Habíamos estado en San Petersburgo y en Moscú con la intención de establecer algún tipo de colaboración con la industria de ese país. Acabábamos de empezar la década de los noventa y en Moscú los turistas eran escasos. A penas había automóviles en las calles y cuando veías a un grupo de personas se trataba de gente haciendo cola porque se había corrido la voz de que en tal comercio estaban distribuyendo carne o en tal otro había retales de tela a la venta. La escasez era la nota dominante, y sólo si ibas acompañado de los jerarcas locales lograbas una mesa en los raros pero lujosos restaurantes de la ciudad.
Como parte del protocolo se nos entregó una pequeña cantidad de rublos para gastos, pero durante todo el viaje no encontramos nada que comprar salvo una botella de vodka y alguna matrioshka en la tienda para extranjeros del Hotel Ucrania. Moscú era una ciudad triste y los pocos funcionarios-empresarios que lograban establecer relaciones con el exterior más que concluir el negocio lo que reclamaban de nosotros era una carta de intenciones en el que se pusiera de manifiesto nuestro deseo de hacer negocios y la necesidad de proseguir las conversaciones en España, lo que suponía para ellos la rara oportunidad de viajar al exterior.
Efectivamente unas semanas después nos llegó la visita de una delegación del primer complejo industrial que visitamos en San Petersburgo. Eran cinco personas: El director General, dos ingenieros, Irina, una bella y tímida muchacha teóricamente responsable del laboratorio, y Valeska cuyo cargo nunca quedó muy claro pero que sospechamos era la miembro del partido y comisaria política de la expedición.
De aquel viaje de nuestros amigos rusos recordaré siempre con cariño algunas anécdotas entrañables. Entre los actos de protocolo organizamos una visita guiada al Hipermercado Continente en la salida norte de Madrid. Después de la recepción por parte de la dirección del establecimiento nos acompañaron en la visita del establecimiento. Como ninguno de nuestros amigos hablaba inglés, habíamos tomado la precaución de contratar a un par de traductoras rusas. De pronto, observo que Valeska habla con la traductora y ambas se dirigen rápidamente hacia la salida del supermercado. Solícito acudo tras ellas por si puedo ayudar, pero ya nada pude hacer: Valeska estaba indispuesta y estaba devolviendo la comida contra una pared. La impresión de tantos productos en las estanterías, de los carros repletos de alimentos, de la gente comprando lo que para ellos parecía un derroche fue demasiado para ella hasta el punto de provocarle su indigestión.
Al día siguiente, mientras los ingenieros discutían con nuestros técnicos los detalles del proyecto, llevé a las damas a hacer sus compras con las 30.000 Ptas. que les habíamos entregado como “dinero de Bolsillo”. Visitamos el Corte Inglés pero no hubo compra. A petición de Valeska volvimos a Continente y ellí ella compró unos zapatos para su marido y un reproductor de casettes, tipo loro de los que entonces estaban de actualidad, pero la más joven seguía sin decidirse. Entramos en una tienda de ropa y tampoco hubo suerte. Irina seguía indecisa. Desesperado las llevé al Centro Comercial de la Vaguada con la esperanza de que si no era en el Alcampo, encontraría el regalo de su gusto en alguna de las numerosas tiendas del Centro Comercial. De pronto, Valeska se acordó que también quería comprar pilas para el loro por lo que la acompañé a buscarlas mientras la más joven se quedaba buscando por su cuenta el ansiado regalo. Tardaríamos unos 10 minutos en comprar las pilas, y cuál no sería mi sorpresa al llegar y enterarme que Irina ya había hecho su compra y gastado todo el dinero de bolsillo! Mi intriga quedó completamente aclarada cuando la traductora me pudo comentar por lo bajo que la joven sabía desde el primer momento lo que quería, pero había tenido que esperar a la primera ocasión de estar lejos de la comisaria política, porque lo que realmente iba a comprar era ropa interior y lencería fina con la que sorprender a su amigo que todos sospechábamos era el Director General.
