29 de agosto de 2010

El Concierto

"El Concierto"
Le Concert
Francia 2009
Dirigida por Radu Mihaileanu
Duración 119 minutos

Mientras escribo estas líneas estoy escuchando el "Concierto apra piano de Tchaikovski, y es que hace unos días tuve la oportunidad de ver la película del director rumano afincado en Francia Radu Mihaileanu "El Concierto".

Una comedia desternillante ciertamente, pero al mismo tiempo una inevitable sacudida a nuestras más sensibles fibras musicales. La película parte de un hecho histórico referido a la caída en desgracia del director de orquesta del Bolchoï, Andréi Filipov en época de Brézhnev, por haberse negado a despedir de su orquesta a los músicos de origen judío.

Como revancha y reivindicación de su antiguo prestigio, Filipov, reducido a simple empleado de la limpieza del Bochoï intercepta un fax procedente del teatro "Le Châtelet de Paris" e idea con algunos de aquellos viejos artistas acallados y represaliados de entonces, suplantar a la orquesta oficial.

Ciertamente la idea es descabellada aunque no original, su puesta en marcha surrealista y las posibilidades de éxito totalmente inexistentes. Lo sabemos, y sin embargo nos dejamos embaucar por el cándido, infantil y ruidoso entusiasmo de esas viejas glorias y desde el primer momento nos ponemos de su lado confiando, contra todo pronóstico, que no se descubra la superchería al menos hasta que hayan dado su anhelado Concierto.

En la encrucijada entre cine serio de transfondo político y comedia fácil de alto voltaje sentimental, Mihaileanu opta por la fórmula más taquillera y se deja llevar por algunos excesos vodevilescos como la pintoresca informalidad de la "troupe" de músicos rusos o las variopintas e infrecuentes habilidades de sus componentes. Para compensarlo, Alexei Guskov encarna de verdad a su personaje, el atormentado Filipov, y Mélanie Laurent, con su belleza y encanto natural protagoniza unos solos de violín que nos estremecen.

Al margen de la comedia, todo el final de la película, con la interpretación del Concierto para violín Opus 21 de Tchaikovski es una auténtica apoteosis aunque quien lo interprete no sea la orquesta del Bolchoï sino la orquesta Sinfónica de Bucarest.

24 de agosto de 2010

Cabuérniga

Estamos en Cantabria, en la cuenca del río Saja. Este valle, hoy verde, rebosante de luz, moteado de pueblos fue utilizado ya en tiempo de los romanos para acercar al mar, en Portus Blendius (la actual Suances) el grano de la meseta. Siglos más tarde, serviría a los nobles castellanos de vía de escape ante la invasión musulmana y poco después, en el siglo IX, fue la ruta de los "Foramontanos", aquellos hombres que partiendo de la Malacoria de los Anales (la actual Mazcuerras) emprendieron el lento avance hacia el sur, espada al cinto y empuñando el arado, buscando los amplios horizontes de Castilla. Mitad labriegos, mitad guerreros repoblaron las calcinadas y desérticas tierras altas del Duero. Por este valle discurrió así mismo el Camino Real, utilizado en 1517 por Carlos V, que pernoctó en Los Tojos, en su regreso de Flandes.

Hoy, todo eso es historia. La subida hacia la meseta se hace por una moderna autovía a través de la cuenca del Besaya, pero quizá sea por tanta historia acumulada que el valle de Cabuérniga, y por extensión toda la zona de Saja-Nansa es una de la regiones cántabras que mejor condensan la esencia y el espíritu montañés. La abundancia de verde pasto, las brañas, los hayedos, los serbales, los bosques de robles centenarios, algunos con nombre propio como el ya derrotado "Cajigu del Cubilón" o "El Mellizu", los castaños de Terán, ellos también con nombre propio tan descriptivo como el "Cuatro patas" o "El duende", el autóctono ganado "Tudanca", los pueblos de piedra y teja, de calles empedradas, de casas blasonadas, con sus portaladas, solanas, balconadas de madera cuajadas de flores cosntituyen un paisaje único que entra en el alma por todos los sentidos y nos cautiva para siempre.

Mi recorrido del valle ha sido incompleto; eso es bueno porque he quedado con ganas de volver, de seguir descubriendo Cantabria, recorriendos a pie sus numerosos caminos y pistas perfectamente señalizadas para quienes disfrutamos haciendo senderismo. Quiero desgustar también el cocido montañés hecho de alubias, berza y el compango de cerdo.

