LOS CRÍMENES DE OXFORD.
España 2008
Dirigida por Alex de la iglesia
Duración 110 minutos
Género Intriga Thriller
“El aleteo de una mariposa en Europa puede provocar una tormenta tropical en el Caribe”
El clásico principio de incertidumbre de Heisenberg y la novela del Argentino Guillermo Martínez están en el origen de esta película que aunque de nacionalidad española está íntegramente rodada en inglés y con autores en su mayor parte extranjeros. Admirada y elogiada por unos, es sarcásticamente criticada por otros y a decir verdad no sé por qué bando inclinarme.
Ciertamente mezclar el crimen y la lógica matemática, o disfrazar el famoso teorema de Fermat ya descubierto por un ficticio teorema de Tenant aún por descubrir; es tan extraño como acercarse al mundo escolástico de Oxford donde nada es lo que parece, donde los científicos se debaten interminablemente con las teorías de Turing o de Pitágoras y donde el profesor Arthur Seldon (John Hurt) nos interroga si se puede conocer la verdad.
En mi opinión se trata de una buena película, entretenida, con un argumento novedoso, ambientada en el mundo académico en el exclusivo e impresionante encalve de la Universidad de Oxford; con una música apropiada para las películas de misterio y una fotografía digna de mención en particular por sus encuadres las lecciones magistrales.
Dicho esto, creo que la trama de los acontecimientos está pobremente enlazada, que los crímenes, que teóricamente siguen una lógica matemática urdida, pensamos nosotros, por una mente diabólica como desafío a los sesudos matemáticos que tienen el reto de solucionar, se desbaratan por sí solos antes de llegar al final de la película. Además, las diferentes escenas pobremente relacionadas entre sí hasta el punto de tener que inventar un papel ficticio para Leonor Watling como enfermera de hospital con la misión no confesada de alargar la película poniendo una pequeña nota erótica a lo que sin ella, podría convertirse en un muermo entre académicos.
Y hablando de actores, indudablemente esta actriz borda su papel como enfermera pero sobre todo sabe representar una escena de cama con tal realismo que a su lado el joven matemático Martín (Elijah Wood) en cuestiones de alcoba parece un tímido principiante. Me ha gustado como siempre, la actuación de John Hurt como el despótico profesor de lógica Arthur Seldom. Por el contrario Elijah Wood no sólo hace un mal papel como amante, sino que el papel de sesudo matemático en ciernes le cae grande. Tampoco me ha gustado Julie Cox en su papel de Beth, violencelista e hija de la casera Sra. Eagleton antigua profesora de matemáticas responsable de descifrar el código Enigma durante la segunda guerra mundial.
En resumen, se trata de una película que para los críticos parece sobrepasar los límites de un buen director como es Alex de la Iglesia, y deja bastante que desear pero que para los profanos como yo, que nos interesa sobre todo pasar un rato entretenido y evadirnos sin más, puede resultar entretenida y a veces hasta cómica.
30 de septiembre de 2008
27 de septiembre de 2008
In Memoriam: Paul Newman
Su increíble mirada azul ya no se posará sobre nosotros y nos hará vibrar con la emoción del portento. En la última carrera de la vida, su vista daltónica ya no tendrá dificultades para distinguir el rojo del verde. Después de una rápida enfermedad, con discreción, dejó la clínica para regresar a su casa y despedirse en la intimidad de la familia, de una larga carrera como actor y director de cine.
A sus 83 años nos deja Paul Newman, pero nunca tan cierto como ahora el dicho que asegura que mientras uno sólo de nosotros les guarde en la memoria, los grandes hombres no se van para siempre.
Y cómo poder olvidar películas antiguas como La gata sobre el tejado de zinc y su fantástica actuación frente a Elizabeth Taylor, la romántica Dulce pájaro de jvuentud con Shirley Knight o las más recientes actuaciones en Verdicto final y Camino de perdición. Paul Newman permanecerá en nuestro recuerdo, como pernanecerá en el corazón de todos los que conocieron su intensa labor social en particular entre los jóvenes a través de sus campamentos de verano.
Puesta de sol en Suances (Cantabria)
Acudo con frecuencia a este rincón de Suances.
La playa de los locos, queda más abajo, bajando por el suave acantilado.
Cae la tarde, y las olas se vuelven mercurio líquido y perezoso.
Los surfistas espean pacientes la gran ola que no llega
y las cañas se cimbrean suavemente en la ligera brisa que sopla del este.
La playa de los locos, queda más abajo, bajando por el suave acantilado.
Cae la tarde, y las olas se vuelven mercurio líquido y perezoso.
Los surfistas espean pacientes la gran ola que no llega
y las cañas se cimbrean suavemente en la ligera brisa que sopla del este.
24 de septiembre de 2008
Diego Rivera: La vendedora de flores
La Vendedora de flores (1949)
Oléo sobre tela
Museo Español de Arte contemporáneo
Desde finales de la década de 1930, Diego Rivera se dedicó a la pintura paisajista y retratos. Desarrolló en sus últimas pinturas un estilo indigenista y social de gran atractivo popular. Su más ambicioso y gigantesco proyecto, un mural épico sobre la historia de México para el Palacio Nacional, quedó inconcluso a su muerte, acaecida en la Ciudad de México el 25 de noviembre de 1957.
Diego Rivera, en formas simplificadas y con vivo colorido, rescató bellamente el pasado precolombino, al igual que los momentos más significativos de la historia mexicana: la tierra, el campesino y el obrero; las costumbres, y el carácter popular. Una buena ilustración de esas pinturas que tienen por tema el campesino oprimido es la magnífica serie de las vendedoras de flores. Contrasta la belleza y blancura de las flores con el color terroso de las campesinas y la acumulación de tanta flor acaba creando una sensación de agobio que nos hace sentir más vívidamente la opresión de los campesinos.
La aportación de la obra de Diego Rivera al arte mexicano moderno fue decisiva en murales y obras de caballete; fue un pintor revolucionario que buscaba llevar el arte al gran público, a la calle y a los edificios, manejando un lenguaje preciso y directo con un estilo realista, pleno de contenido social.
22 de septiembre de 2008
Premio PROXIMIDADE
Agradezco a Consuelo Labrado la concesión de este Premio "na Proximidade"
A pesar del cariño con el que lo recibo, no voy a cumplir la normativa del mismo consistente en hacerlo extensivo a otras ocho personas.
Me muevo en un círculo muy restringido de amigos bloggeros y por consiguiente me limitaré a ofrecérselo a Mucha de la Torre. http://recomenzar.blogspot.com/
A pesar del cariño con el que lo recibo, no voy a cumplir la normativa del mismo consistente en hacerlo extensivo a otras ocho personas.
Me muevo en un círculo muy restringido de amigos bloggeros y por consiguiente me limitaré a ofrecérselo a Mucha de la Torre. http://recomenzar.blogspot.com/
La blusa violeta
Pero luego ya ves, yo no quería quererte demasiado:
el amor es una lectura en las páginas de un libro.
Intacta pervive una derrota existencial – tan dolorosa –
lento el otoño se desvanece en la penumbra;
entre anuncios y carteles luminosos.
Las luces destellan cegadoras en los cines;
cada vez el recuerdo más cerca de todas las presencias.