Hubo en el viaje otros momentos de humor como cuando mis dos rusas se empeñaron en que las llevara a pasear cogidas del brazo por la Calle de Alcalá. Supe luego que puesto que el viaje se había estado preparando con bastante antelación habían tomado alguna clase de español de manos de uno de los ingenieros de la fábrica, un asturiano de aquellos “niños deportados de la guerra” y les había hecho aprender el chotis:
“Cuando llegues a Madrid, chulona mía
voy a hacerte emperatriz de Lavapiés;
y alfombrarte con claveles la Gran Vía,
y a bañarte con vinillo de Jerez.
En Chicote, un agasajo postinero
con la crema de la intelectualidad
y la gracia de un piropo retrechero
más castizo que la calle de Alcalá”.
Otro día, estaba ya acostado cuando oí unos golpes en la puerta de la habitación. Me levanté a abrir pensando en lo peor: uno de los ingenieros me tomó del brazo y en pijama tal como estaba y sin entender nada, me llevó a una de sus habitaciones. Allí me encontré a sus dos compañeros sentados en el suelo en torno a una maleta como trozos de tocino, unas botellas de vodka, y alguna lata de caviar. Regresaban a su país al día siguiente y habiendo decidido agotar sus provisiones, quisieron hacerme partícipe de la fiesta. Estuvimos varias horas bebiendo. No entendía nada de lo que me decían, pero me estuvieron hablando todo el tiempo como si fuera uno más del grupo. No sé cómo llegué de nuevo a mi habitación, lo que sí recuerdo es que a la mañana siguiente me dolía la cabeza terriblemente y que en la mesita de noche tenía una botellas de vodka y varias cajas de 300 grs. de caviar. Ahora, pasado los años, todo esto suena extraño, casi arcaico, pero para mí evoca unos recuerdos entrañables que nunca olvidaré.
Como parte del protocolo se nos entregó una pequeña cantidad de rublos para gastos, pero durante todo el viaje no encontramos nada que comprar salvo una botella de vodka y alguna matrioshka en la tienda para extranjeros del Hotel Ucrania. Moscú era una ciudad triste y los pocos funcionarios-empresarios que lograban establecer relaciones con el exterior más que concluir el negocio lo que reclamaban de nosotros era una carta de intenciones en el que se pusiera de manifiesto nuestro deseo de hacer negocios y la necesidad de proseguir las conversaciones en España, lo que suponía para ellos la rara oportunidad de viajar al exterior.
Efectivamente unas semanas después nos llegó la visita de una delegación del primer complejo industrial que visitamos en San Petersburgo. Eran cinco personas: El director General, dos ingenieros, Irina, una bella y tímida muchacha teóricamente responsable del laboratorio, y Valeska cuyo cargo nunca quedó muy claro pero que sospechamos era la miembro del partido y comisaria política de la expedición.
De aquel viaje de nuestros amigos rusos recordaré siempre con cariño algunas anécdotas entrañables. Entre los actos de protocolo organizamos una visita guiada al Hipermercado Continente en la salida norte de Madrid. Después de la recepción por parte de la dirección del establecimiento nos acompañaron en la visita del establecimiento. Como ninguno de nuestros amigos hablaba inglés, habíamos tomado la precaución de contratar a un par de traductoras rusas. De pronto, observo que Valeska habla con la traductora y ambas se dirigen rápidamente hacia la salida del supermercado. Solícito acudo tras ellas por si puedo ayudar, pero ya nada pude hacer: Valeska estaba indispuesta y estaba devolviendo la comida contra una pared. La impresión de tantos productos en las estanterías, de los carros repletos de alimentos, de la gente comprando lo que para ellos parecía un derroche fue demasiado para ella hasta el punto de provocarle su indigestión.
