
Se trata de una foto antigua, cuarenta años son muchos años, pero la sigo conservando con cariño porque simboliza todo lo que quise aprender en Oriente: Serenidad en el presente, confianza en el futuro.

LLENOS DE VIDA
Son las cinco y media de la mañana. A través de la celosía morisca que adorna mi habitación en el hotel Hyatt de Riad, empieza a filtrarse la luz mortecina de esta cálida mañana de marzo. Las sombras de la celosía, proyectadas sobre la alfombra empiezan a dibujar un bello cuadro abstracto cuando de pronto, de algún lugar lejano, probablemente de la mezquita del Iman Turku ibn Abdalá, irrumpe la ululante salmodía del muecín que recita la Fátiha y nos convoca a la oración. Su voz, ampliada por una potente megafonía, toma amplitud y se hace más cercana. A su réplica acuden otras voces, otras llamadas que parecen responderse unas a otras desde los minaretes de todas las mezquitas grandes y pequeñas de esta extraña ciudad, quizá la más religiosa que jamás haya tenido ocasión de visitar.

1498, Autorretrato a los 26 años
Érase un monje tan santo y tan sabio, dicen, que después de toda una vida de estudio y meditación no había dicho nunca ni una sola palabra. Todos los novicios del monasterio respetaban y reverenciaban su sabiduría, pero al cumplir los ochenta y cinco años y declinar su salud se decidieron a pedirle que hablara, por fin.