Me adentré en el valle por Cabezón de la Sal y a los pocos kilómetros hice una primera parada en Carrejo. El Museo Regional de la Naturaleza estaba cerrrado, pero la parada mereció la pena. Las casonas con soportal y gran portalón en arco de medio punto, las balconadas de madera, la profusión de geranios y petunias fueron una invitación para seguir la excursión. En Ruente, visité la Fuentona, impresionante caudal que nace directamente bajo una peña y se convierte en el acto en caudaloso e intermitente río. El pueblo, famoso por su gastronomía, tiene además un curioso y estrechísimo puente romano de ocho arcos de medio punto, nobles casonas y un humilladero medieval.

Siguiendo la carretera, pasé por Barcenillas, Sopeña y Valle y poco después de Fresneda tomé la desviación hacia Bárcena Mayor. Pese a que tengo que dejar el coche en un parking a las afueras del pueblo, me siento agobiado por tanto visitante. Es el pueblo cántabro por excelencia, el más visitado y también según consta, el más antiguo de Cantabria. Hay que decir que todo el pueblo es un auténtico museo. Egoístamente pediría que los vecinos también dejaran sus coches en el parking a la entrada del pueblo, pero entiendo que no pueden estar supeditados a los caprichos estéticos de los visitantes. Afortunadamente pese a tanto turismo, el pueblo no está invadido por el comercio chinesco que afea a tantos pueblos. Alguna tienda vende productos de la tierra: sobaos, quesadas, orujo y licor de hierbas, madreñas, bastones de cerezo y poco más. Sobre todo no he visto esa exhibición de productos en la acera que tanto daña la estética por lo chillón de sus colores y la incongruencia de sus productos.

De Bárcena Mayor regresé a Valle para pasar a través de la Braña de Novales y el collado de Carmona al valle del río Nansa. La parada en Carmona era obligatoria por el tipismo de sus casas, por su palacio convertido en parador y porque a esa hora de la mañana había que reponer fuerzas.

Sé que el Valle del Nansa y en particular Tudanca y Puente Nansa merecen una visita más reposada. Volveré para visitar la zona con detenimiento y de paso volver a deleitarme en la incomparable gruta de estalactitas y estalagmitas de "El Soplao".

18 de agosto de 2010

Clara Sánchez: Lo que esconde tu nombre


LO QUE ESCONDE TU NOMBRE
Novela
Clara Sánchez
Premio Nadal 2010
Ediciones Destino 2010
Áncora y Delfín 1176
426 páginas

He leído con avidez casi todas las nvoelas de Clara Sánchez. Tiene una prosa fluida y sus historias enganchan desde las primeras páginas. Por eso, al saber que había ganado el Nadal de este año, pensé que sería un buen festín de lectura para este verano.

Y de alguna manera lo ha sido. En el primer centenar de páginas he visto de qué manera Clara Sánchez trae a nuestra atención un tema que, nos guste o no nos guste, sigue estando de actualidad. me refiero a la Memoria Histórica y al deseo de venganza disfrazado siempre de justicia. Para ello, la escritora plantea una trama irreprochable. Una pareja de cotogenarios nazis perdidos en una de esas recónditas urbanizaciones de la costa levantina en pueblo apenas disfrazado con su nombre en latín, y un faro, probablemente el de La Nao en Xátiva. Por otra parte, un superviviente de mauthausen, Julián, también octogenario, decidido a tomarse la justicia por su cuenta. Como nexo de unión entre ambos mundos, Sandra, una joven de 30 años, embarazada de un hombre al que no ama y que se retira al chalet de su hermana en la costa para buscar sosiego y recomponer su vida.

El suspense está servido: el terror psicológico también. La víctima espía a sus verdugos, establece contacto con Sandra y cuando ya aprece que la acción va a empezar, llega la desilusión. Nada ocurre. Julián que dice pertenecer a una organiación dedicada a desenmascarar a antiguos nazis, no establece contacto con ellos después de identificar a varios de ellos. Se contenta con seguir sus dias y venidas que acabamos de conocer hasta el aburrimiento pues a los seguimientos de Julián se añaden en alternancia las propias revelaciones de Sandra.

