianza en el futuro.
24 de octubre de 2008
23 de octubre de 2008
Fuera de Carta
FUERA DE CARTA
España 2008
Dirigida por Nacho G. Velilla
Duración 111 minutos
Comedia de costumbres
En España ya somos muy modernos y aceptamos la diversidad. Aceptamos por ejemplo que nuestros amigos salgan del armario y se confiesen abiertamente homosexuales. Ya nadie se rasga la vestiduras, ni le niega el saludo al amigo gay. Y me pregunto entonces, ¿Por qué siempre que se aborda el tema en el cine se tiende a lo caricaturesco?
Caricaturesca es la película de Nacho G. Velilla “Fuera de carta” que me ha recordado aquellas películas italianas de costumbrismo rancio de los años cincuenta y sesenta, en las que a fuerza de exagerar los rasgos de algunos personajes se llegaba casi al esperpento. Creo que si yo fuera gay me sentiría ofendido por esta película que sólo se salva gracias al humor y a la espléndida actuación de de Javier Cámara.
Efectivamente, la película tiene dosis de humor suficiente para no aburrir. Nacho Velilla ha probado sus armas en el género humorístico en las series televisivas Aida o Siete vidas, y no es de extrañar que los juegos de palabras, los chistes y la comicidad de Fernando Tejero nos hagan olvidar su no obstante irreparable vacuidad
Sin pretender acusarla de plagio alguna escena me ha recordado demasiado a la película americana “Deliciosa Martha” , como por ejemplo el fingido mal humor del chef ante el comensal ignorante y pretencioso. Como todo vale, se presta la poca atención a la verosimilitud de las escenas y situaciones. Cualquier restaurante que tenga más cocineros o ayudantes de cocina que mesas en la sala está ciertamente abocado a la ruina, pero quizá en la película sólo se pretende mostrar nuestra interculturalidad y por eso había que dar cabida a un staff multirracial …
En cuanto a los actores segundarios creo sinceramente que Lola Dueñas no está en su mejor papel, o mejor dicho que su papel no es el adecuado para ella, en cuanto al presunto crack futbolístico argentino, ni interpreta bien su papel de marica ni desde luego su modo de hablar se parece al de ningún argentino. ¿Tan difícil hubiera sido encontrar para ese papel un actor argentino de verdad y gay por añadidura?
En resumen, una película entretenida, sin pretensiones, apta para coger el sueño después de una copiosa comida.
España 2008
Dirigida por Nacho G. Velilla
Duración 111 minutos
Comedia de costumbres
En España ya somos muy modernos y aceptamos la diversidad. Aceptamos por ejemplo que nuestros amigos salgan del armario y se confiesen abiertamente homosexuales. Ya nadie se rasga la vestiduras, ni le niega el saludo al amigo gay. Y me pregunto entonces, ¿Por qué siempre que se aborda el tema en el cine se tiende a lo caricaturesco?
Caricaturesca es la película de Nacho G. Velilla “Fuera de carta” que me ha recordado aquellas películas italianas de costumbrismo rancio de los años cincuenta y sesenta, en las que a fuerza de exagerar los rasgos de algunos personajes se llegaba casi al esperpento. Creo que si yo fuera gay me sentiría ofendido por esta película que sólo se salva gracias al humor y a la espléndida actuación de de Javier Cámara.
Efectivamente, la película tiene dosis de humor suficiente para no aburrir. Nacho Velilla ha probado sus armas en el género humorístico en las series televisivas Aida o Siete vidas, y no es de extrañar que los juegos de palabras, los chistes y la comicidad de Fernando Tejero nos hagan olvidar su no obstante irreparable vacuidad
Sin pretender acusarla de plagio alguna escena me ha recordado demasiado a la película americana “Deliciosa Martha” , como por ejemplo el fingido mal humor del chef ante el comensal ignorante y pretencioso. Como todo vale, se presta la poca atención a la verosimilitud de las escenas y situaciones. Cualquier restaurante que tenga más cocineros o ayudantes de cocina que mesas en la sala está ciertamente abocado a la ruina, pero quizá en la película sólo se pretende mostrar nuestra interculturalidad y por eso había que dar cabida a un staff multirracial …
En cuanto a los actores segundarios creo sinceramente que Lola Dueñas no está en su mejor papel, o mejor dicho que su papel no es el adecuado para ella, en cuanto al presunto crack futbolístico argentino, ni interpreta bien su papel de marica ni desde luego su modo de hablar se parece al de ningún argentino. ¿Tan difícil hubiera sido encontrar para ese papel un actor argentino de verdad y gay por añadidura?
En resumen, una película entretenida, sin pretensiones, apta para coger el sueño después de una copiosa comida.
22 de octubre de 2008
"Llenos de vida" de John Fante
LLENOS DE VIDA
Novela
John Fante
Anagrama 2008
Panorama de narrativas
Título original: Full of life 1952
Traducido del inglés por Antonio-prometeo Moya
157 páginas
Algunos escritores llegan a la fama después de muertos gracias al comentario elogioso de algún escritor agradecido que en la cumbre de su reputación los menciona como inspiradores de sus obras o de su pensamiento. Fue el caso de Svevo descubierto tras su muerte por james Joyce y es el caso de John Fante mencionado por Bukowski, el padre del realismo sucio, que menciona a Fante como a uno de sus principales inspiradores.
Desde entonces los libros de Fante se han ido traduciendo y publicado en España, algunos como “Pregúntale al polvo” o “La hermandad de la uva” con notable éxito.
