10 de enero de 2008

Polonia de Mazurcas y Caballeros Teutones

Lo primero que sorprende cuando viajas por el norte de Polonia es que como en el mar, la línea de horizonte se pierde en la bruma de la distancia. Nos encontramos en una inmensa llanura que ha servido como pasillo de culturas y lamentablemente también de guerras, invasiones, y desmembramientos. Sólo en 150 años Polonia fue repartida cuatro veces entre los países vecinos, por eso hoy desaparecidas las fronteras y amordazados los cañones es difícil diferenciar la zona norte de Polonia, antigua Prusia oriental de su homónima alemana la Prusia Occidental.

Por motivos de trabajo visité con frecuencia esa zona de Polonia y guardo recuerdos muy singulares. Sin embargo, Varsovia que tantas emociones suscita al evocar su nombre, me ha parecido una ciudad insulsa y sin gracia. Quizá la destrucción del Ghetto de Varsovia, y las monstruosidades construidas durante el Régimen stalinista le robaron el alma. Afortunadamente no pudieron con el majestuoso Vístula que la atraviesa, ni con el tesón de los polacos que a lo largo de los años han reconstruido el Palacio Real destrozado totalmente durante la Segunda Guerra Mundial y que hoy hemos vuelto a recuperar así como su pintoresca Plaza Mayor con sus casas de colores, sus tejados que nos recuerdan rincones de Ámsterdam y sus no menos populares cervecerías y restaurantes.

Pero en Varsovia paré poco. El viaje hacia el Norte por la carretera Nacional de una sol carril en ambas direcciones se hace agónico y peligroso. El tráfico es intenso ya que se trata del único acceso de Varsovia hacia los puertos del Báltico, y la monotonía de sus largas rectas que como una herida sajan interminables bosques de abedules llega a causar una especie de estado hipnótico muy propicio a las imprudencias y a los accidentes.

Pero llegamos a Masuria y aunque no nos guste el baile, pronto aprendemos que de ahí proviene la mazurca baile popular que se ha extendido posteriormente a Canarias y a algunos países de Sudamérica. Pero Masuria es sobre todo tierra de bosques, grandes extensiones de verdes prados y lagos helados en invierno, pero deliciosamente alegres y azules en verano. La blancura de los pequeños veleros y la desbandada repentina de los patos hacen guiños al sol entre el verde tupido de los árboles y el espejo rutilante del agua.

Gdansk o Danzing si utilizamos la terminología alemana, es el principal puerto de Polonia, y los obreros de sus astilleros bajo el lema de “Solidarnosc” (Solidaridad) fueron los que en 1980 iniciaron el proceso de independencia de la Unión soviética y su lento camino hacia la democracia. La ciudad reconstruida en su casi totalidad ya que fue duramente castigada en la segunda Guerra Mundial guarda todo el sabor de las ciudades de la Liga Hanseática que agrupaba ciudades portuarias del Báltico con sus frontales triangulares escalonados y sus geometrías a base de ladrillo y madera.

Siempre me negué a visitar Treblinka, el más horrendo campo de exterminio nazi en Polonia. Creo que nuestras retinas están suficientemente castigadas por la crueldad para someterlas a nuevos desgastes con el único propósito de poder decir “Estuve allí”. Sin embargo visité la Wolfsschanze o “Guarida del lobo” en Rastenburgo, Se trata del cuartel General de Hitler durante la campaña rusa, y fue el lugar en el que se perpetró uno de los atentados contra Hitler que más cerca estuvo de acabar con su vida. Aunque destruido por los propios alemanes antes de abandonar el frente oriental y posteriormente bombardeado por el ejército ruso, aún podemos visitar numerosos edificios con muros de varios metros de espesor camuflados en la espesura del bosque.

Conocida en la Edad Media como Pomerania oriental el norte de Polonia fue también en el siglo XIV y XV bastión de la Orden Teutónica una de cuyas reliquias más significativas es el castillo de Maryland milagrosamente respetado por la barbarie de la Segunda Guerra Mundial. Sólidamente anclado en la llanura y rodeado parcialmente por el río, es sin embargo gracias a los altos y concéntricos muros, a sus paseos de ronda, a las trampas y fosos que lo rodean que pudo mantenerse inexpugnable durante varios siglos. Es probablemente uno de los lugares más imprevistos y sin embargo de mejor recuerdo de cuanto he visitado en Polonia.

Mis recuerdos quedarían desmochados si no mencionara aquí el temperamento polaco silencioso y taciturno en momentos de trabajo que se convierte en bullanguero y exagerado en la mesa. El vodka, de excelente factura, es probablemente el principal causante de este súbito cambio pero también los sabores fuertes de platos tan típicos como la sopa de tripas, el goulash, la sopa de remolacha roja, las estofados de oca y la picante crema de rábano con la que aderezan las carnes y pescados.

Lo intricado del idioma y la escasez de personas que hablaran inglés hizo que mis contactos en Polonia fueran sobre todo visuales y emocionales. Sé por otra parte que no se conoce del todo Polonia mientras no se ha visitado Cracovia. Así pues no haré balance de de Polonia pero sí elegir un blanco y recto abedul en el que colgar como pequeñas oriflamas mis recuerdos del norte de ese fantástico país.

3 comentarios:

Raisa dijo...

¡¡¡Sublime!!!
Una magistral lección de historia, para no olvidar, és más, creas la curiosidad para seguir husmeando en sus costumbres.
¡¡Que inmensa suerte tener tantos recuerdos del mundo!!!
Gracias
Un beso

Consuelo Labrado dijo...

Federico, como siempre, fantástica manera de transportarnos a otros lugares a través de tus descripciones y aportaciones personales, es un placer recorrer el mundo desde el salón de mi casa gracias a tu buen hacer. ¡Ah! gracias por la felicitación que has dejado en mi blog, no te preocupes porque haya sido unos días más tarde, a los buenos amigos esas pequeñeces no se las tengo en cuenta, MUCHAS GRACIAS. Yo también estoy encantada de haberte conocido. Un beso

Elena dijo...

No conozco ese país, aunque espero que mis pasos me lleven allí algún día. Los viajes son otra de mis pasiones más fervorosas, junto a los libros por supuesto.

No sé si seré capaz algún día de visitar un campo de concentración. Debe suponer un esfuezo psicológico tremendo. Tienes razón al decir que ya estamos demasiado saturados de desgracias y horror para entrar en estos abismos de la locura que fueron los campos nazis.

Me encanta tu manera de escribir, Fede. Me atrapas con cada palabra.

Un abrazo