Tal vez fueron los ojos, la mirada indebida.
A lo mejor la alquimia, o de nuevo la dulzura;
una antigua herida que siempre a destiempo sangra.
El silencio camina de puntillas por los labios,
como trepan los jazmines por las enredaderas.
El corazón de un pájaro late en el temblor de un trino.
Me ofreces las cenizas de los fuegos posibles;
donde sólo el fulgor de una hojarasca se presagia;
se escuchan las pisadas de una extraña presencia,
en el vestidor oscuro de un club de carretera.
He venido a tocar al piano una canción tristísimo.
Dice: “Ámame en junio lo mismo que en septiembre”.
Queda el rastro de una rosa en el ojal de la camisa;
sobre botones los blancos de una blusa violeta.
el amor es una lectura en las páginas de un libro.
Intacta pervive una derrota existencial – tan dolorosa –
lento el otoño se desvanece en la penumbra;
entre anuncios y carteles luminosos.
Las luces destellan cegadoras en los cines;
cada vez el recuerdo más cerca de todas las presencias.
Tal vez fueron los ojos, la mirada indebida.
A lo mejor la alquimia, o de nuevo la dulzura;
una antigua herida que siempre a destiempo sangra.
El silencio camina de puntillas por los labios,
como trepan los jazmines por las enredaderas.
El corazón de un pájaro late en el temblor de un trino.
Me ofreces las cenizas de los fuegos posibles;
donde sólo el fulgor de una hojarasca se presagia;
se escuchan las pisadas de una extraña presencia,
en el vestidor oscuro de un club de carretera.
He venido a tocar al piano una canción tristísimo.
Dice: “Ámame en junio lo mismo que en septiembre”.
Queda el rastro de una rosa en el ojal de la camisa;
sobre botones los blancos de una blusa violeta.
La blusa violeta 2008
Soledad Zurera
21 de septiembre de 2008
Un hombe en la oscuridad
UN HOMBRE EN LA OSCURIDAD
novela
Paul Auster
Anagrama 2008
Panorama de narrativas
Título original: Man in the Dark 2008
Traducido del inglés por Benito Gómez Ibáñez
207 páginas
Me había propuesto no hacer la reseña de la última novela de Paul Auster recién publicada en España . Pese a mi admiración por este escritor de moda, no puedo deshacerme en alabanzas y por consiguiente, por lealtad hacia mi mismo,tengo que decir por qué.
Su novela anterior: Viajes por el Escriptorium tiene cómo protagonista a un sexagenario y la historia se desarrolla en un solo día. Un hombre en la oscuridad, tiene por protagonista a otro sexagenario y se desarrolla en una sola noche. Nada que objetar, si no fuera porque me induce a pensar que el escritor ha querido escribir su novela tan rápidamente como su personaje, August Brill elucubra historias para mitigar su insomnio. No me explico de otro modo, la terminación tan brusca del primer y relato mágico del que esperábamos reflexiones de mayor hondura que la acerba crítica de la política norteamericana actual. ¿Será que el hombre en la oscuridad es el propio Paul Auster y que su mayor éxito actual no es precisamente el literario sino el comercial?
Y sin embargo, todos los buenos ingredientes polausterianos están ahí: la casualidad, el azar, la soledad del individuo, la crisis de identidad. Incluso su afición a construir las novelas como una muñeca rusa imbricándose una historia en la siguiente, estableciendo paralelismos, haciendo interesantes regresiones al mundo del cine y su particular lenguaje para expresar en muy pocos fotogramas lo que la novela necesita cientos de palabras para explicar.
No desvelaré las historias que se narran en la novela, ya que no quiero estropear el placer de su lectura a mis eventuales lectores. Navegamos de Ausgust Brill a Owen Brick y para compensar nuestra paciencia nos deleitamos con la fluidez y la transparencia de la escritura de Auster. Pocos autores como él, son capaces de escribir novelas urbanas con un lenguaje tan contemporáneo, tan de la calle que nos arrastra y nos sumerge en los ambientes que describe. En esa faceta, Auster, como siempre, sigue estando genial y sólo por ello merece ser leído. Por eso y por sus tramas bien hiladas.
Es cierto que Paul Auster sigue buscando su inspiración en la propia biografía y que en mi opinión esta novela tiene más estilo que contenido. Me gustaría volver a leer alguna nueva novela al estilo de Leviatán pero estamos ante un escritor consagrado que se puede permitir períodos más flojos porque su estilo es siempre único y su fama puede con todo.
novela
Paul Auster
Anagrama 2008
Panorama de narrativas
Título original: Man in the Dark 2008
Traducido del inglés por Benito Gómez Ibáñez
207 páginas
Me había propuesto no hacer la reseña de la última novela de Paul Auster recién publicada en España . Pese a mi admiración por este escritor de moda, no puedo deshacerme en alabanzas y por consiguiente, por lealtad hacia mi mismo,tengo que decir por qué.
Su novela anterior: Viajes por el Escriptorium tiene cómo protagonista a un sexagenario y la historia se desarrolla en un solo día. Un hombre en la oscuridad, tiene por protagonista a otro sexagenario y se desarrolla en una sola noche. Nada que objetar, si no fuera porque me induce a pensar que el escritor ha querido escribir su novela tan rápidamente como su personaje, August Brill elucubra historias para mitigar su insomnio. No me explico de otro modo, la terminación tan brusca del primer y relato mágico del que esperábamos reflexiones de mayor hondura que la acerba crítica de la política norteamericana actual. ¿Será que el hombre en la oscuridad es el propio Paul Auster y que su mayor éxito actual no es precisamente el literario sino el comercial?
Y sin embargo, todos los buenos ingredientes polausterianos están ahí: la casualidad, el azar, la soledad del individuo, la crisis de identidad. Incluso su afición a construir las novelas como una muñeca rusa imbricándose una historia en la siguiente, estableciendo paralelismos, haciendo interesantes regresiones al mundo del cine y su particular lenguaje para expresar en muy pocos fotogramas lo que la novela necesita cientos de palabras para explicar.
No desvelaré las historias que se narran en la novela, ya que no quiero estropear el placer de su lectura a mis eventuales lectores. Navegamos de Ausgust Brill a Owen Brick y para compensar nuestra paciencia nos deleitamos con la fluidez y la transparencia de la escritura de Auster. Pocos autores como él, son capaces de escribir novelas urbanas con un lenguaje tan contemporáneo, tan de la calle que nos arrastra y nos sumerge en los ambientes que describe. En esa faceta, Auster, como siempre, sigue estando genial y sólo por ello merece ser leído. Por eso y por sus tramas bien hiladas.
Es cierto que Paul Auster sigue buscando su inspiración en la propia biografía y que en mi opinión esta novela tiene más estilo que contenido. Me gustaría volver a leer alguna nueva novela al estilo de Leviatán pero estamos ante un escritor consagrado que se puede permitir períodos más flojos porque su estilo es siempre único y su fama puede con todo.