Acaba de publicarse en Anagrama la última novela que quedaba por traducir (a espera de que se publiquen sus cuentos) : “Llenos de vida”
Se trata de una novela concisa, casi lacónica en la que Fante deja por fin caer las máscaras, abandona sus alter ego, renuncia a esconderse tras el personaje de Bandini o de Molise y se presenta a nosotros en primera persona, como John Fante hijo del Nick Fante un albañil borrachín e iracundo originario de los Abruzzos italianos.
Relata una historia prosaica y lineal y la narración adquiere un tempo rápido, irónico y divertido lleno de los tópicos del “amercian way of life” de los años cincuenta y sesenta. Como corresponde a todo escritor americano de esa época la narración carece de matices. El autor no se detiene en las descripciones, es sobre todo una novela de acción y aunque se pierde profundidad psicológica, vemos actuar a los personajes y sus actos son valen, como suele decirse mil palabras.
Simplificando podríamos decir que como en otros libros del autor, en particular como en “La fraternidad de la uva” la novela tiene un eje dominante que es la relación padre- hijo. Una relación filial y dolorosa porque el padre, a pesar de vivir en América parece anclado en sus costumbres ancestrales y el hijo, pese a tenerlas superadas no puede despreciarlas del todo porque son las costumbres de su padre y el respeto y la obediencia al padre siguen tan fuertemente tatuadas que le vuelven inerme y casi sin voluntad frente a su brutalidad, sus caprichos o las supersticiones que pueblan su imaginación.
El embarazo de Joyce, su mujer, le da pie para hablar de algunos de los temas recurrentes de la época: el deseo de poseer una casa grande con jardín, el catolicismo en auge en la América del Cardenal Spellman, el progreso industrial y los viñedos de California y en general una América, tierra de leche y miel para los inmigrantes italianos e irlandeses dispuestos a labrarse un provenir trabajando de sol a sombra para conquistar el sueño americano.
Novela
John Fante
Anagrama 2008
Panorama de narrativas
Título original: Full of life 1952
Traducido del inglés por Antonio-prometeo Moya
157 páginas
Algunos escritores llegan a la fama después de muertos gracias al comentario elogioso de algún escritor agradecido que en la cumbre de su reputación los menciona como inspiradores de sus obras o de su pensamiento. Fue el caso de Svevo descubierto tras su muerte por james Joyce y es el caso de John Fante mencionado por Bukowski, el padre del realismo sucio, que menciona a Fante como a uno de sus principales inspiradores.
Desde entonces los libros de Fante se han ido traduciendo y publicado en España, algunos como “Pregúntale al polvo” o “La hermandad de la uva” con notable éxito.
Acaba de publicarse en Anagrama la última novela que quedaba por traducir (a espera de que se publiquen sus cuentos) : “Llenos de vida”
Se trata de una novela concisa, casi lacónica en la que Fante deja por fin caer las máscaras, abandona sus alter ego, renuncia a esconderse tras el personaje de Bandini o de Molise y se presenta a nosotros en primera persona, como John Fante hijo del Nick Fante un albañil borrachín e iracundo originario de los Abruzzos italianos.
Relata una historia prosaica y lineal y la narración adquiere un tempo rápido, irónico y divertido lleno de los tópicos del “amercian way of life” de los años cincuenta y sesenta. Como corresponde a todo escritor americano de esa época la narración carece de matices. El autor no se detiene en las descripciones, es sobre todo una novela de acción y aunque se pierde profundidad psicológica, vemos actuar a los personajes y sus actos son valen, como suele decirse mil palabras.
Simplificando podríamos decir que como en otros libros del autor, en particular como en “La fraternidad de la uva” la novela tiene un eje dominante que es la relación padre- hijo. Una relación filial y dolorosa porque el padre, a pesar de vivir en América parece anclado en sus costumbres ancestrales y el hijo, pese a tenerlas superadas no puede despreciarlas del todo porque son las costumbres de su padre y el respeto y la obediencia al padre siguen tan fuertemente tatuadas que le vuelven inerme y casi sin voluntad frente a su brutalidad, sus caprichos o las supersticiones que pueblan su imaginación.
El embarazo de Joyce, su mujer, le da pie para hablar de algunos de los temas recurrentes de la época: el deseo de poseer una casa grande con jardín, el catolicismo en auge en la América del Cardenal Spellman, el progreso industrial y los viñedos de California y en general una América, tierra de leche y miel para los inmigrantes italianos e irlandeses dispuestos a labrarse un provenir trabajando de sol a sombra para conquistar el sueño americano.
21 de octubre de 2008
Edward Hopper: Habitación de Hotel
Habitación de Hotel
1931, Óleo sobre lienzo
152, 4 x 165, 7 cm.
Museo Thyssen Bornemisza (Madrid)
Siempre me ha atraído este cuadro. Lo vi por primera vez en la portado de un libro. Posteriormente pude contemplarlo a mis anchas en el Thyssen y hace un par de años me llegó una reproducción como regalo de una amiga y cuelga en la pared de mi despacho.
En la fría geometría de un cuartucho de hotel una mujer lee una carta y espera. Sus ropas están colocadas sobre el sillón, la maleta en el suelo y el sombrero encima del tocador. No sé si acaba de llegar o si se prepara para salir, pero su rostro denota una desvalida soledad.
Las sombras de la habitación refuerzan el sentimiento de pesimismo y depresión tan típicos de Hopper.
