24 de junio de 2014

¿Por qué he venido tan lejos?


Algunos amigos,   con la mejor intención,  no dejan de preguntarme: “¿Habiendo tanto por hacer aquí en España, por qué te vas tan lejos?  Si quieres ser solidario, hazlo en tu misma localidad, o en la provincia, seguros que tendrás  oportunidades hasta que te hartes.   Y quizá tengan razón.   Seguramente,  a poco que sepa mirar y quiera  ver,  podría encontrar multitud de proyectos  para   ayudar, colaborar,  dedicar tiempo;  en una palabra, solidarizarme con gente que lo necesita  y con quien podría compartir mi tiempo y mis energías.

No se puede negar que, que salir fuera del país, viajar a tierras extrañas, tiene  su  aliciente.  A  muchos nos  gusta viajar y todos estamos  ansiosos por descubrir  nuevos lugares, vivir experiencias diferentes,  romper  rutinas,  llenarnos los ojos de paisajes exóticos.  No dudo de que a veces, eso sirva con un pequeño empujoncito  suplementario para  quebrar las últimas resistencias, pero dudo mucho que alguien acepte  involucrarse en un proyecto solidario a miles de kilómetros de su casa, por el mero placer de la aventura, y menos cuando  pasadas las primeras semanas,  el día a día puede ser tan monótono  como la más tediosa tarea de casa.

Me basta pensar en mis nietos, en sus padres siempre pendientes de ellos, en su bonito colegio, en sus actividades, en sus amiguitos con  familias  muy parecidas a la suya,  en sus vacaciones,  sus juguetes, sus consolas,  la suficiencia y normalidad con la que usan el agua, la luz, el ascensor, el teléfono, la tecnología… sus comidas, sus meriendas y sus golosinas…. y luego pienso en  Doremon  o en Suchai… en  su  casa,  su choza,  de bambú y paja. No tienen  ni un rincón de suelo  liso.  No hay mesas  ni sillas donde  escribir o sentarse. lLa cama es una estera de paja trenzada enrollada en un rincón.  No  necesitan interruptores, porque no tienen  luz eléctrica.  Tampoco tienen grifos. ¿Para qué?  Si queda agua de lluvia almacenada en las tinajas alrededor de la casa, todo va bien,  pero en la época seca hay que ir hasta el río o el estanque a buscar el agua  para lavarse.  Engañan el  hambre  con cualquier chuchería hasta  la hora de la cena,  algunos llegan al colegio  sobre todo porque tienen la oportunidad de una comida suplementaria a mediodía.  Doremon  a penas recuerda a su madre.  Cuando le pregunto por ella, sus ojos se nublan  y me responde que está en la ciudad…. y generalmente ese es un eufemismo  que esconde su  profesión.  Cuando su madre se marchó a la capital el padre se volvió a casar y vive con su nueva mujer y sus nuevos hijos  en un pueblo de Birmania  al que ha regresado.  Doremon vive ahora  con su abuela  al igual que su primo Suchai  cuya madre se divorció y nadie sabe dónde está. 

La lotería de la vida  ha bendecido  a mis nietos,  antes de que hicieran nada para merecerlo. El único error de Doremon y de Suchai es haber nacido en el lugar  equivocado. Pero entonces  dónde está  la igualdad de oportunidades? 

Cuándo le preguntaron al  filántropo Nicholas D. Kristof, columnista del  New York Times,  por qué se ocupaba de los problemas  de Sudamérica cuando había aún tanto por  arreglar en Estados Unidos, éste no dudó en contestar:  “Una de las razones por las que animo a la gente  salir de sus zonas de confort  es que desde lejos  con frecuencia es más fácil ver nuestros privilegios y nuestras responsabilidades”. 

Mis nietos y mis alumnos  Doremon y Suchai tienen casi la misma edad.  Los cuatro tienen talento  y sueños,  los cuatro  tratarán de aprovechar todas las oportunidades  que les ofrezca la vida,  pero a la hora de la verdad no podemos obviar esta  evidente realidad:  el talento es universal pero las oportunidades no lo son.

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