17 de septiembre de 2008
Amistad hombre-Mujer
“Una amistad profunda, después de todo, es un afecto apasionado hacia otra persona y yo creo que en el fondo de toda gran amistad hay un componente amoroso, aunque no exista un deseo erótico. Este componente es más fuerte en la amistad entre personas de distinto sexo, lo que da un valor muy alto a la amistad entre hombre y mujer, no sólo por la percepción de ese componente, sino porque nos enriquece mucho más que la amistad con nuestro mismo sexo al aportarnos una visión distinta de las cosas. Creo que en toda gran amistad hombre-mujer hay un fondo de enamoramiento mutuo y eso nos lleva a una situación sensual fabulosa, combinada con el placer intelectual del intercambio y con, a veces, la ilusión de lo que podría haber sido amor. Un amor que, al no realizarse como tal, no produce nunca el desengaño.”
José Luis Sanpedro
La escritura necesaria
Retomo hoy este pequeño extracto de la interesantísima biografía del escritor, economista y filósofo José Luis Sanpedro para reflexionar sobre las relaciones de amistad hombre-mujer.
Tengo muchos amigos y no pocas amigas y tengo que admitir que en términos generales estoy de acuerdo con el escritor. Es cierto que mis amistades masculinas han sido algunas veces más profundas y casi siempre más desinhibidas, menos cautas, menos formales, que mis relaciones con personas de sexo diferente, pero también es cierto que cuando se han establecido claramente los términos de esa amistad las relaciones con mis amigas han supuesto un importante contrapeso a mis prejuicios, posiciones radicales, incomprensiones y brusquedades. Es como cambiar de filtro en fotografía. El paisaje es el mismo, pero las tonalidades, los matices, han cambiado
En otro tiempo, participando en un foro me hice una serie de preguntas que me contesté a mis mismo de la manera siguiente:
Son idénticas mis reacciones ante un amigo o una amiga?
La respuesta es "no". Creo que culturalmente hemos sido programados para reaccionar de manera diferente. Mi amistad con mujeres tiene un componente afectivo que en el caso de los hombres se transforma en algo más viril, algo bruto, que nos se identifica más con nuestra manera de ser.
¿Hablo de las mismas cosas con mis amigos que con mis amigas?
La respuesta es de nuevo "no". Con mis amigos hablo de cosas que indirectamente me afectan: trabajo, hobbies, deportes, literatura; pero por más que me analizo, casi nunca hablo de sentimientos. Con mis amigas, el tema principal de mis conversaciones gira en torno a los sentimientos. Míos propios o de otros.
Cuando planteo una pregunta personal, ¿recibo la misma respuesta independientemente del sexo del interrogado?
Una vez más, la respuesta es "no". Mis amigas suelen dar respuestas con enfoques diferentes. Ni mejores ni peores. Simplemente diferentes. El aspecto psicológico, emotivo tiene una mayor preponderancia.
¿La amistad con mis amigas tiene o podría tener un componente amoroso?
Si por amoroso entiendo "afectivo, cariñoso, más emotivo que con un hombre", la respuesta es positiva. Es evidente que esos sentimientos pueden derivar en algunos casos hacia relaciones de componente emocional mas comprometido o incluso de enamoramiento. Pero no es necesariamente el caso, y afortunadamente gracias a ello la permanencia de mi amistad está asegurada.
José Luis Sanpedro
La escritura necesaria
Retomo hoy este pequeño extracto de la interesantísima biografía del escritor, economista y filósofo José Luis Sanpedro para reflexionar sobre las relaciones de amistad hombre-mujer.
Tengo muchos amigos y no pocas amigas y tengo que admitir que en términos generales estoy de acuerdo con el escritor. Es cierto que mis amistades masculinas han sido algunas veces más profundas y casi siempre más desinhibidas, menos cautas, menos formales, que mis relaciones con personas de sexo diferente, pero también es cierto que cuando se han establecido claramente los términos de esa amistad las relaciones con mis amigas han supuesto un importante contrapeso a mis prejuicios, posiciones radicales, incomprensiones y brusquedades. Es como cambiar de filtro en fotografía. El paisaje es el mismo, pero las tonalidades, los matices, han cambiado
En otro tiempo, participando en un foro me hice una serie de preguntas que me contesté a mis mismo de la manera siguiente:
Son idénticas mis reacciones ante un amigo o una amiga?
La respuesta es "no". Creo que culturalmente hemos sido programados para reaccionar de manera diferente. Mi amistad con mujeres tiene un componente afectivo que en el caso de los hombres se transforma en algo más viril, algo bruto, que nos se identifica más con nuestra manera de ser.
¿Hablo de las mismas cosas con mis amigos que con mis amigas?
La respuesta es de nuevo "no". Con mis amigos hablo de cosas que indirectamente me afectan: trabajo, hobbies, deportes, literatura; pero por más que me analizo, casi nunca hablo de sentimientos. Con mis amigas, el tema principal de mis conversaciones gira en torno a los sentimientos. Míos propios o de otros.
Cuando planteo una pregunta personal, ¿recibo la misma respuesta independientemente del sexo del interrogado?
Una vez más, la respuesta es "no". Mis amigas suelen dar respuestas con enfoques diferentes. Ni mejores ni peores. Simplemente diferentes. El aspecto psicológico, emotivo tiene una mayor preponderancia.
¿La amistad con mis amigas tiene o podría tener un componente amoroso?
Si por amoroso entiendo "afectivo, cariñoso, más emotivo que con un hombre", la respuesta es positiva. Es evidente que esos sentimientos pueden derivar en algunos casos hacia relaciones de componente emocional mas comprometido o incluso de enamoramiento. Pero no es necesariamente el caso, y afortunadamente gracias a ello la permanencia de mi amistad está asegurada.
16 de septiembre de 2008
Divisadero
DIVISADERO
Novela
Michael Ondaatje
Alfaguara 2008
Titulo original: Divisadero 2007
Traducido del inglés por José Luis López Muñoz
·309 páginas
No se puede reseñar ni explicar una sinfonía de Malher y no se peude ni reseñar ni explicar la última novela de Michael Ondaatje, como se reseña una historia lineal. El autor de El paciente inglés no escribe una historia para ser leída de un tirón; mas bien, como un compositor que crea un tema musical y lo modula en mil formas diferentes, Ondaatje llega a nosotros con novelas que son un cúmulo de historias aparentemente inconexas pero que, como los movimientos musicales reinciden en el tema principal y ahondan y ponen en carne viva las sensaciones poéticas que el escritor quiere hacer brotar en nosotros.
Miachel Ondaatje no es un novelista corriente. La trama de sus historias es siempre secundaria y supeditada a la música, a la poesía que quiere crear. Por ese motivo, salta de un tema a otro, de manera casi desordenada sin explicaciones previas, sin casi avisar y nos sumerge una y otra vez en una atmósfera poética en la que se recrea y acaba haciéndonos desear que nunca se acabe. Como con ningún otro novelista he sentido, al terminar la novela, que debía volver a leerla. No es una novela para pedir prestada en una biblioteca y devolverla al cabo de quince días.