Miro el cuadro y siento la tentación de llamar a la puerta, de sentarme en la cama al lado de esa mujer tan sola, de hablar con ella, quizá adentrarme en el túnel de su soledad, decirle que es inútil huir, encerrarse en sí mismo, escapar. La vida está fuera. A plena luz. En el ritmo lento de los pasos, en la calida calma de las palabras.
Esta mañana, el cuadro ha vuelto a mi retina en los emotivos versos de un poeta
Ante el cuadro de Edgard Hopper
Habitación de hotel
1931, Óleo sobre lienzo
152, 4 x 165, 7 cm.
Museo Thyssen Bornemisza (Madrid)
Siempre me ha atraído este cuadro. Lo vi por primera vez en la portado de un libro. Posteriormente pude contemplarlo a mis anchas en el Thyssen y hace un par de años me llegó una reproducción como regalo de una amiga y cuelga en la pared de mi despacho.
En la fría geometría de un cuartucho de hotel una mujer lee una carta y espera. Sus ropas están colocadas sobre el sillón, la maleta en el suelo y el sombrero encima del tocador. No sé si acaba de llegar o si se prepara para salir, pero su rostro denota una desvalida soledad.
Las sombras de la habitación refuerzan el sentimiento de pesimismo y depresión tan típicos de Hopper.
Miro el cuadro y siento la tentación de llamar a la puerta, de sentarme en la cama al lado de esa mujer tan sola, de hablar con ella, quizá adentrarme en el túnel de su soledad, decirle que es inútil huir, encerrarse en sí mismo, escapar. La vida está fuera. A plena luz. En el ritmo lento de los pasos, en la calida calma de las palabras.
Esta mañana, el cuadro ha vuelto a mi retina en los emotivos versos de un poeta
Ante el cuadro de Edgard Hopper
Habitación de hotel
¿Qué soledad aflige
a la mujer del cuadro?
Tiene aún las maletas
por abrir,
como las tengo yo.
No acaba de volver
de sitio alguno,
y no parece estar
a punto de marcharse.
Como está estamos todos:
ignorantes,
colgados en un tiempo
y un espacio
que no pueden ser nuestros.
No hay soledad que pueda
compartirse,
y esto es lo que aflige
y nos aflige.
Saber que estamos solos,
y que no estamos solos,
y es más profunda así
la soledad.
a la mujer del cuadro?
Tiene aún las maletas
por abrir,
como las tengo yo.
No acaba de volver
de sitio alguno,
y no parece estar
a punto de marcharse.
Como está estamos todos:
ignorantes,
colgados en un tiempo
y un espacio
que no pueden ser nuestros.
No hay soledad que pueda
compartirse,
y esto es lo que aflige
y nos aflige.
Saber que estamos solos,
y que no estamos solos,
y es más profunda así
la soledad.
José Corredor-Matheos
Un pez que va por el Jardín (2007)
15 de octubre de 2008
La senda de la Belleza
Tú que cuentas las estrellas del cielo
y sigues sus mudanzas por las rutas del mar,
tú que has mordido los labios profundos de la lluvia
y has sembrado las esporas del viento,
tú que distingues por su canto a cada pájaro de la bandada
y que extraes de cada rastro su luz, su diferencia,
bloquéame los atajos del mundo y la patraña,
muéstrame, sin tardanza,
el camino insolente y terrible
de la belleza.
Dame la fuerza oscura,
esa fuerza del sol que rasga nubes
y los campos antiguos emociona de oro
y déjame colarme por las rendijas de tu corazón,
aniquilarme sin hablar,
estremecerme hasta el desmayo.
Tú que has aprendido en el dolor
a preservar el fuego que da nombre a las cosas,
tú que no ahogas las voces del instinto
en los aceites infinitos del Tiempo,
tu que navegas en el iris de los niños danzantes
y en la córnea biliosa de ángeles derrotados,
ciérrame la autopista gris de la información,
muéstrame con urgencia
la senda peligrosa y feroz
de la belleza.
Dame la fuerza oscura,
esa fuerza espartana del Águila que se precipita
sobre los maremotos
hasta saciarse de estrellas de mar,
déjame colarme por las rendijas de tu corazón,
inundarme sin hablar
hasta perder la lucidez.
Tú que conoces las artes de la navegación
y liberas los delfines de las redes de arrastre,
tú que no olvidas los sacrificios
y sufres la crisis y la fatalidad
que nace entre el relámpago y el trueno,
tú que has sido invitado a yacer en el lecho
de las doncellas de embrujadores rasgos,
bloquéame los atajos del mundo y la patraña,
muéstrame, sin tardanza,
la senda insolente y terrible
de la belleza
Y si una noche llegara a sospechar
que nunca ha existido ese camino de ascuas azules,
esa vereda anónima de espinas,
si esa noche del alma llegara,
abandona en mi lengua, por favor,
las flores de cicuta..
Constelaciones al abrir la nevera
Ángel Petisme
Poesía HIperión 1996
y sigues sus mudanzas por las rutas del mar,
tú que has mordido los labios profundos de la lluvia
y has sembrado las esporas del viento,
tú que distingues por su canto a cada pájaro de la bandada
y que extraes de cada rastro su luz, su diferencia,
bloquéame los atajos del mundo y la patraña,
muéstrame, sin tardanza,
el camino insolente y terrible
de la belleza.
Dame la fuerza oscura,
esa fuerza del sol que rasga nubes
y los campos antiguos emociona de oro
y déjame colarme por las rendijas de tu corazón,
aniquilarme sin hablar,
estremecerme hasta el desmayo.