Lo que prometía ser una buena novela se pierde en las laberínticas carreteras que llevan a las urbanizaciones de la costa. Los antiguos nazis están organizados en una especie de Hermandad que tampoco actúa y las págians se suceden sin más aliciente que unas misteriosas ampollas o el extraño e inverosímil ednamoramiento de Sandra. La lectura es amena y siempre se espera un desenlace inesperado que vuelva a dar sentido a la obra. Vana espera. No ocurre nada, o mejor dicho, ocurre lo más difícil todavía: Julián se recluye en una Residencia de ancianos junto con alguno de esos nazis a los que perseguía y cosas de la literatura no sólo se enamora de matrona que los cuida sino que ésta a su vez se muere por tener relaciones sexuales con el anciano.

Verdaderamente decepcionante. Un comienzo que prometía una seria reflexión sobre la justicia y la venganza, sobre la memoria histórica, sobre el arrepentimiento y el perdón y que se ha perdido en una mediocridad nada digna de Clara Sánchez

17 de agosto de 2010

Fra Filippo Lippi: La Virgen y el Niño entre dos ángeles


La Virgen y el Niño entre dos ángeles
1464, Temple sobre tabla 95 x 62 cm.
Galería de los Uffici (Florencia)

Durante muchos años, ha sido mi preferida entre las innumerables Madonas del Renacimiento. Hace unos meses, durante un viaje a Florencia, la incluí entre los seis cuadros que deseaba contemplar sin prisas en la Galería de los Uffizi. El embrujo sigue ahí, más fuerte si cabe después de contemplar sin máscaras interpuestas, sin veladuras, la serenidad ausente, la dulzura, la alegría contenida de ese perfil de mujer a la vez tan humano y tan espiritual.

Para quitarme el cuadro de la cabeza, he leído todo lo que sobre Fra Filippo Lippi y su obra ha estado a mi alcance: una infancia de extremada pobreza, una vocación religiosa impuesta por la necesidad y Filippo entra en la orden de los Carmelitas, pero negado para el estudio, se dedica a la pintura y se convierte en discípulo y ayudante de Masaccio de quien aprendió una nueva concepción del espacio y la elgancia del dibujo y los efectos del color.

En este cuadro, la Virgen está situada frente a una ventana, lo que permite al pintor crear profundidad e introducir al espectador dentro del cuadro. Además añade un elemento novedoso en la pintura del Quattrocento: el paisaje, que en este caso está esquematizado en forma de árboles, montañas y praderas lejanas.

Contemplamos a una Virgen que "está como ausente", la mirada baja, las manos juntas en oración, ajena casi a ese niño que le tiende los brazos sostenido por dos ángeles. Pero para paliar tanto hieratismo ahí está ese guiño malicioso y cómplice del angelote que nos mira y nos acerca, más si cabe, a la escena y la llena de humnidad.

Destaca por otra parte su búsqueda de los efectos del color: el azul intenso del manto contrasta con la pálida blancura del cuello y el juego de luz y sombra, sumado a la transparencia del velo de la Virgen genera la ilusión de movimiento.

El Renacimiento Italiano redescubrió a la mujer en carne y hueso. La mujer dejó de ser figura de piedra en las iglesias románicas y se convirtió en humana, con rostro definido, contornos sensuales y erotizados. Para ello, los artistas retrataron a amantes, esposas o favoritas de sus mecenas como si fueran diosas, santas o Vírgenes. Leonardo da Vinci pintó a Giovanna Tornabuoni en "La Dama del armiño", Botticelli a la bella Simonetta Vespuci en "La Primavera"; pues bien, la mujer que sirvió de modelo para esta etérea Madonna, no fue otra que Lucrezia Buti, una monja de 21 años a quien Filippo Lippi, aprovechando su condición de capellán del convento, sedujo, raptó y dejó embarazada de un niño que con el tiempo se convertiría a su vez en el gran pintor Filippino Lippi.

8 de agosto de 2010

Amo tu grácil cuello bajo el pelo


Amo tu grácil cuello bajo el pelo
recogido, cuando un imperceptible
movimiento ilumina
la línea que, tan dulcemente,
desciende hasta tu hombro;
cuando un asomo de cansancio abate
su dorada esbeltez de espiga y todos
los oros del atardecer se posan
sobre tu nuca; cuando mido
sobre su piel desnuda esa distancia
que va de tu inconsciencia
a mi deseo; cuando, pensativa
y lejana, movida
por no sabes qué impulso,
sonríes y te vuelves levemente
para mirarme.
Rafael Guillén

7 de agosto de 2010

Ser profesor es un privilegio...


Hace unos días recibí una emocionante misiva. A través de Facebook me llegó una carta de agradecimiento de alguien que fue alumno mío allá por los años 70. Aunque me dice su nombre y apellido soy incapaz de poner un rostro a ese nombre. Sin embargo, él me recuerda detalles de mis clases que me asombran y me conmueven.