Los personajes de esta novela son huérfanos en busca de una madre ausente. Anne, Coop y Claire se han criado juntos como hermanos. Circunstancias de sus vidas les separan de forma brutal y cada uno por su lado vive una historia inacabada. El novelista, insiste además en esa sensación de que sigue algo pendiente que debemos descubrir. La vida de tahúr de Coop, o la abogada de causas perdidas en que se ha convertido Claire, se contrapone con la vida de Anne en el sur de Francia tras los pasos de un poeta olvidado. Vidas separadas, y vidas enlazadas finalmente por un mismo sentimiento de pertenencia y una gran permeabilidad hacia los demás.
“Permanece en nosotros una presencia de los demás, aunque los hayamos conocido durante un breve espacio de tiempo. Les llevamos dentro el resto de nuestras vidas sean cuales sean la fronteras que crucemos” Esta frase extraída del libro y traducida libremente, parece resumir la sensación que dejan en nosotros los personajes de Ondaatje. Se hacen familiares a fuerza de querer indagar en su misterio. Una gran novela para los que quieran adentrarse con calma en un ambiente poético, casi místico donde lo que importa es sobre todo poso que nos queda.
Novela
Michael Ondaatje
Alfaguara 2008
Titulo original: Divisadero 2007
Traducido del inglés por José Luis López Muñoz
·309 páginas
No se puede reseñar ni explicar una sinfonía de Malher y no se peude ni reseñar ni explicar la última novela de Michael Ondaatje, como se reseña una historia lineal. El autor de El paciente inglés no escribe una historia para ser leída de un tirón; mas bien, como un compositor que crea un tema musical y lo modula en mil formas diferentes, Ondaatje llega a nosotros con novelas que son un cúmulo de historias aparentemente inconexas pero que, como los movimientos musicales reinciden en el tema principal y ahondan y ponen en carne viva las sensaciones poéticas que el escritor quiere hacer brotar en nosotros.
Miachel Ondaatje no es un novelista corriente. La trama de sus historias es siempre secundaria y supeditada a la música, a la poesía que quiere crear. Por ese motivo, salta de un tema a otro, de manera casi desordenada sin explicaciones previas, sin casi avisar y nos sumerge una y otra vez en una atmósfera poética en la que se recrea y acaba haciéndonos desear que nunca se acabe. Como con ningún otro novelista he sentido, al terminar la novela, que debía volver a leerla. No es una novela para pedir prestada en una biblioteca y devolverla al cabo de quince días.
Los personajes de esta novela son huérfanos en busca de una madre ausente. Anne, Coop y Claire se han criado juntos como hermanos. Circunstancias de sus vidas les separan de forma brutal y cada uno por su lado vive una historia inacabada. El novelista, insiste además en esa sensación de que sigue algo pendiente que debemos descubrir. La vida de tahúr de Coop, o la abogada de causas perdidas en que se ha convertido Claire, se contrapone con la vida de Anne en el sur de Francia tras los pasos de un poeta olvidado. Vidas separadas, y vidas enlazadas finalmente por un mismo sentimiento de pertenencia y una gran permeabilidad hacia los demás.
“Permanece en nosotros una presencia de los demás, aunque los hayamos conocido durante un breve espacio de tiempo. Les llevamos dentro el resto de nuestras vidas sean cuales sean la fronteras que crucemos” Esta frase extraída del libro y traducida libremente, parece resumir la sensación que dejan en nosotros los personajes de Ondaatje. Se hacen familiares a fuerza de querer indagar en su misterio. Una gran novela para los que quieran adentrarse con calma en un ambiente poético, casi místico donde lo que importa es sobre todo poso que nos queda.
12 de septiembre de 2008
Confianza
En el valle de Elah
EN EL VALLE DE ELAH
USA 2007
Dirigida por Paul Haggis
Interpretes: Tommy Lee Jones y Charlize Theron
Duración: 120 minutos
Género: Drama Guerra de Irak.
He estado deliberando antes de escribir la reseña de esta impactante película de Paul Haggis porque no sé a ciencia cierta lo que de verdad me ha gustado en ella.
El cine puede ser entretenimiento y evasión, pero es evidente que esta película ni es entretenida ni te distrae hasta el punto de que te evadas de tus problemas y disfrutes de una historia entretenida y de poco desgaste neuronal.
Los más cinéfilos disfrutarán de la técnica, de los encuadres, de adecuación musical, de la fotografía y de equilibrio entre el lenguaje hablado y el lenguaje fotográfico. No es mi caso, aunque algunos fotogramas tardarán en borrarse de mi mente: por ejemplo la escena del silencioso abrazo del protagonista y su mujer, al final de un largo pasillo que marca un necesario distanciamiento entre nuestras emociones y la fría objetividad de los hechos o la escena en la que el hijo de la inspectora Sanders lucha contra sus miedos, quiere ser él también un David frente a Goliat en el valle de Elah pero necesita aún esa rendijita de luz que le de ánimos.
Pero el cine puede servir también de punto de partida para una reflexión y creo que es aquí donde Paul Haggis que ya nos había sorprendido con la película “Crash” re-incide para enfrentarnos a cualquier guerra, a nuestras certezas, a la manera de afrontar la educación de los hijos y lo que esperamos de ellos y pone en evidencia la hipocresía de unas instituciones moralmente dañadas que prefieren barrer sus miserias y esconderlas debajo de la alfombra.
Lo primero que llama la atención es ver cómo en una sola generación, las cosas han cambiado: Hank, un policía retirado, que ha luchado en Vietnam tiene una fe ciega en los valores tradicionales: el patriotismo, la nobleza, el servicio, la fe en las instituciones, la lealtad, el compromiso. Para el viejo soldado el honor, el ejército, la patria o sus símbolos como la bandera tienen un significado profundo. Sin embargo su hijo, el desaparecido Mike, al igual que sus compañeros de batallón, han entrado en la guerra como se entra en un juego. La vida, la muerte, el dolor, la lealtad, ya no significan nada. Hay una degradación y una pérdida total de valores, una amnesia moral absoluta que como una enfermedad degenerativa les seguirá destrozando aún después de ser repatriados. Mike es simplemente una víctima accidental de esa amnesia, como lo es el perro y la esposa de otro de los veteranos que surge en la historia como contrapunto de lo ocurrido al joven Mike.
Y las instituciones prefieren mirar para otro lado, como el sepulturero del poema de León Felipe, acaban teniendo callo en el alma y permanecen insensibles: indiferencia de la policía, obstáculos del ejército, nadie quiere investigar las circunstancias reales de la desaparición del muchacho. El viejo veterano, como David se enfrenta al Goliat de los poderes públicos, que no quieren enfrentarse a una verdad incómoda. Sólo una mujer, la inspectora Sanders, víctima ella también del machismo y de la desconfianza de sus colegas saca de entre los pliegues de su coraza de dureza la veta más maternal y decide finalmente involucrarse y ayudar al viejo patriota a llegar al fondo de unos hechos que todo el mundo se empeña en echar tierra encima o mirar para otro lado.
La interpretación de Tommy Lee Jones como padre del soldado desaparecido y de Charlize Theron como inspectora Sanders son espléndidos. En ningún momento sobre actúan. No tratan de provocar la compasión o la eficiencia. Actúan como personas honestas, con sus defectos y debilidades. Su lenguaje es creíble desde el principio al final de la película.
Toda violencia deja en quien la emplea heridas interiores imposibles de cicatrizar. La violencia desmitificada, sin el atenuante del ideal o de la pasión, que suponen las guerras modernas dejan tras de si un vergonzante rastro de seres convertidos en sanguinarios y deshumanizados criminales.
