6 de marzo de 2008

Los principios activos


LOS PRINCIPIOS ACTIVOS
Novela
Julio Fajardo Herrero
451 Editores 2008
275 páginas


Esta primera novela del desconocido Julio Fajardo, me hubiera pasado desapercibida
o la hubiera catalogado como una más de esas novelas del realismo a ultranza que tratan de hacer un corte trasversal en la sociedad española y retratarla tal como el autor la ve, con sus lacras y sus virtudes, con sus luchas y sus fracasos, con una pizca de humor y a veces con el negro presentimiento de que hagamos lo que hagamos la vida es así y mejor que lo tomemos con calma.

Pero esta vez, me llamó la atención el nombre de la Editorial, homenaje quizá a la la famosa novela de Ray Bradbury publicada en 1955 “Fahrenheit 451” o la no menos conocida película del mismo nombre dirigida en 1966 por François Truffaut y que para memoria es sencillamente la temperatura a la que el papel de los libros entra espontáneamente en combustión. (233Cº)

Autor novel, Editorial nueva en España y cómo no, un estilo totalmente nuevo de hacer novela: El autor, convertido en narrador omnisciente no se contenta con relatar a trozos la vida, o mejor digamos las venturas y desventuras, las grandezas y miserias de tres familias acomodadas de la sociedad española actual, sino que generalmente al inicio de cada capítulo, se convierte en psicólogo y redactor de libros de autoayuda y nos lanza una larga reflexión sobre temas como las relaciones afectivas, el miedo, el chantaje emocional, la inercia, la mala conciencia, las apariencias. e emocional.

A lo largo de un verano se suceden las rupturas y se destapan los secretos entre los miembros de tres familias acomodadas. Arrastrados, paradójicamente, por sus principios morales, los personajes van cambiando los apacibles escenarios habituales de su vida – urbanizaciones, piscinas, restaurantes – por ambientes más sórdidos, abocados a torturarse con las consecuencias de sus actos y a buscar refugio, cada uno, en el principio activo de una sustancia diferente.

Y evidentemente acusamos el impacto. Nos suena como el pequeño sermón de la anciana tía que aprovecha nuestras visitas para cargarnos de recomendaciones no exentas de reproches. Seguimos leyendo y vemos que siempre podemos buscar y quizá encontrar una correlación entre las reflexiones gratuitas del autor y la historia que desarrolla en el capítulo en cuestión. Pero en una época en que Jorge Bucal o Paolo Coelho se han forrado mezclando historietas y moralina no me extraña que surjan imitadores que al menos tienen el mérito de situar sus reflexiones en un contexto más moderno y además dejar que saquemos nuestras propias conclusiones.

No puedo por menos que, a modo de ilustración, entresacar un par de perlas para nuestra alma sedienta de alimento moral:

1. No es verdad. El tiempo no suele poner las cosas en su sitio. Hay demasiadas cosas, demasiado sitio y muy poco tiempo. Sería demasiada casualidad. Como mucho, de vez en cuando logramos llevar algunos asuntos al lugar donde corresponden, empujando después de tomar aire para el primer impulso o arrastrando la losa como si el firme sobre el que se asienta fuera a desmoronarse sin haber mostrado antes ningún indicio. Con esfuerzo llegamos a ubicar correctamente los asuntos más importantes, a menudo a costa de perder el control sobre muchos otros. Después dudamos sobre si hemos hecho bien al afanarnos durante tanto tiempo por colocar uno en concreto y lamentamos la elección desde el instante en que somos conscientes de que ya no hay tiempo ni medios para cambiar de asunto o de ubicación.



2. Ni mucho menos. Olvidarse de lo malo no arregla nada. La desmemoria no es la clave de la felicidad, es todo lo contrario. En realidad es el problema al que se pueden reducir todos los demás. La fuente. El desencadenante. Basta con pensar cómo mejorarían las cosas si siempre recordásemos lo que nos propusimos no olvidar. Si valorásemos siempre todo lo que una vez juramos valorar toda la vida. Si no olvidásemos nunca la conveniencia que vimos tan clara de no hacer lo que de vez en cuando hacemos y luego lamentamos. ¿Cuántos disgustos nos ahorraríamos? ¿cuántas horas más dormiríamos?


Evidentemente ejemplos como este abundan pero no entorpecen excesivamente la lectura y vuelvo a repetir la novela en su conjunto me ha resultado mucho más amena que cualquier libro de los autores anteriormente citados.

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