11 de julio de 2009

Vicente Aleixandre: En la Plaza


Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.

No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita
extendido.

Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con
temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también transcurría.

Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.

Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.

Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quisieras algo preguntar a tu imagen,

no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.


Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y se crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.

Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!
Vicente Aleixandre (En la Plaza)

6 comentarios:

Jade dijo...

Hay otras formas de estar en la plaza: vivr en ella, no entrar o mejor aún entrar con los ojos cerrados, llenar el pecho de aire y zambullirse y resistir,resistir hasta ser los otros,hasta quedar sin aliento mmmmmmm.

Amaya Martín dijo...

Y como en la plaza la vida.., perderse y dejarse arrastrar por la vida, por el rio de sus emociones..
Magnifico el texto que nos trajiste hoy..

Un fuerte abrazo Fede

Calle Quimera dijo...

Todo lo que haga falta, menos quedarse en la ventana a ver pasar la vida bajo ella... En eso jamás se debe caer.

Ha sido bonito recordar este poema de Aleixandre.

Besos, Fede, y un gran abrazo.

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Prometeo dijo...

Has tocado uno de mis grandes poetas, casi todos ya muertos, quizas este el mas original y fuerte, con imafenes que van mas alla de nuestra prosaica realidad...un abrazo.

Durrell dijo...

No sabía que era tu cumpleaños, Felicidades y por muchos más que cumplas.

Leyendo "En la Plaza" me ha venido a la mente el post de otro bloguero "El lagarto en su laberinto" que preguntaba en una entrada ¿Hay vida antes de la muerte?... siempre se hace al revés esta pregunta... pero tenía razón en escribirla como lo hizo, porque a veces nos quedamos como viendo la vida pasar y no es eso. A veces hay que pellizcarse y decirse a uno mismo: ¡eh, despierta y actua! De algún modo tenemos que buscar ejercer nuestras posibilidades hasta donde nos pueda llevar. Y una de ellas es esta plaza bloguera llena de amigos ¿verdad?

Un abrazo