USA 2007
Dirigida por Paul Haggis
Interpretes: Tommy Lee Jones y Charlize Theron
Duración: 120 minutos
Género: Drama Guerra de Irak.
He estado deliberando antes de escribir la reseña de esta impactante película de Paul Haggis porque no sé a ciencia cierta lo que de verdad me ha gustado en ella.
El cine puede ser entretenimiento y evasión, pero es evidente que esta película ni es entretenida ni te distrae hasta el punto de que te evadas de tus problemas y disfrutes de una historia entretenida y de poco desgaste neuronal.
Los más cinéfilos disfrutarán de la técnica, de los encuadres, de adecuación musical, de la fotografía y de equilibrio entre el lenguaje hablado y el lenguaje fotográfico. No es mi caso, aunque algunos fotogramas tardarán en borrarse de mi mente: por ejemplo la escena del silencioso abrazo del protagonista y su mujer, al final de un largo pasillo que marca un necesario distanciamiento entre nuestras emociones y la fría objetividad de los hechos o la escena en la que el hijo de la inspectora Sanders lucha contra sus miedos, quiere ser él también un David frente a Goliat en el valle de Elah pero necesita aún esa rendijita de luz que le de ánimos.
Pero el cine puede servir también de punto de partida para una reflexión y creo que es aquí donde Paul Haggis que ya nos había sorprendido con la película “Crash” re-incide para enfrentarnos a cualquier guerra, a nuestras certezas, a la manera de afrontar la educación de los hijos y lo que esperamos de ellos y pone en evidencia la hipocresía de unas instituciones moralmente dañadas que prefieren barrer sus miserias y esconderlas debajo de la alfombra.
Lo primero que llama la atención es ver cómo en una sola generación, las cosas han cambiado: Hank, un policía retirado, que ha luchado en Vietnam tiene una fe ciega en los valores tradicionales: el patriotismo, la nobleza, el servicio, la fe en las instituciones, la lealtad, el compromiso. Para el viejo soldado el honor, el ejército, la patria o sus símbolos como la bandera tienen un significado profundo. Sin embargo su hijo, el desaparecido Mike, al igual que sus compañeros de batallón, han entrado en la guerra como se entra en un juego. La vida, la muerte, el dolor, la lealtad, ya no significan nada. Hay una degradación y una pérdida total de valores, una amnesia moral absoluta que como una enfermedad degenerativa les seguirá destrozando aún después de ser repatriados. Mike es simplemente una víctima accidental de esa amnesia, como lo es el perro y la esposa de otro de los veteranos que surge en la historia como contrapunto de lo ocurrido al joven Mike.
Y las instituciones prefieren mirar para otro lado, como el sepulturero del poema de León Felipe, acaban teniendo callo en el alma y permanecen insensibles: indiferencia de la policía, obstáculos del ejército, nadie quiere investigar las circunstancias reales de la desaparición del muchacho. El viejo veterano, como David se enfrenta al Goliat de los poderes públicos, que no quieren enfrentarse a una verdad incómoda. Sólo una mujer, la inspectora Sanders, víctima ella también del machismo y de la desconfianza de sus colegas saca de entre los pliegues de su coraza de dureza la veta más maternal y decide finalmente involucrarse y ayudar al viejo patriota a llegar al fondo de unos hechos que todo el mundo se empeña en echar tierra encima o mirar para otro lado.
La interpretación de Tommy Lee Jones como padre del soldado desaparecido y de Charlize Theron como inspectora Sanders son espléndidos. En ningún momento sobre actúan. No tratan de provocar la compasión o la eficiencia. Actúan como personas honestas, con sus defectos y debilidades. Su lenguaje es creíble desde el principio al final de la película.
Toda violencia deja en quien la emplea heridas interiores imposibles de cicatrizar. La violencia desmitificada, sin el atenuante del ideal o de la pasión, que suponen las guerras modernas dejan tras de si un vergonzante rastro de seres convertidos en sanguinarios y deshumanizados criminales.
10 de septiembre de 2008
Poema para encender un amor apagado
Puedes pohibirme verte,
y no me quejaré.
Aunque al no verte, cada día
he de morir un poco más.
Pero no me pidas que deje de pensar
(en ti)
ese capricho es el único
que no te puedo dar.
Juega con mis ojos,
entretente con mis lágrimas,
juega con mis sentimientos.
Pero no te dejaré jugar con mi corazón,
porque lo rompiste ¿te acuerdas ?
y le he pegado
y no está seco todavía.
y no me quejaré.
Aunque al no verte, cada día
he de morir un poco más.
Pero no me pidas que deje de pensar
(en ti)
ese capricho es el único
que no te puedo dar.
Juega con mis ojos,
entretente con mis lágrimas,
juega con mis sentimientos.
Pero no te dejaré jugar con mi corazón,
porque lo rompiste ¿te acuerdas ?
y le he pegado
y no está seco todavía.
Gloria fuertes
Historia de Gloria 1981
Feliz quien, como Ulises, hizo un largo viaje (VI y último)
Debido a que el visado de entrada en Tailandia no llegaba y que el ambiente en Saigón estaba muy enrarecido particularmente para un extranjero jóvenes y fácilmente confundible con un asesor militar norteamericano, decidí hacer un poco de turismo económico hasta que pudiera salir del país.
En el hotel me hablaron de Dalat, una conocida ciudad de descanso de la época colonial, particularmente apreciada por los extranjeros por su clima benigno y sus espectaculares paisajes. Una forma relativamente cómoda de viajar allí era tomando un taxi comunal. Alineados en su parada una fila de viejos y destartalados coches, esperaban por los viajeros, que con bultos y algún que otro animal iban entrando hasta completar el cupo de seis. Con una sencilla bolsa de viaje entré en el primer auto de la fila y quedé atrapado entre un anciano que llevaba con mucho mimo un gallo de pelea en sus brazos, y el conductor del taxi. Bendije mi suerte porque en la parte de atrás iban encajonados cuatro personas más y no precisamente de las más livianas. Salvo algún incómodo aleteo de esquelético y tranquilado gallo, yo iba suficientemente holgado y con una perfecta visión del paisaje que era lo que realmente me interesaba.
Después de recorrer un buen trecho de carretera con verdes arrozales de cada lado, nos adentramos en una zona arbolada y de curvas pronunciadas y ascendentes. Al rato, una tremenda explosión hizo que el taxista se detuviera en seco. Una columna de humo negro se elevaba frente a nosotros y poco después un par de helicópteros nos sobrevolaron, lo que hizo que los viajeros cuchichearan entre sí y que el taxista finalmente y con recelo, pusiera el coche en marcha y siguiera ascendiendo con precaución y como sobrecogido. Cuando llegamos a la altura de la columna de humo pudimos observar que se trataba de un taxi como el nuestros que había salido minutos antes que nosotros y tropezó con una mina que le hizo saltar por los aires. Los militares que habían llegado al lugar en el helicóptero no permitieron que nos detuviéramos pero silenciosos, pensamos que unos minutos habían sido los que decidieron que cualquiera de los que viajábamos en el taxi hubiésemos sido una de las víctimas de ese estúpido acto terrorista.