Tú que has aprendido en el dolor
a preservar el fuego que da nombre a las cosas,
tú que no ahogas las voces del instinto
en los aceites infinitos del Tiempo,
tu que navegas en el iris de los niños danzantes
y en la córnea biliosa de ángeles derrotados,
ciérrame la autopista gris de la información,
muéstrame con urgencia
la senda peligrosa y feroz
de la belleza.
Dame la fuerza oscura,
esa fuerza espartana del Águila que se precipita
sobre los maremotos
hasta saciarse de estrellas de mar,
déjame colarme por las rendijas de tu corazón,
inundarme sin hablar
hasta perder la lucidez.
Tú que conoces las artes de la navegación
y liberas los delfines de las redes de arrastre,
tú que no olvidas los sacrificios
y sufres la crisis y la fatalidad
que nace entre el relámpago y el trueno,
tú que has sido invitado a yacer en el lecho
de las doncellas de embrujadores rasgos,
bloquéame los atajos del mundo y la patraña,
muéstrame, sin tardanza,
la senda insolente y terrible
de la belleza
Y si una noche llegara a sospechar
que nunca ha existido ese camino de ascuas azules,
esa vereda anónima de espinas,
si esa noche del alma llegara,
abandona en mi lengua, por favor,
las flores de cicuta..
Constelaciones al abrir la nevera
Ángel Petisme
Poesía HIperión 1996
14 de octubre de 2008
Escasez de recursos
"El mundo está constituido por bienes escasos y por necesidades insatisfechas"
Lo que me parece grave es que partiendo de estas premisas se han construido históricamente las bases doctrinales de la Economía que se imparte en las universidades de todo el mundo.
Pensemos un poco: Si hay escasez de recursos el otro será siempre visto como un competidor, como una amenaza. Si hay necesidades insatisfechas, hay frustración, este mundo no es un lugar para gozar, sino un lugar para luchar, pelearse, sufrir.
Lo que me parece grave es que partiendo de estas premisas se han construido históricamente las bases doctrinales de la Economía que se imparte en las universidades de todo el mundo.
Pensemos un poco: Si hay escasez de recursos el otro será siempre visto como un competidor, como una amenaza. Si hay necesidades insatisfechas, hay frustración, este mundo no es un lugar para gozar, sino un lugar para luchar, pelearse, sufrir.
¿Y si diéramos la vuelta a la tortilla? ¿Y si pensáramos que el mundo es lugar de abundancia y satisfacción, no sería el otro automáticamente alguien con quien compartir?
Pienso que los recursos más escasos de este planeta no son las materias primas tangibles: gas, carbón, fuel. Los recursos más escasos son el amor, la solidaridad, la generosidad, la cooperación, la confianza. Sin embargo, el ser humano puede producir tanta cantidad de esas materias primas y fuentes de energía como voluntaria y conscientemente desee.
Ya lo decía el gran maestro del Management, Peter Drucker: "Toda las dimensiones de lo que supone ser un "ser humano" y ser tratado como tal no han sido incorporadas al cálculo económico del capitalismo".
Ya lo decía el gran maestro del Management, Peter Drucker: "Toda las dimensiones de lo que supone ser un "ser humano" y ser tratado como tal no han sido incorporadas al cálculo económico del capitalismo".
Riad: Arabia Saudita
Son las cinco y media de la mañana. A través de la celosía morisca que adorna mi habitación en el hotel Hyatt de Riad, empieza a filtrarse la luz mortecina de esta cálida mañana de marzo. Las sombras de la celosía, proyectadas sobre la alfombra empiezan a dibujar un bello cuadro abstracto cuando de pronto, de algún lugar lejano, probablemente de la mezquita del Iman Turku ibn Abdalá, irrumpe la ululante salmodía del muecín que recita la Fátiha y nos convoca a la oración. Su voz, ampliada por una potente megafonía, toma amplitud y se hace más cercana. A su réplica acuden otras voces, otras llamadas que parecen responderse unas a otras desde los minaretes de todas las mezquitas grandes y pequeñas de esta extraña ciudad, quizá la más religiosa que jamás haya tenido ocasión de visitar.
He llegado hace tres días en viaje de prospección de mercado y miembro de una misión comercial patrocinada por nuestra Embajada. Mi primera sorpresa fue desembarcar en un aeropuerto diferente de todos los que hasta ese momento había conocido. Perdido en medio del desierto, a treinta o cuarenta kilómetros de la capital, parece un inmenso oasis de cristal mármol y agua. El murmullo del agua, cayendo en cascada desde los lugares más insospechados se convierte en música ambiental de las amplias salas de desembarco. Evidentemente el aire acondicionado, la amplitud, la luminosidad contribuyen y magnifican esa primera sensación de fresca humedad. Los trámites de aduana se prolongan y cuando salimos es ya casi noche cerrada. Nuestro autocar enfila hacia la capital por una autopista que bien se diría la pista de aterrizaje que nuestro avión acaba de recorrer. Los ojos de gato a derecha e izquierda de la autovía están próximos unos de otros hasta el derroche. A todo nos acostumbramos y pronto, las evidentes muestras de prodigalidad, dispendio y lujo en todos los servicios públicos se harán tan repetitivas que dejarán de sorprendernos. Riad es la capital de una de las naciones que, gracias al petróleo, se ha convertido en la más rica del mundo, y los saudís en un afán incansable de superarse están sembrando la ciudad de edificios y torres modernas como la Torre Al Anoud o la Al Faisaliyah que arquitectónicamente quizá apabullen al turista pero que al mismo tiempo oscurecen y minimizan los escasos vestigios de la ciudad antigua y en particular del Castillo Palacio Al-Masmaj, alma mater y origen del país.
