Una de
las razones por las que me gusta el proyecto en el que colaboro es su carácter universal que si lo pensamos
bien no deja de ser otra forma de decir solidario. Aquí no hay espíritu de “capilla”. Ni mi ONG,
ni mi colegio, ni mi pequeño proyecto, ni la obra de… Siempre que se puede
ayudar se ayuda, si se puede colaborar con otros proyectos, con otras ONG, con
otros grupos de ayuda solidaria se hace.
Los sábados, un grupo de aproximadamente 30
chicas y chicos de entre 8 y 16 años vienen al colegio. Sería casi más acertado
decir todos los escolares del pueblo de Mongsatoy. ¿No tienen colegio allí? Si, naturalmente, pero es un colegio pobre
donde hay sólo un par de
ordenadores. Los sábados, los
ordenadores de nuestro colegio están
libres, así pues los niños vienen a recibir clases de informática aquí y de paso, como complemento les damos
también clase de inglés para reforzar las que reciben en la escuela del pueblo.
Los miércoles,
chicos y chicas mayores del Orfanato que
sostiene la ONG “Children of the Forest”
(Chicos del Bosque) vienen a clase de informática a nuestro centro. Ellos a
penas tienen ordenadores. El Hno. Víctor
, les ha hecho un hueco en los horarios de clase. Los alumnos están encantados de poder tocar un ordenador, y el colegio abre puertas y
ventanas más allá de su pequeño perímetro.
Todos los días, de lunes a viernes, y a iniciativa y sostén del colegio se creó en el pueblo de obreros de Hok Pan Rai
(Seis mil Hectáreas) una escuela
nocturna. Inicialmente se pensó en los
adultos recién llegados de Birmania que
trabajaban en la fábrica de caucho. Queríamos
darles la oportunidad de aprender algo de Tailandés. Los adultos dejaron de venir porque ya se defendían y la escuela nocturna siguió para ayudar a
los alumnos más retrasados en sus tareas escolares. Ahora, los padres, vienen orgullosos a comprobar lo aplicados que son sus hijos. Hace unos días, en una de las visitas
regulares que hacemos a la escuela nocturna, vimos, sorprendidos, nuevos alumnos adultos haciendo aplicadamente
palotes en sus cuadernos, pero lo que de
verdad nos llenó de satisfacción, fue comprobar que nuestros propios alumnos se habían convertido en improvisadores
profesores que ayudaban a esas jóvenes muchachas recién llegadas de Birmania a
dar los primeros pasos en un idioma desconocido.
La
solidaridad es una cadena. Cada uno sabe y hace lo que puede. Pero no se puede poner límites ni barreras de antemano. “Hasta aquí”
No es una frase muy acertada cuando se trata de aportar nuestro grano de arena a un mundo más justo.
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