Dalat tiene su fama bien merecida. El clima era perfecto. Por fín volví a sentir algo de frescor por las noches y los paisajes eran incomparables, pero mi espíritu aventurero no incluía los sabotajes terroristas. Llamaba todos los días a la Embajada de Tailandia y al segundo día finalmente recibí la feliz noticia. El visado había llegado. Podía pasarme a recogerlo cuando quisiera. Sin dilación, sin esperar más, ese mismo día regresé a Saigón por el mismo medio que a la ida, afortunadamente sin incidentes . A mi llegada pasé a recoger el visado y con él en mano entré en la primera agencia de viajes que encontré en busca de un vuelo con destino a Bangkok. Thai Airways tenía un vuelo a las seis de la tarde del día siguiente. Puse un telegrama al decano de la Facultad avisándole de mi llegada y me dispuse a esperar.
Ni los soldados apostados en las esquinas de las calles, ni los tanques en torno a los edificios oficiales, ni la trágica experiencia vivida en mi viaje a Dalat consiguieron que me encerrara en la habitación del hotel. Aproveché esas últimas horas en Saigon para pasear por la ciudad, y mezclarme con la gente. Las bellas muchachas de amplios pantalones blancos, túnicas largas de colores vivos, y sombreros cónicos, los miles de bicicletas que pululaban por todas partes como principal medio de transporte, las abigarradas tiendas o chiringuitos locales, la mezcla de templos budistas e iglesias cristianas, y el ademán serio, casi taciturno, de los hombres vietnamitas son algunas de las imágenes que como apuntes perfilan a grandes rasgos, y brochazos mas bien toscos, el cuadro que me ha quedado de esa ciudad vietnamita.
El 9 de Septiembre de 1963 subí por vez primera a un avión y completé así el último tramo de mi largo viaje Tailandia. Debo decir que el vuelo me impresionó más que el barco pero me gustó mucho menos. Todo ocurría demasiado rápido para poder saborearlo. Apenas una hora después del despegue ya iniciábamos el descenso, aunque con suficientes sobresaltos como para recordarlo el resto de mi vida. Estábamos en época de monzones y justamente una tormenta de lluvia y viento azotaba Bangkok en esos momentos. Lo pasé mal. Me sudaban las palmas de las manos y desistí de seguir mirando por la ventanilla para comprobar que pese a la catarata de agua que se abatía sobre el avión, las hélices del avión seguían girando. Unos pocos bandazos más tarde con dos o tres golpes secos en la pista el avión tomó tierra y rodó hasta acercarse a una de las puertas de desembarque. Cuando por fin presenté en la Aduana el pasaporte con mi flamante y recién adquirido visado tuve un sobresalto de pánico que duró segundos. Todo estaba en orden. Recogí el equipaje y salí al exterior con la idea de luchar para conseguir un taxi. Por fortuna, vi mi nombre, escrito en una pancarta y me dirigí hacia persona que lo mantenía en alto. La Universidad había tenido la cortesía de mandar una delegación para recibirme y llevarme al hotel a descansar. Al día siguiente habría una recepción programada en la facultad pero desde mi llegada todos y cada uno de la comitiva de recepción me hizo sentir que había llegado a casa aunque no reconociera ni un letrero, ni un sólo signo si un simple sonido y aunque hubiera recorrido más de diez mil kilómetros desde que dejé la casa de mis padres.
En el hotel me hablaron de Dalat, una conocida ciudad de descanso de la época colonial, particularmente apreciada por los extranjeros por su clima benigno y sus espectaculares paisajes. Una forma relativamente cómoda de viajar allí era tomando un taxi comunal. Alineados en su parada una fila de viejos y destartalados coches, esperaban por los viajeros, que con bultos y algún que otro animal iban entrando hasta completar el cupo de seis. Con una sencilla bolsa de viaje entré en el primer auto de la fila y quedé atrapado entre un anciano que llevaba con mucho mimo un gallo de pelea en sus brazos, y el conductor del taxi. Bendije mi suerte porque en la parte de atrás iban encajonados cuatro personas más y no precisamente de las más livianas. Salvo algún incómodo aleteo de esquelético y tranquilado gallo, yo iba suficientemente holgado y con una perfecta visión del paisaje que era lo que realmente me interesaba.
Después de recorrer un buen trecho de carretera con verdes arrozales de cada lado, nos adentramos en una zona arbolada y de curvas pronunciadas y ascendentes. Al rato, una tremenda explosión hizo que el taxista se detuviera en seco. Una columna de humo negro se elevaba frente a nosotros y poco después un par de helicópteros nos sobrevolaron, lo que hizo que los viajeros cuchichearan entre sí y que el taxista finalmente y con recelo, pusiera el coche en marcha y siguiera ascendiendo con precaución y como sobrecogido. Cuando llegamos a la altura de la columna de humo pudimos observar que se trataba de un taxi como el nuestros que había salido minutos antes que nosotros y tropezó con una mina que le hizo saltar por los aires. Los militares que habían llegado al lugar en el helicóptero no permitieron que nos detuviéramos pero silenciosos, pensamos que unos minutos habían sido los que decidieron que cualquiera de los que viajábamos en el taxi hubiésemos sido una de las víctimas de ese estúpido acto terrorista.
Dalat tiene su fama bien merecida. El clima era perfecto. Por fín volví a sentir algo de frescor por las noches y los paisajes eran incomparables, pero mi espíritu aventurero no incluía los sabotajes terroristas. Llamaba todos los días a la Embajada de Tailandia y al segundo día finalmente recibí la feliz noticia. El visado había llegado. Podía pasarme a recogerlo cuando quisiera. Sin dilación, sin esperar más, ese mismo día regresé a Saigón por el mismo medio que a la ida, afortunadamente sin incidentes . A mi llegada pasé a recoger el visado y con él en mano entré en la primera agencia de viajes que encontré en busca de un vuelo con destino a Bangkok. Thai Airways tenía un vuelo a las seis de la tarde del día siguiente. Puse un telegrama al decano de la Facultad avisándole de mi llegada y me dispuse a esperar.
Ni los soldados apostados en las esquinas de las calles, ni los tanques en torno a los edificios oficiales, ni la trágica experiencia vivida en mi viaje a Dalat consiguieron que me encerrara en la habitación del hotel. Aproveché esas últimas horas en Saigon para pasear por la ciudad, y mezclarme con la gente. Las bellas muchachas de amplios pantalones blancos, túnicas largas de colores vivos, y sombreros cónicos, los miles de bicicletas que pululaban por todas partes como principal medio de transporte, las abigarradas tiendas o chiringuitos locales, la mezcla de templos budistas e iglesias cristianas, y el ademán serio, casi taciturno, de los hombres vietnamitas son algunas de las imágenes que como apuntes perfilan a grandes rasgos, y brochazos mas bien toscos, el cuadro que me ha quedado de esa ciudad vietnamita.