No me he emocionado tanto por las cosas agradables que dice, como por el gesto en sí mismo de alguien, que rondando la cincuentena, se ha tomado la molestia de buscarme en Google y en Facebook para darme las gracias por mis clases de francés y de literatura francesa.

¿Quién me iba a decir a mí que unas clases impartidas hace un montón de años iban a seguir produciendo aún hoy una onda expansiva capaz de inducir , al alumno de ayer, hombre ya hoy, a escribir una carta de agradecimiento tan emotiva?

En un momento en que tantos profesores se sienten desanimados por la poca estima que reciben, por los problemas con los que se encuentran para desempeñar su labor, traigo aquí este pequeño testimonio como homenaje a su labor y a sus insospechadas consecuencias.

6 de agosto de 2010

Cuarenta años después...


Éramos jóvenes, sin preparación montañera, sin equipo, sin botas de trekking, sin bastones telescópicos, pero con la vida por delante y unas ganas enormes de vivir y de disfrutar. La Coral Isidoriana de León hacía una excursión al Cares y yo me uní al grupo pues allí iba a quedar de manifiesto que la joven con quien se me veía a menudo se convertía definitivamente en mi novia.
En aquella época la travesía comenzaba obligatoriamente en Posada de Valdeón puesto que Caín era un pueblo perdido en las montañas de León, sin acceso alguno por carretera. El autocar nos acercó pues hasta Posada y desde allí empredimos la marcha hasta Caín, donde pasamos la noche, para al día siguiente continuar la caminata a través de la garganta del Río Cares hasta Poncebos.

Guardo aún hoy muy buenos recuerdos de aquella travesía: el mirador del Pombo y las vistas impresionantes que desde allí se contemplan, la noche tumbado sobre un duro banco de la escuela, la somera "toilette" en las heladas aguas del río, la tortilla de patatas de la cena, las canciones espontáneas en torno a una improvisada hoguera, y luego los túneles, los puentes, los pasadizos y las sendas que como una oscura herida iban surcando el costado de la montaña, el ruido del agua allá en el fondo de la garganta, y los corzos cramponados milagrosamente en los salientes de las rocas. También recuerdo las rozaduras en los pies, fruto de un calzado inadecuado, el miedo a no llegar, la alegría al divisar el autocar azul allá abajo junto a la Central hidroeléctrica de Poncebos, y la largúisima siesta que siguió unas horas después en la playa de Celorio en Asturias.

Día más día menos, CUARENTA AÑOS más tarde he vuelto a repetir la travesía. En esta ocasión en compañía muy amena pero diferente, con calzado más adecuado y con una cámara fotográfica en bandolera. La excursión se limitó a recorrer, eso sí en ida y vuelta, el trayecto de 24 kilómetros Poncebos a Caín, pero la emoción, las fulgurantes impresiones, el afán de superación, y la alegría al conseguir la meta no han sido menos intensas.

He sentido los años en cada una de mis pisadas cuesta arriba, pero el esfuerzo, la fatiga, merecieron la pena. Me detuve con más frecuencia, pero eso hizo que me fijara más en el paisaje y no sólo en las majestuosas cumbres que como telón de fondo parecen robar protagonismo al azul del cielo, sino también mirando con detenimiento los planos medios, los árboles, las canalizaciones de agua, los rebecos y las cabras y hasta los pequeños detalles de los primeros planos: flores silvestres, nidos, insectos. Las paradas frecuentes para tomar aliento y reponer fuerzas han sido una mejor ocasión para saborerar y complacerme en una excursión inolvidable.

Evidentemente Caín ya no es aquel pueblo de hace cuarenta años perdido entre peñascos. Las diferentes adminsitraciones fomentan el senderismo y la vida al aire libre y el Parque Nacional de los Picos de Europa tiene catalogada esta travesía entre sus favoritas. Los albergues, los hoteles, bares y restaurantes y la buena carretera que une ya Caín con Posada de Valdeón han hecho que nos encontremos ante un pueblo vivo y pujante a mitad de camino en un recorrido duro y exigente pero al tiempo bello y reconfortante. Las palabras, las fotografías serán siempre un pálido reflejo de lo que en realidad se siente haciendo esta ruta, las brindono obstante para animar a cualquier amante de la naturaleza que tenga que tenga la oportundidad de disfrutarla.