El
año pasado fue toda una sorpresa. Por primera vez presenciaba una ceremonia en
la que los niños, postrados ante sus profesores, les ofrecían flores y con una
profundísima reverencia les agradecían su labor de docentes.
La ceremonia , de una pasmosa
sencillez, reflejaba no obstante el respeto
que en este país se sigue teniendo a los profesores, un revelador
contraste con la manera en que en nuestro país el profesor ha ido perdiendo su autoridad y a
veces ha sido relegado a un papel secundario
de facilitador de material y contenidos didácticos, cuando no se le ha responsabilizado de las
carencias educativas pertenecientes al ámbito familiar:
limpieza, respeto, urbanidad,
atención, amor al trabajo, etc.
Este año la ceremonia se ha repetido y
por partida doble, ya que para que los alumnos tuvieran un mayor contacto con
sus tutores, se decidió que ambos colegios en los que trabajo, celebraran el día de Respeto al maestro por separado.
Fui recibiendo pequeños manojos de
flores, incienso y velas, más o menos elaborados de manos de algunos chiquillos
y me sentí profundamente emocionado. En
el fondo, para los más pequeños yo no soy más que el profesor farang
(extranjero) que les saluda en
inglés y al que a fuerza de repetición se han acostumbrado a contestar de forma
mecánica también en inglés, aunque
todavía se equivoquen al usar el “good morning” o el “good afernoon”.
Los alumnos mayores, aunque siguen en cuarto de primaria ya tienen 13 y 14 años, y llegan a mi escondiendo a penas su timidez. Creo que se
esperan que les sorprenda con alguna pregunta en inglés que no sepan contestar,
pero hoy no se trata de eso. Lo que me llama la atención es que las muchachas y
muchachos que mayor dificultades tienen y que mayor retraso arrastran, son las primeras que se
acercan a mí para ofrecerme su
respetuoso saludo. Primera promoción
del colegio, pese a los cuatro años que
llevan aquí, arrastran fuertes carencias
en el área de lectura, que hace que lo poco que
aprenden es exclusivamente fruto de su
capacidad de memorización.
Las jóvenes profesoras a las que el
pasado año también di clase de inglés,
vienen en grupo a saludarme. Me abrazan con el cariño que se abraza a un
abuelo. Nos fotografiamos juntos, (No deja de sorprenderme lo mucho que la
gente se fotografía en Tailandia). Me desean salud y fuerzas para seguir
trabajando aquí muchos años. Para no decepcionarlas, sonrío pero sé que ya no
volveré a sentir la cordialidad de esta ceremonia.