Ayer tuve la ocasión de moverme por una zona comercial y visitar algún supermercado. Me sorprendió ver tantos hombres en la calle deambulando tranquilos, a veces cogidos de la mano en un gesto sospechosamente ambiguo para los occidentales pero que para ellos no tiene connotación sexual alguna. A penas veo mujeres. Todas sin excepción, aunque sean extranjeras están obligadas a salir a la calle con el largo velo negro o “abaya” que les cubre el cuerpo por completo. Generalmente se hacen acompañar por alguna persona mayor y si pasean con el marido éste camina a su lado como un perfecto desconocido. Precisamente una de las notas más pintorescas de esta conservadora sociedad es el contraste entre los negros velos de las mujeres y las blancas “thobe” de los hombres, especie de camisola o sotana que les llega a los pies y que va siempre acompañada del “guthra” que es un pañuelo blanco o a cuadros rojos y blancos, que plegado en triángulo, se sujeta en la cabeza mediante una vistosa gruesa y negra cuerda de doble vuelta.
Cuando estaba dentro del supermercado, de pronto se atenuaron las luces y la gente desapareció de mi vista. Perplejo, sin saber lo que ocurría me disponía a salir del establecimiento cuando el guarda de seguridad que se encontraba a la puerta me indicó por señas que podía quedarme. Se oyó muy pronto la voz amplificada e insistente del muecín y ya no necesité más explicaciones. Eran las doce, la gente había abandonado sus quehaceres y se habían ido a rezar. Me paseé silencioso entre las estanterías extrañamente conmovido por tan incólume religiosidad. La oración duró unos minutos y pronto se volvieron a encender las luces y la actividad comercial volvió a la normalidad.
La estancia en esta ciudad, pese a su desbordante riqueza no me es grata. Las diferencias sociales son enromes; y es que en estos países hay una clara distinción entre nacionales e inmigrantes. Si alguien procede de Filipinas, Palestina y Egipto siempre será extranjero aunque haya nacido en el país, y como tal no tendrá derecho a estudios universitarios ni a puestos de responsabilidad en la administración o en el Gobierno. La ausencia total de mujeres en la vida pública, crea por otra parte un impalpable y extraño vacío; incluso la absurda prohibición del alcohol se vuelve incómoda. Aunque habitualmente no bebo alcohol, nunca he tenido tantas ganas de un vaso de vino o de una cerveza como estos días, pero ni tan siquiera en el bar del hotel sirven bebida alcohólica de ningún tipo.
Cuando esta tarde salga del hotel rumbo al aeropuerto y de ahí a Atenas, no habrá nostalgia, no es un país en el que elegiría vivir. Quiero no obstante irme con un bonito recuerdo. Siempre los hay si se está atento a ellos. Me quedo con los increíbles ojos negros de una niña de pocos años que camina de la mano de su mamá cubierta de pies a cabeza con el velo negro. La niña se para y me mira extrañada y sus ojos son un chispazo de alegre y curiosa nocencia. Le hago un gesto cariñoso y miro a la madre. La “boshiya” o velo que cubre su cara no me permite ver su expresión. Quizá un día esta niña pueda caminar libremente a cara descubierta y sin menoscabe de sus tradiciones más profundas.
He llegado hace tres días en viaje de prospección de mercado y miembro de una misión comercial patrocinada por nuestra Embajada. Mi primera sorpresa fue desembarcar en un aeropuerto diferente de todos los que hasta ese momento había conocido. Perdido en medio del desierto, a treinta o cuarenta kilómetros de la capital, parece un inmenso oasis de cristal mármol y agua. El murmullo del agua, cayendo en cascada desde los lugares más insospechados se convierte en música ambiental de las amplias salas de desembarco. Evidentemente el aire acondicionado, la amplitud, la luminosidad contribuyen y magnifican esa primera sensación de fresca humedad. Los trámites de aduana se prolongan y cuando salimos es ya casi noche cerrada. Nuestro autocar enfila hacia la capital por una autopista que bien se diría la pista de aterrizaje que nuestro avión acaba de recorrer. Los ojos de gato a derecha e izquierda de la autovía están próximos unos de otros hasta el derroche. A todo nos acostumbramos y pronto, las evidentes muestras de prodigalidad, dispendio y lujo en todos los servicios públicos se harán tan repetitivas que dejarán de sorprendernos. Riad es la capital de una de las naciones que, gracias al petróleo, se ha convertido en la más rica del mundo, y los saudís en un afán incansable de superarse están sembrando la ciudad de edificios y torres modernas como la Torre Al Anoud o la Al Faisaliyah que arquitectónicamente quizá apabullen al turista pero que al mismo tiempo oscurecen y minimizan los escasos vestigios de la ciudad antigua y en particular del Castillo Palacio Al-Masmaj, alma mater y origen del país.
Ayer tuve la ocasión de moverme por una zona comercial y visitar algún supermercado. Me sorprendió ver tantos hombres en la calle deambulando tranquilos, a veces cogidos de la mano en un gesto sospechosamente ambiguo para los occidentales pero que para ellos no tiene connotación sexual alguna. A penas veo mujeres. Todas sin excepción, aunque sean extranjeras están obligadas a salir a la calle con el largo velo negro o “abaya” que les cubre el cuerpo por completo. Generalmente se hacen acompañar por alguna persona mayor y si pasean con el marido éste camina a su lado como un perfecto desconocido. Precisamente una de las notas más pintorescas de esta conservadora sociedad es el contraste entre los negros velos de las mujeres y las blancas “thobe” de los hombres, especie de camisola o sotana que les llega a los pies y que va siempre acompañada del “guthra” que es un pañuelo blanco o a cuadros rojos y blancos, que plegado en triángulo, se sujeta en la cabeza mediante una vistosa gruesa y negra cuerda de doble vuelta.
