8 de junio de 2014

Escuela de Bambú: Solidaridad periférica


Una de las razones por las que me gusta el proyecto en el que colaboro  es su carácter universal que si lo pensamos bien no deja de ser otra forma de decir solidario.  Aquí no hay espíritu de “capilla”. Ni mi ONG, ni mi colegio, ni mi pequeño proyecto, ni la obra de… Siempre que se puede ayudar se ayuda, si se puede colaborar con otros proyectos, con otras ONG, con otros grupos de ayuda solidaria se hace.

 Los sábados, un grupo de aproximadamente 30 chicas y chicos de entre 8 y 16 años vienen al colegio. Sería casi más acertado decir todos los escolares del pueblo de Mongsatoy.  ¿No tienen colegio allí?  Si, naturalmente, pero es un colegio pobre donde hay  sólo un par de ordenadores.  Los sábados, los ordenadores de nuestro  colegio están libres, así pues los niños vienen a recibir clases de informática  aquí y de paso, como complemento les damos también clase de inglés para reforzar las que reciben en la escuela del pueblo.

Los miércoles, chicos y chicas mayores del  Orfanato que sostiene  la ONG “Children of the Forest” (Chicos del Bosque) vienen a clase de informática a nuestro centro. Ellos a penas tienen  ordenadores. El Hno. Víctor , les ha hecho un hueco en los horarios de clase. Los  alumnos están encantados de poder tocar  un ordenador, y el colegio abre puertas y ventanas más allá de su pequeño perímetro.

Todos  los días, de lunes a viernes, y a  iniciativa  y sostén del colegio se creó en el pueblo  de obreros  de Hok Pan Rai  (Seis mil Hectáreas)  una escuela nocturna.  Inicialmente se pensó en los adultos recién llegados de Birmania  que trabajaban en la fábrica  de caucho. Queríamos darles la oportunidad de aprender algo de Tailandés.  Los adultos dejaron de venir porque ya se defendían  y la escuela nocturna siguió para ayudar a los alumnos más retrasados en sus tareas escolares. Ahora, los padres, vienen orgullosos a comprobar lo aplicados que son sus hijos.  Hace unos días, en una de las visitas regulares que hacemos a la escuela nocturna, vimos, sorprendidos, nuevos  alumnos adultos haciendo aplicadamente palotes en sus cuadernos, pero lo que  de verdad nos llenó de satisfacción, fue comprobar que nuestros propios alumnos  se habían convertido en improvisadores profesores que ayudaban a esas jóvenes muchachas recién llegadas de Birmania a dar los primeros pasos en un idioma desconocido.

La solidaridad es una cadena. Cada uno sabe y hace lo que puede.  Pero no se puede poner límites ni  barreras de antemano.  “Hasta aquí”  No es una frase muy acertada cuando se trata de aportar nuestro  grano de arena  a un mundo más justo.





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