Al día siguiente, mientras los ingenieros discutían con nuestros técnicos los detalles del proyecto, llevé a las damas a hacer sus compras con las 30.000 Ptas. que les habíamos entregado como “dinero de Bolsillo”. Visitamos el Corte Inglés pero no hubo compra. A petición de Valeska volvimos a Continente y ellí ella compró unos zapatos para su marido y un reproductor de casettes, tipo loro de los que entonces estaban de actualidad, pero la más joven seguía sin decidirse. Entramos en una tienda de ropa y tampoco hubo suerte. Irina seguía indecisa. Desesperado las llevé al Centro Comercial de la Vaguada con la esperanza de que si no era en el Alcampo, encontraría el regalo de su gusto en alguna de las numerosas tiendas del Centro Comercial. De pronto, Valeska se acordó que también quería comprar pilas para el loro por lo que la acompañé a buscarlas mientras la más joven se quedaba buscando por su cuenta el ansiado regalo. Tardaríamos unos 10 minutos en comprar las pilas, y cuál no sería mi sorpresa al llegar y enterarme que Irina ya había hecho su compra y gastado todo el dinero de bolsillo! Mi intriga quedó completamente aclarada cuando la traductora me pudo comentar por lo bajo que la joven sabía desde el primer momento lo que quería, pero había tenido que esperar a la primera ocasión de estar lejos de la comisaria política, porque lo que realmente iba a comprar era ropa interior y lencería fina con la que sorprender a su amigo que todos sospechábamos era el Director General.
Hubo en el viaje otros momentos de humor como cuando mis dos rusas se empeñaron en que las llevara a pasear cogidas del brazo por la Calle de Alcalá. Supe luego que puesto que el viaje se había estado preparando con bastante antelación habían tomado alguna clase de español de manos de uno de los ingenieros de la fábrica, un asturiano de aquellos “niños deportados de la guerra” y les había hecho aprender el chotis:
“Cuando llegues a Madrid, chulona mía
voy a hacerte emperatriz de Lavapiés;
y alfombrarte con claveles la Gran Vía,
y a bañarte con vinillo de Jerez.
En Chicote, un agasajo postinero
con la crema de la intelectualidad
y la gracia de un piropo retrechero
más castizo que la calle de Alcalá”.
Otro día, estaba ya acostado cuando oí unos golpes en la puerta de la habitación. Me levanté a abrir pensando en lo peor: uno de los ingenieros me tomó del brazo y en pijama tal como estaba y sin entender nada, me llevó a una de sus habitaciones. Allí me encontré a sus dos compañeros sentados en el suelo en torno a una maleta como trozos de tocino, unas botellas de vodka, y alguna lata de caviar. Regresaban a su país al día siguiente y habiendo decidido agotar sus provisiones, quisieron hacerme partícipe de la fiesta. Estuvimos varias horas bebiendo. No entendía nada de lo que me decían, pero me estuvieron hablando todo el tiempo como si fuera uno más del grupo. No sé cómo llegué de nuevo a mi habitación, lo que sí recuerdo es que a la mañana siguiente me dolía la cabeza terriblemente y que en la mesita de noche tenía una botellas de vodka y varias cajas de 300 grs. de caviar. Ahora, pasado los años, todo esto suena extraño, casi arcaico, pero para mí evoca unos recuerdos entrañables que nunca olvidaré.
2 comentarios:
Son, como bien dices, unos recuerdos entrañables que bien merecen la pena volver a recordar. Tienes tantos, tan variados y tan interesantes que se me ocurre pensar que podrías recopilarlos y hacer un libro de recuerdos. Ya me hubiera gustado oirles cantar el chotís, creo que me hubiera emocionado y es que soy de Madrid!
Gracias y un abrazo.
Qué vivenciatan curiosa y emotiva, me parece estupendo que nos hayas hecho partícipes de ella ¿sabes? tengo una inclinación especial por las "matruskas" no sé por qué pero siempre me han llamado la atención me he quedado como una tonta mirando la fotografía que acompañas al post. Nunca he tenido ninguna pero algún día lo conseguiré. Un beso
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