Cuando estaba dentro del supermercado, de pronto se atenuaron las luces y la gente desapareció de mi vista. Perplejo, sin saber lo que ocurría me disponía a salir del establecimiento cuando el guarda de seguridad que se encontraba a la puerta me indicó por señas que podía quedarme. Se oyó muy pronto la voz amplificada e insistente del muecín y ya no necesité más explicaciones. Eran las doce, la gente había abandonado sus quehaceres y se habían ido a rezar. Me paseé silencioso entre las estanterías extrañamente conmovido por tan incólume religiosidad. La oración duró unos minutos y pronto se volvieron a encender las luces y la actividad comercial volvió a la normalidad.
La estancia en esta ciudad, pese a su desbordante riqueza no me es grata. Las diferencias sociales son enromes; y es que en estos países hay una clara distinción entre nacionales e inmigrantes. Si alguien procede de Filipinas, Palestina y Egipto siempre será extranjero aunque haya nacido en el país, y como tal no tendrá derecho a estudios universitarios ni a puestos de responsabilidad en la administración o en el Gobierno. La ausencia total de mujeres en la vida pública, crea por otra parte un impalpable y extraño vacío; incluso la absurda prohibición del alcohol se vuelve incómoda. Aunque habitualmente no bebo alcohol, nunca he tenido tantas ganas de un vaso de vino o de una cerveza como estos días, pero ni tan siquiera en el bar del hotel sirven bebida alcohólica de ningún tipo.
Cuando esta tarde salga del hotel rumbo al aeropuerto y de ahí a Atenas, no habrá nostalgia, no es un país en el que elegiría vivir. Quiero no obstante irme con un bonito recuerdo. Siempre los hay si se está atento a ellos. Me quedo con los increíbles ojos negros de una niña de pocos años que camina de la mano de su mamá cubierta de pies a cabeza con el velo negro. La niña se para y me mira extrañada y sus ojos son un chispazo de alegre y curiosa nocencia. Le hago un gesto cariñoso y miro a la madre. La “boshiya” o velo que cubre su cara no me permite ver su expresión. Quizá un día esta niña pueda caminar libremente a cara descubierta y sin menoscabe de sus tradiciones más profundas.
7 de octubre de 2008
Durero: Autorretrato a los 26 años
1498, Autorretrato a los 26 años
Oleo sobre tabla
Museo del Prado (Madrid)
Este autorretrato de Durero, hoy en el Museo del Prado muestra al pintor a los veintisiete años, vestido a la moda de los cortesanos venecianos. Parece seguro de sí mismo, orgulloso, casi principesco. Tal vez se quiera hacer un leve hincapié en el hecho de que está disfrazado, lo que nos viene sugerido por ejemplo, por su mano enguantada.
La expresión de sus ojos no concuerda con la gracia con la que lleva el tocado. Se diría que Durero está confesando a medias que se ha disfrazado para desempeñar un papel, el nuevo papel al que aspira.
Pintó este retrato cuatro años después de su primera visita a Italia. Sus ropas venecianas y el paisaje de los Alpes que se ve por la ventana indican seguramente que la pintura hace referencia a sus experiencias juveniles en Venecia. Interpretado en unos términos absurdamente toscos, parece que la pintura estuviera diciendo: “En Venecia tomé la medida de mi propia valía, y espero que se me reconozca aquí en Alemania”.
Oleo sobre tabla
Museo del Prado (Madrid)
Este autorretrato de Durero, hoy en el Museo del Prado muestra al pintor a los veintisiete años, vestido a la moda de los cortesanos venecianos. Parece seguro de sí mismo, orgulloso, casi principesco. Tal vez se quiera hacer un leve hincapié en el hecho de que está disfrazado, lo que nos viene sugerido por ejemplo, por su mano enguantada.
La expresión de sus ojos no concuerda con la gracia con la que lleva el tocado. Se diría que Durero está confesando a medias que se ha disfrazado para desempeñar un papel, el nuevo papel al que aspira.
Pintó este retrato cuatro años después de su primera visita a Italia. Sus ropas venecianas y el paisaje de los Alpes que se ve por la ventana indican seguramente que la pintura hace referencia a sus experiencias juveniles en Venecia. Interpretado en unos términos absurdamente toscos, parece que la pintura estuviera diciendo: “En Venecia tomé la medida de mi propia valía, y espero que se me reconozca aquí en Alemania”.
4 de octubre de 2008
El poder de la palabra
Érase un monje tan santo y tan sabio, dicen, que después de toda una vida de estudio y meditación no había dicho nunca ni una sola palabra. Todos los novicios del monasterio respetaban y reverenciaban su sabiduría, pero al cumplir los ochenta y cinco años y declinar su salud se decidieron a pedirle que hablara, por fin.
- Explícanos, antes de morir, lo que en estos años habéis aprendido y contemplado. No os vayáis sin dejarnos algo..., algo como una pista que nos ayude en nuestro estudio y nos oriente en la contemplación.
El anciano les respondió con una sonrisa, pero siguió callado. A medida que su salud se debilitaba la impaciencia cundía entre los novicios. Y creció al punto que, ya en el lecho de muerte comenzaron a gritarle, a zarandearle incluso, para conseguir que soltara aunque fuera una pizca de su tesoro espiritual.
