A partir de los años 70 Tailandia llevó a efecto importante obras de ingeniería para por una
parte regular el caudal de sus numerosos ríos evitando así desastrosas
inundaciones y por otra parte generar electricidad.
La
provincia de Kanchanaburi, en el Noroeste del país, de montañas escarpadas, vegetación
exuberante, caudalosos ríos, entre los cuales se cuentan los famosos Ríos Kwai que probablemente sigan evocando una canción silbada en la mente de los cinéfilos,
vio en poco tiempo desaparecer bajo las aguas cerca de mil kilómetros cuadrados de su superficie
debido a dos pantanos gigantes construidos
entre 1970 y 1980.
El pantano Vajilalongkorn (nombre del príncipe heredero) Es el más cercano a Sanglaburi que se mira en
sus aguas en el extremo norte. Almacena más de ocho mil millones de metros cúbicos y produce 740 GWh. El pasado año pude visitarlo, recorrerlo en
barco y visitar una de sus numerosas
islas famosa por una variedad de cocos particularmente fragantes y sabrosos.
Tenía interés este año en conocer
el pantano de Sri Nakarin (Así nombrado en honor de la Reina Madre) por dos motivos. Es uno de los pantanos mejor explotados
turísticamente, y a pocos
kilómetros se encuentra el Parque
Nacional de Erawan con posiblemente las cataratas más bellas de toda Tailandia.
El pantano es impresionante. Donde mires ves
mil matices de verde y aunque
estamos en la cuenca alta de un
río y rodeados de montañas, no tenemos impresión de altura porque en ningún momento
afloran picachos rocosos
o despejadas y frías cumbres
graníticas. Todo está cubierto por el mismo manto de vegetación tejido con el
verde claro y tembloroso de los bambús, o
el más oscuro de los diferentes árboles madereros como la teca, el padouk o la caoba El pantano cubre una superficie de 419
kilómetros.
La provincia de Kanchanaburi, en
la que nos encontramos es una especie de pulmón verde que los tailandeses utilizan cada
vez más como lugar de recreo, descanso,
aventura, pesca y deportes acuáticos. Las carreteras 343 o 3199 que discurren paralelas a los ríos Kwai Yai y Kwai Noi y se dirigen
hacia los embalses mencionados se
sobrecargan de viajeros que abandonan la
capital los fines de semana en busca del
contacto con una naturaleza incontaminada y casi primigenia. Para
albergarlos, han ido surgiendo a lo largo de los ríos y a
orilla de los embalses numerosos “Resorts” formados por casa flotantes donde la rusticidad exterior contrasta con el
lujo y confort del aire acondicionado,
los restaurantes gastronómicos, los centros de ocio y deporte. A la puerta de la
habitación uno puede tener amarrada una
canoa para hacer piragüismo, o puede seguir un programa completo de actividades de
aventura tales como trekings, motocross,
viajes en elefante o descenso de ríos en balsas de bambú.
Me albergué durante dos noches en
el Raya Buri Resort a orillas del pantano y disfruté de un silencioso y vigorizante fin de semana dedicado a la
lectura, la contemplación del paisaje, el descanso y cómo no, la visita a las
cataratas de Erawan. Como en muchos
lugares en Tailandia, no acabo de acostumbrarme al trato discriminatorio hacia
los extranjeros que pagamos por la
visita al parque, museo, o palacio diez veces más que el turista local. Sin embargo
la visita merece la pena. Se trata de
una serie de siete cascadas escalonadas a lo largo de kilómetro y medio de empinadas y a veces resbaladizas escaleras y senderos. Jadeante llegué hasta la cuarta catarata renunciando muy a pesar mío a la más alta que
dicen es siempre la más bonita.
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