Ahora que estamos en época
de grandes competiciones futbolísticas
me viene a la memoria el día en que mi Jefe me envió a Alemania a meter goles
sin balón.
Semejante petición me dejó desconcertado aunque sospechaba
por donde iban los tiros. En efecto, desde hacía algún tiempo teníamos el soplo
de que uno de nuestros competidores estaba enviado camiones de jamón cocido a
Alemania aunque también sabíamos que por
razones de Sanidad la exportación de
productos cárnicos a Alemania estaba terminantemente prohibida.
Nos
habíamos enterado del nombre de la
empresa destinataria en Hamburgo y de que la mercancía en cuestión era mercancía iba envasada en latas ovaladas de 250
grs. No éramos fabricantes de productos
enlatados, por lo tanto yo no tenia balón pero el gol sería de penalty si lograba enterarme cómo era
posible que lograran saltarse la prohibición, qué calidad de producto compraban
y mejor aún a qué precio y en qué cantidades se comerciaba
Unas
llamadas telefónicas, el nombre de mi empresa,
información sesgada y sobre todo medias verdades consiguieron
una cita con el director de la empresa de Hamburgo. Fue una cita rápida y una entrevista de lo
más cordial y distendida. Hablamos de
todo lo bueno que hacíamos pero en ningún momento mencioné que ni fabricábamos productos enlatados ni teníamos maquinaria para hacerlo y probablemente ni siquiera disponíamos de una
tecnología contrastada para hacerlo,
pero como imaginar es fácil y el nombre de la compañía era conocido mi
ofrecimiento para convertirme en
competencia alternativa le sonó perfecta a mi interlocutor.
Sabiendo que el
jamón cocido en cuestión no entraba en Alemania sino que quedaba en el puerto de Hamburgo para los abastecedores de
buques y que el consumo era de
aproximadamente un camión mensual me
despedí del Director de la empresa con la promesa de una oferta competitiva tan
pronto como regresara a España.
Lo que menos podía sospechar es que le hubiera caído tan bien
al director para que esa misma tarde me dejara un recado
en el hotel incluyéndome en una corta lista de amigos que invitaba a cenar en
un conocido restaurante del puerto de Hamburgo para luego hacernos los honores de la nueva casa que acababa de comprar y que estrenaríamos
ese misma noche tomándonos allí mismo unas copas. Tanta sinceridad por su parte y tanto cinismo
por la mía me descolocó por completo y aunque le seguí el juego y me presenté a
la cena. Luego, una vez hechos los honores de la casa, me sentí tan mal que apenas
terminado el primer trago me despedí de la compañía con la disculpa de que
tomaba un avión muy temprano hacia Madrid a la mañana siguiente.
Meter
goles sin balón no es lo mío, y durante todo el viaje de regreso a Madrid
estuve preparando mi más sincera explicación de lo ocurrido. Fui totalmente sincero y sin concesiones ni
hacia mí ni hacia mi empresa. Le dije a quien
me había ofrecido su generosa amistad que no merecía tal honor y que una
palabra suya bastaría para que perdiera mi puesto de trabajo, pero que quería
ser honrado conmigo mismo, que no íbamos a poder cumplir con ninguna de las
promesas hechas el día anterior, que me habían enviado a Hamburgo totalmente de
farol y más para espiar lo que hacían
nuestros competidores que con el deseo
de ofrecer una alternativa honesta.
Su contestación a
mi poco profesional confesión sigue grabada en mi mente después de tantos años:
“Federico, Gracias por tu sinceridad. Probablemente te hubiera informado de
todo lo que te he dicho si me lo hubieras preguntado sin mentiras. Ten la
tranquilidad de que nunca mencionaré a nadie lo ocurrido ni tan siquiera como
anécdota. Pero recuerda, si algún día
decides trabajar en otra compañía y
necesitas información o ayuda de alguien en Hamburgo siempre podrás contar con
J.S.