- ¡No seáis egoísta y cruel! No os llevéis todo aquello que habéis acumulado y que puede servirnos como luz y guía.
Pero el anciano seguía silencioso, imperturbable entre los jóvenes que empezaban ya a maltratarlo. Y fue sólo en el momento de exhalar el último suspiro cuando dijo una palabra, su única palabra:
¡Fuego!
Y el monasterio empezó a arder.
Esta es la eficacia, pienso, que tendría la palabra, cualquier palabra, en la que pusiéramos toda la intensidad que a lo largo de la vida hemos ido dilapidando en las mil y una tonterías que decimos y repetimos sin parar, sin pensar. Una palabra, que si fuera “agua” inundaría, que si fuera “paz” acallaría los cañones, que si fuera “primavera” abriría todas las flores, que si fuera “frío” congelaría el mundo entero.
- Explícanos, antes de morir, lo que en estos años habéis aprendido y contemplado. No os vayáis sin dejarnos algo..., algo como una pista que nos ayude en nuestro estudio y nos oriente en la contemplación.
El anciano les respondió con una sonrisa, pero siguió callado. A medida que su salud se debilitaba la impaciencia cundía entre los novicios. Y creció al punto que, ya en el lecho de muerte comenzaron a gritarle, a zarandearle incluso, para conseguir que soltara aunque fuera una pizca de su tesoro espiritual.
- ¡No seáis egoísta y cruel! No os llevéis todo aquello que habéis acumulado y que puede servirnos como luz y guía.
Pero el anciano seguía silencioso, imperturbable entre los jóvenes que empezaban ya a maltratarlo. Y fue sólo en el momento de exhalar el último suspiro cuando dijo una palabra, su única palabra:
¡Fuego!
Y el monasterio empezó a arder.
Esta es la eficacia, pienso, que tendría la palabra, cualquier palabra, en la que pusiéramos toda la intensidad que a lo largo de la vida hemos ido dilapidando en las mil y una tonterías que decimos y repetimos sin parar, sin pensar. Una palabra, que si fuera “agua” inundaría, que si fuera “paz” acallaría los cañones, que si fuera “primavera” abriría todas las flores, que si fuera “frío” congelaría el mundo entero.
3 de octubre de 2008
"Kafka en la orilla" de Haruki Murakami
KAFKA EN LA ORILLA
Novela
Haruki Murakami
Tusquets Editores 2006
Colección Andanzas
Título original “Uribe no Kafuka” 2002
Traducido del Japonés por Lourdes Porta
584 páginas
Leí hace unos meses la novela de Haruki Murakami “Al sur de la frontera, al Oeste del sol” y me gustó tanto que no dudé en buscar y leer su anterior “Tokio Blues Norwegian Wood” que me dejó fascinado y un incondicional lector de su obra. Sin embargo, al adentrarme en “Kafka en la Orilla” he descubierto una faceta totalmente nueva de este escritor, desconcertante, y posiblemente para algunos lectores incluso decepcionante.
Afortunadamente no he tirado la toalla y valientemente he peregrinado por las casi 600 páginas del libro saltando de sorpresa en sorpresa de una fantasía a otra hasta darme cuenta de que si quería entrar en este fabuloso mundo de Murakami, tenía que dejar de lado mi mente racionalista y analizadora y dejarme empapar por la fábula, el misterio, y las alegorías. El esfuerzo ha merecido la pena. Visto con nuevos ojos, con mentalidad abierta y casi onírica, he disfrutado enormemente de esta novela y he creído comprender algunos de los mensajes que desde ella nos lanza Haruki Murakami.
El primero es que la vida quizá no tenga sentido, no haya razones para vivir pero por eso mismo merece la pena vivirla y vivirla a tope, hoy aquí y ahora. El personaje clave en este punto es Satoru Nakata, un anciano de pocas luces, sin memoria del pasado, sin anticipaciones sobre el futuro, que vive el momento, que espera a llegar a un lugar antes de saber lo que va a hacer allí, que duerme 30 horas seguidas si le antoja porque ha aprendido a vivir en una dimensión atemporal en la que ni pasado ni futuro empaña el gozo del momento. En torno a Nakata está toda la fantasía de su accidente cuando era niño, su capacidad para hablar con los gatos o hacer llover peces del cielo.
El segundo mensaje me llega de la mano del personaje central de la novela, Kafka Tamura, que escapando de la tutela paterna emprende un viaje desde uno de los barrios acomodados de su Tokio natal hasta Takamatsu en la isla sureña de Shikoku. Tamura es un joven quinceañero que decide abandonar la educación reglada y auto-educarse en la escuela de la vida. Para ello nada mejor que el camino, la lectura, y los buenos consejos. En este sentido, el libro tiene algo de libro iniciático, en el que cada lugar es una prueba, cada persona que encuentra una enseñanza. Nada es definitivo. Murakami es probablemente el más occidentalizado de los escritores japoneses de la actualidad., de ahí sus continuas alusiones a los escritores europeos que le han marcado: Kafka, Tolstoy, Chejov, Shakespeare e incluso el filósofo Hegel.
