Me pregunto cómo pueden
caminar, correr y jugar descalzos por caminos pedregosos. Les veo llegar
descalzos al colegio y sé que han recorrido varios kilómetros a pie sin
enterarse de que van descalzos. Les pregunto dónde están sus zapatillas y me
dicen que las han olvidado, o que se les han roto, o que su mamá no tiene dinero para comprarles unas zapatillas nuevas, y me siento un poco culpable por los baht que tintinean en mi bolsillo.
Algunos niños ya lo saben. En cuanto se quedan sin
zapatillas, acuden al profesor Fred que
siempre está dispuesto a comprarles
zapatillas nuevas. Esta mañana me he
adelantado yo a ellos y cuando formaron filas para entrar en clase fui apartando
los que iban descalzos. Reuní una buena
docena. con la ayuda de mi amigo Victor y de la cocinera los metimos a todos en
la pick up y nos los llevamos al pueblo
para comprarles zapatillas nuevas. Todos volvieron contentos luciendo
sus nuevas chancletas. ¿Cuánto
les durarán? Seguramente muy poco. Las
zapatillas de goma aguantan peor
las piedras y guijarros del
camino que las encallecidas plantas de
sus pies. Están tan habituados a descalzarse en cualquier momento para entrar en casa, en
clase, en la tienda o en el templo, que
no es de extrañar que al salir de
cualquiera de estos sitios se las dejen olvidadas
y sigan caminando tan ricamente, hasta que de nuevo les vea llegar descalzos y
sonrientes.
Una voluntaria que pasó por aquí el año pasado me dejó algo
de dinero para dispusiera del él a favor de los niños. En el colegio, la operación calzado lleva su
nombre.
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