El 9 de Septiembre de 1963 subí por vez primera a un avión y completé así el último tramo de mi largo viaje Tailandia. Debo decir que el vuelo me impresionó más que el barco pero me gustó mucho menos. Todo ocurría demasiado rápido para poder saborearlo. Apenas una hora después del despegue ya iniciábamos el descenso, aunque con suficientes sobresaltos como para recordarlo el resto de mi vida. Estábamos en época de monzones y justamente una tormenta de lluvia y viento azotaba Bangkok en esos momentos. Lo pasé mal. Me sudaban las palmas de las manos y desistí de seguir mirando por la ventanilla para comprobar que pese a la catarata de agua que se abatía sobre el avión, las hélices del avión seguían girando. Unos pocos bandazos más tarde con dos o tres golpes secos en la pista el avión tomó tierra y rodó hasta acercarse a una de las puertas de desembarque. Cuando por fin presenté en la Aduana el pasaporte con mi flamante y recién adquirido visado tuve un sobresalto de pánico que duró segundos. Todo estaba en orden. Recogí el equipaje y salí al exterior con la idea de luchar para conseguir un taxi. Por fortuna, vi mi nombre, escrito en una pancarta y me dirigí hacia persona que lo mantenía en alto. La Universidad había tenido la cortesía de mandar una delegación para recibirme y llevarme al hotel a descansar. Al día siguiente habría una recepción programada en la facultad pero desde mi llegada todos y cada uno de la comitiva de recepción me hizo sentir que había llegado a casa aunque no reconociera ni un letrero, ni un sólo signo si un simple sonido y aunque hubiera recorrido más de diez mil kilómetros desde que dejé la casa de mis padres.
5 de septiembre de 2008
Rosa Montero: Instrucciones para salvar el mundo
INSTRUCCIONES PARA SALVAR EL MUNDO
Novela
Rosa Montero
Alfaguara 2008
313 páginas
Con el sosiego que dan las vacaciones he podido por fin leer reposadamente el nuevo libro de Rosa Montero que como todos los suyos me ha dejado una sensación de plenitud. La plenitud que deja la buena literatura, las historias bien contadas, con palabras ajustadas, con ritmo creciente, con personajes creíbles, y plenitud en cuanto al trasfondo de la historia, al mensaje inherente, a la reflexión a la que la autora quiere llevarnos más allá de la última página de la novela.
Rosa Montero nos emplaza en la noche, momento inquietante donde tiene cabida la incomunicación, la soledad, el desarraigo, el terror. En la noche de la gran ciudad convoca a sus personajes, noctámbulos irredentos, y el mensaje no es optimista: la vida es un sinsentido. Nos embarga una angustia apocalíptica, la mediocridad y el sectarismo son las notas predominantes de nuestra sociedad actual y no hay receta universal para salvar al mundo.
Pero Rosa Montero es demasiado buena para dejarnos sumidos en la desesperación. Sabe escribir en clave de humor, y sabe sobre todo enfrentarnos a unos personajes entrañables que se dejan querer porque a pesar de su patetismo y su soledad nos dejan entrever soluciones, porque “Cada uno recibe de la vida, lo que a la vida le da” y porque aunque siempre hay una puerta abierta a la esperanza.
Matías es un taxista maduro y callado, incapaz de asimilar la muerte de su mujer. No ha vuelto a pisar la casa donde vivía y se refugia en la noche para rumiar su incomprensión, su deseo de revancha, pero Matías es sobre todo una persona tierna que ignora los límites de su gran corazón y los excesos a los que le puede llevar una ciega desesperanza.
Daniel es médico y trabaja en el servicio de urgencias de un hospital. Es un perezoso mental, incapaz de enfrentarse a la aridez de su vida, se refugia en mundos imaginarios a través de programas cibernéticos de “Second Life”. No tiene motivos de queja en su vida, sin embargo llevado por la desidia ha dejado que la chispa se apague, ha cedido ante la tentación del fracaso, algo bastante habitual en la sociedad actual.
“Cerebro” es el seudónimo de una anciana, que se pasa las noches en un barucho a pie de carretera donde paran taxistas y prostitutas. Se emborracha metódicamente toda la noche, para olvidar y poder dormir durante el día. Pero, en sus momentos de semi-lucidez diserta sobre teorías científicas y habla de la teoría de Fieldman que resumido viene a suponer que “todo gesto positivo realizado por un individuo, repercute sobre la humanidad entera” , una especie de vasos comunicantes que los católicos llaman “la comunión de los santos” y que supone una de las claves del libro. No hay recetas globales para salvar al mundo, pero sí pequeños gestos individuales.
Fatma es una joven de color, que ha escapado de las vejaciones y violaciones a las que fue sometida en su país, y que a pesar de ejercer de prostituta en un tugurio a la afueras de la gran ciudad, sigue conservando la belleza, la fragilidad, la inocencia una especie de luz interior que pretendamos proteger. Ella cobija una pequeña lagartija, la misma que figura en la portada del libro y que viene a ser otro de los leit-motifs de la novela: la salamandra como símbolo de la regeneración. Ave fénix que resurge de sus cenizas.
Las vidas de los personajes se entrecruzan e interaccionan. Para unos supone un cambio y una nueva oportunidad, para otros, un fuego fatuo que pronto pierde su luz y su fuerza, pero para todos y estaría sería la última lección de la novela, un demostración de la capacidad humana de supervivencia.
“La vida es bella, disparatada y dolorosa. Esta fábula para adultos intenta disfrutar de la belleza, colocar el dolor y reírse de ese disparate formidable.”
Rosa Montero
Novela
Rosa Montero
Alfaguara 2008
313 páginas
Con el sosiego que dan las vacaciones he podido por fin leer reposadamente el nuevo libro de Rosa Montero que como todos los suyos me ha dejado una sensación de plenitud. La plenitud que deja la buena literatura, las historias bien contadas, con palabras ajustadas, con ritmo creciente, con personajes creíbles, y plenitud en cuanto al trasfondo de la historia, al mensaje inherente, a la reflexión a la que la autora quiere llevarnos más allá de la última página de la novela.
Rosa Montero nos emplaza en la noche, momento inquietante donde tiene cabida la incomunicación, la soledad, el desarraigo, el terror. En la noche de la gran ciudad convoca a sus personajes, noctámbulos irredentos, y el mensaje no es optimista: la vida es un sinsentido. Nos embarga una angustia apocalíptica, la mediocridad y el sectarismo son las notas predominantes de nuestra sociedad actual y no hay receta universal para salvar al mundo.
Pero Rosa Montero es demasiado buena para dejarnos sumidos en la desesperación. Sabe escribir en clave de humor, y sabe sobre todo enfrentarnos a unos personajes entrañables que se dejan querer porque a pesar de su patetismo y su soledad nos dejan entrever soluciones, porque “Cada uno recibe de la vida, lo que a la vida le da” y porque aunque siempre hay una puerta abierta a la esperanza.
Matías es un taxista maduro y callado, incapaz de asimilar la muerte de su mujer. No ha vuelto a pisar la casa donde vivía y se refugia en la noche para rumiar su incomprensión, su deseo de revancha, pero Matías es sobre todo una persona tierna que ignora los límites de su gran corazón y los excesos a los que le puede llevar una ciega desesperanza.