En tercer lugar, el joven bibliotecario, Ôshima es un referente importante en la iniciación de Tamura. Sin sexo diferenciado, encarna la sensibilidad femenina con la determinación masculina. Soluciona los problemas de alojamiento del joven y crea el clima propicio para su formación. Ôshima no se siente mujer, pero tiene toda la delicadeza y ternura de una mujer aunque piensa como un hombre y conduce su coche deportivo al estilo de los hombres y como Tamura, como Nakata o como la propia Sra. Saeki es un gran solitario en busca de sí mismo, que trata de salir del laberinto, simbolizado en la imagen del bosque inextricable donde se encuentra su refugio y escondite. Por otra parte, la extraña biblioteca en la que trabaja es también una metáfora o signo: los libros apilados en las estanterías no son sino proyecciones de lo que existe en el exterior, del mismo modo que todo lo que existe y ocurre en el exterior se proyecta en nuestra vida.
Finalmente, la Sra. Saeki, es la madre ausente, la siempre amada la siempre amante y silenciosa presencia. Ella guarda en su interior la llama viva del recuerdo, y espera incansable el retorno del hijo perdido. Su historia está marcada por el drama pero el dolor ha quedado sublimizado en el arte y en la música. Murakami, hace gala una vez más de sus vastos conocimientos tanto de la música clásica, en particular de las sonatas de Schubert como de la música contemporánea del rock y del pop.
Creo sinceramente que “Kafka a la orilla” es una novela difícil, una novela envolvente en la que hay que dejarse llevar. Gustará o no, pero desde luego a nadie dejará indiferente. .
Novela
Haruki Murakami
Tusquets Editores 2006
Colección Andanzas
Título original “Uribe no Kafuka” 2002
Traducido del Japonés por Lourdes Porta
584 páginas
Leí hace unos meses la novela de Haruki Murakami “Al sur de la frontera, al Oeste del sol” y me gustó tanto que no dudé en buscar y leer su anterior “Tokio Blues Norwegian Wood” que me dejó fascinado y un incondicional lector de su obra. Sin embargo, al adentrarme en “Kafka en la Orilla” he descubierto una faceta totalmente nueva de este escritor, desconcertante, y posiblemente para algunos lectores incluso decepcionante.
Afortunadamente no he tirado la toalla y valientemente he peregrinado por las casi 600 páginas del libro saltando de sorpresa en sorpresa de una fantasía a otra hasta darme cuenta de que si quería entrar en este fabuloso mundo de Murakami, tenía que dejar de lado mi mente racionalista y analizadora y dejarme empapar por la fábula, el misterio, y las alegorías. El esfuerzo ha merecido la pena. Visto con nuevos ojos, con mentalidad abierta y casi onírica, he disfrutado enormemente de esta novela y he creído comprender algunos de los mensajes que desde ella nos lanza Haruki Murakami.
El primero es que la vida quizá no tenga sentido, no haya razones para vivir pero por eso mismo merece la pena vivirla y vivirla a tope, hoy aquí y ahora. El personaje clave en este punto es Satoru Nakata, un anciano de pocas luces, sin memoria del pasado, sin anticipaciones sobre el futuro, que vive el momento, que espera a llegar a un lugar antes de saber lo que va a hacer allí, que duerme 30 horas seguidas si le antoja porque ha aprendido a vivir en una dimensión atemporal en la que ni pasado ni futuro empaña el gozo del momento. En torno a Nakata está toda la fantasía de su accidente cuando era niño, su capacidad para hablar con los gatos o hacer llover peces del cielo.
El segundo mensaje me llega de la mano del personaje central de la novela, Kafka Tamura, que escapando de la tutela paterna emprende un viaje desde uno de los barrios acomodados de su Tokio natal hasta Takamatsu en la isla sureña de Shikoku. Tamura es un joven quinceañero que decide abandonar la educación reglada y auto-educarse en la escuela de la vida. Para ello nada mejor que el camino, la lectura, y los buenos consejos. En este sentido, el libro tiene algo de libro iniciático, en el que cada lugar es una prueba, cada persona que encuentra una enseñanza. Nada es definitivo. Murakami es probablemente el más occidentalizado de los escritores japoneses de la actualidad., de ahí sus continuas alusiones a los escritores europeos que le han marcado: Kafka, Tolstoy, Chejov, Shakespeare e incluso el filósofo Hegel.
En tercer lugar, el joven bibliotecario, Ôshima es un referente importante en la iniciación de Tamura. Sin sexo diferenciado, encarna la sensibilidad femenina con la determinación masculina. Soluciona los problemas de alojamiento del joven y crea el clima propicio para su formación. Ôshima no se siente mujer, pero tiene toda la delicadeza y ternura de una mujer aunque piensa como un hombre y conduce su coche deportivo al estilo de los hombres y como Tamura, como Nakata o como la propia Sra. Saeki es un gran solitario en busca de sí mismo, que trata de salir del laberinto, simbolizado en la imagen del bosque inextricable donde se encuentra su refugio y escondite. Por otra parte, la extraña biblioteca en la que trabaja es también una metáfora o signo: los libros apilados en las estanterías no son sino proyecciones de lo que existe en el exterior, del mismo modo que todo lo que existe y ocurre en el exterior se proyecta en nuestra vida.
Finalmente, la Sra. Saeki, es la madre ausente, la siempre amada la siempre amante y silenciosa presencia. Ella guarda en su interior la llama viva del recuerdo, y espera incansable el retorno del hijo perdido. Su historia está marcada por el drama pero el dolor ha quedado sublimizado en el arte y en la música. Murakami, hace gala una vez más de sus vastos conocimientos tanto de la música clásica, en particular de las sonatas de Schubert como de la música contemporánea del rock y del pop.
Creo sinceramente que “Kafka a la orilla” es una novela difícil, una novela envolvente en la que hay que dejarse llevar. Gustará o no, pero desde luego a nadie dejará indiferente. .
Suscribirse a:
Entradas (Atom)