Seis años de Juventud en Tailandia ensanchó mis horizontes y la exposición a la novedad y al cambio sin duda me hicieron madurar muy rápido, pero también me hicieron perder prácticamente a todos mis amigos de la niñez y primera juventud. No es de extrañar, que a mi regreso intentara recuperar algunos de esos amigos.
Me acordé en primer lugar de José Antonio. Siempre nos habíamos llevado bien. Me gustaba su temperamento tranquilo, poco ostentoso, a veces tímido pero con un agudo sentido del humor y una ironía fina e inesperada. No me fue difícil localizarle porque su pueblo riojano, Erraméilluri me pareció tan difícil de pronunciar el primer día que lo oí que ya nunca más lo volví a olvidar.
Aprovechando que se acercaban las vacaciones de Semana Santa y tenía unos días libres llamé al único teléfono que había en el pueblo preguntando por el apellido de la familia. Tuve suerte. Enseguida el tabernero y propietario del teléfono inquirió si preguntaba por José Antonio, “el inglés”, a lo que un poco sorprendido contesté afirmativamente y le mandé recado para volver a llamarle a las siete de la tarde del día siguiente.
José Antonio siempre se había peleado con Shakespeare y aunque entonaba bien la Jota, en cuestión de idiomas su oído le traicionaba y su lengua se enredaba con facilidad por lo que siempre había tenido problemas con la pronunciación y no era muy dado a hacer ostentación de bilingüismo.
Me sorprendió que al recibir mi puntual llamada del día siguiente se lanzara en una larga explicación en inglés contándome su vida, su trabajo en una Bodega de Haro como traductor y Relaciones Públicas y las pocas ganas que tenía de nuevas aventuras por Inglaterra. Al decirle que yo llegaba de Tailandia y tenía intención, tras unos meses de trabajo como profesor de inglés en España, de regresar a Francia me pidió que nos viéramos sin falta y me invitó a pasar la Semana Santa con él en la casa de su hermana en Haro.
Fueron sin lugar a duda las vacaciones de Semana Santa más excéntricas y estrambóticas que he vivido. En aquella época José Antonio aún no tenía coche por lo que pidió a una amiga, y alumna suya de la Academia donde daba clases de inglés, que le acompañara a recibirme a la estación. Después de un efusivo abrazo y un guiño que sólo yo supe adivinar, me presentó a su amiga Pilar como Fred Whittle, un entrañable amigo inglés que había conocido durante su estancia en la Universidad. Al llegar a su casa quise protestar por la impostura, pero el mal estaba hecho. Me confesó que le salió espontáneamente y sin caer en cuenta que nos volveríamos a ver con ella durante los próximos días pero me consoló y halagó diciendo que desde luego en aquel pueblo nadie notaría la superchería.
Ciertamente, mi llegada reciente de Tailandia donde hablaba tailandés pero enseñaba en inglés y los años de juventud pasados en Francia en Italia habían cambiado considerablemente mi acento y no sé si pasaría por un inglés, pero desde luego por lo que difícilmente podía pasar era por español ya que entremezclaba anglicismos, galicismos y me quedaba de vez en cuando en suspenso buscando la palabra española para los objetos más elementales.
El mismo día de mi llegada a Haro, por la tarde, Pilar y su amiga Lucía nos llevaron en su coche a San Vicente para ver la procesión de los flagelados. La visión de los penitentes fustigando su espalda con cordeles fue más de lo que podíamos soportar. Pronto decidimos irnos a una bodega a comer chuletillas asadas sobre los sarmientos… El buen humor, el vino y el afán por sacar de la ignorancia a ese inglés que no sabía una palabra de español hizo que de inmediato Lucía se propusiera como mi profesora particular y obviamente yo como su alumno más aplicado.. Empezamos con palabras fáciles: Me decía amigo y yo repetía: “A-mi-go”. Me decía Bodega y yo repetía: Bo-de-ga. Mi prodigiosa memoria hacía que palabra que oía una vez palabra que aprendía y que por consiguiente podía utilizar libremente. Según avanzaba la noche yo veía a Lucía radiante porque yo había sido capaz de decirle de forma impecable: “e-res u-na mu-cha-cha muy gu-a-pa”.
A esas alturas de la broma desde luego yo estaba deseando acelerar las clases para poder entrar en mayores profundidades… pero eran otros tiempos y nuestras amigas sintiendo quizá que una cosa es aprender idiomas y otra muy diferente ligar en España, decidieron dar la velada por terminada no sin antes emplazarnos para el día siguiente temprano; ya que Lucía ante tan prodigioso alumno, había decidido graduarme en español antes de que terminara el día…. No fue fácil mantener el tipo sin soltar la carcajada, pero lo conseguí en parte por vanidad y en parte por salvar el prestigio de mi amigo. Una oportuna e inexistente llamada telefónica vino a sacarme esa misma tarde del embrollo. Pretextando un asunto familiar urgente me despedí de Pilar y de Lucía en un español más que pasable; pero en un aparte de las dos amigas, mi nuevo adquirido idioma aún sorprendió el comentario siguiente: “Este chico es un memorión, así cualquiera aprende idiomas…¡Lástima que sea inglés!
18 de marzo de 2008
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3 comentarios:
Pilar y Lucia acertaron de pleno, ''tienes un memorión'', no todos seriamos capaces de recordar una anecdota de hace tantos años.
Gracias por contarla.
Un beso
jajajaja... pues creo que son las que mejor se recuerdan... Yo tuve una experiencia similar pero la "inglesa" era yo (a propuesta de una amiga)y el españolito de la época se relamía con la anticipación de "tener" esa suerte hasta que se encontró con una española medio monja, jajajaja!!!
Herramélluri, antigua ciudad romana de Libia.
( sorry )
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