Daniel es médico y trabaja en el servicio de urgencias de un hospital. Es un perezoso mental, incapaz de enfrentarse a la aridez de su vida, se refugia en mundos imaginarios a través de programas cibernéticos de “Second Life”. No tiene motivos de queja en su vida, sin embargo llevado por la desidia ha dejado que la chispa se apague, ha cedido ante la tentación del fracaso, algo bastante habitual en la sociedad actual.
“Cerebro” es el seudónimo de una anciana, que se pasa las noches en un barucho a pie de carretera donde paran taxistas y prostitutas. Se emborracha metódicamente toda la noche, para olvidar y poder dormir durante el día. Pero, en sus momentos de semi-lucidez diserta sobre teorías científicas y habla de la teoría de Fieldman que resumido viene a suponer que “todo gesto positivo realizado por un individuo, repercute sobre la humanidad entera” , una especie de vasos comunicantes que los católicos llaman “la comunión de los santos” y que supone una de las claves del libro. No hay recetas globales para salvar al mundo, pero sí pequeños gestos individuales.
Fatma es una joven de color, que ha escapado de las vejaciones y violaciones a las que fue sometida en su país, y que a pesar de ejercer de prostituta en un tugurio a la afueras de la gran ciudad, sigue conservando la belleza, la fragilidad, la inocencia una especie de luz interior que pretendamos proteger. Ella cobija una pequeña lagartija, la misma que figura en la portada del libro y que viene a ser otro de los leit-motifs de la novela: la salamandra como símbolo de la regeneración. Ave fénix que resurge de sus cenizas.
Las vidas de los personajes se entrecruzan e interaccionan. Para unos supone un cambio y una nueva oportunidad, para otros, un fuego fatuo que pronto pierde su luz y su fuerza, pero para todos y estaría sería la última lección de la novela, un demostración de la capacidad humana de supervivencia.
“La vida es bella, disparatada y dolorosa. Esta fábula para adultos intenta disfrutar de la belleza, colocar el dolor y reírse de ese disparate formidable.”
Rosa Montero
Arrugas en la mente
Las empresas dedicadas al cuidado de la piel están de enhorabuena. Todos nos apuntamos a sus servicios, hombres y mujeres porque todos huímos del envejecimiento. Las arrugas nos asustan. No queremos enfrentarnos en el espejo con nuestro propio envejecimiento, Sentimos miedo, nos irritamos y nos deprimimos.
Curiosamente sentimos menos terror ante el envejecimiento cerebral. ¿Será porque las arrugas de la mente no se ven? ¿Será quizá porque no veden cremas especiales ni remedios milagrosos en las dermofarmacias?
Sin embargo existe un remedio infalible y baratísimo para retrasar las arrugas de la mente: seguir aprendiendo.
La curiosidad intelectual, el afán por leer, por aprender cosas nuevas, por disfrutar de las ciencias y de las artes es el mejor antídoto contra el envejecimiento del alma.
2 de septiembre de 2008
Cézanne; Casa en el Jas de Bouffan
Casa y Granja en el Jas de Bouffan
Óleo sobre lienzo
Galería Narodni (Praga)
Hacia 1885 pinta Casa y granja de Jas de Bouffan, una imagen inusual de la casa paterna en Aix. Esta casa representaba para Cézanne el remanso de calma en su agitada vida. Lo más sorprendente en este motivo, que el pintor retomó una y otra vez, es la notoria inclinación de la casa hacia la izquierda. En el mismo eje se sitúa también la colina gris y verde de la parte derecha. En la cara orientada al sol, el conglomerado de casas de servicio, que también llevan la misma inclinación, tiene una correspondencia cromática – si bien en un tono más luminoso – con el color amarillo-naranja del edificio principal, formando una línea diagonal de tensión que se acentúa con la inclinación del tejado rojizo con sus aristas afiladas. El verde satinado de la vegetación pone el contrapunto al rojo del tejado. De esa forma surge un contrate cromático, gracias a los colores complementarios rojo y verde, y un contraste formal, entre la forma lineal del tejado y la forma orgánica y curvilínea de la vegetación. El verde claro del trozo de paradera a la izquierda tiene su réplica en el azul verdoso del cielo. Nos encontramos aquí con dos contrastes recíprocos que no permanecen estáticos, sino en movimiento, merced a la inclinación hacia atrás de la casa.
Que sensaciones tenía el pintor, cómo contemplaba el mundo externo para desquiciar de esa forma la “Jas de Bouffan”, la “casa del viento”? Al igual que un hombre que se pone al sol en un ángulo favorable para recibir el mayor calor posible le del astro rey, la “Jas” se dobla hacia atrás para recibir de lleno la riqueza del color.. No es el cielo el que tiene un azul luminoso, sino los postigos abiertos de las ventanas, que franquean el paso al calor de un día veraniego en Provenza y convierten al edificio en un cuerpo plástico en el espacio. De esa forma uno constata sorprendido que la fachada plana del edificio adquiere volumen, pese a que los elementos del cuadro aparecen estar en un mismo plano. Esta impresión no se refuerza mediante la incidencia de una luz especialmente viva, dada la situación del motivo bajo el sol. Todo el cuadro aparece soleado. La luz está en los mismos colores.
Óleo sobre lienzo
Galería Narodni (Praga)
Hacia 1885 pinta Casa y granja de Jas de Bouffan, una imagen inusual de la casa paterna en Aix. Esta casa representaba para Cézanne el remanso de calma en su agitada vida. Lo más sorprendente en este motivo, que el pintor retomó una y otra vez, es la notoria inclinación de la casa hacia la izquierda. En el mismo eje se sitúa también la colina gris y verde de la parte derecha. En la cara orientada al sol, el conglomerado de casas de servicio, que también llevan la misma inclinación, tiene una correspondencia cromática – si bien en un tono más luminoso – con el color amarillo-naranja del edificio principal, formando una línea diagonal de tensión que se acentúa con la inclinación del tejado rojizo con sus aristas afiladas. El verde satinado de la vegetación pone el contrapunto al rojo del tejado. De esa forma surge un contrate cromático, gracias a los colores complementarios rojo y verde, y un contraste formal, entre la forma lineal del tejado y la forma orgánica y curvilínea de la vegetación. El verde claro del trozo de paradera a la izquierda tiene su réplica en el azul verdoso del cielo. Nos encontramos aquí con dos contrastes recíprocos que no permanecen estáticos, sino en movimiento, merced a la inclinación hacia atrás de la casa.
Que sensaciones tenía el pintor, cómo contemplaba el mundo externo para desquiciar de esa forma la “Jas de Bouffan”, la “casa del viento”? Al igual que un hombre que se pone al sol en un ángulo favorable para recibir el mayor calor posible le del astro rey, la “Jas” se dobla hacia atrás para recibir de lleno la riqueza del color.. No es el cielo el que tiene un azul luminoso, sino los postigos abiertos de las ventanas, que franquean el paso al calor de un día veraniego en Provenza y convierten al edificio en un cuerpo plástico en el espacio. De esa forma uno constata sorprendido que la fachada plana del edificio adquiere volumen, pese a que los elementos del cuadro aparecen estar en un mismo plano. Esta impresión no se refuerza mediante la incidencia de una luz especialmente viva, dada la situación del motivo bajo el sol. Todo el cuadro aparece soleado. La luz está en los mismos colores.
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