12 de marzo de 2014


El pasado día 3 de Mayo llegaba  a Bangkok  para embarcarme en una aventura cuyo alcance a penas  conocía.   Sabía que venía a colaborar en un proyecto  de ayuda a la integración de niños Karen Mon, Birmanos o Laosianos  cuyas familias se mueven desde hace décadas a uno y otro lado de la frontera  birmano – tailandesa pero siguen sin derechos, sin nacionalidad, sin papeles y sin tierra. 
                Lo que iba a ser un voluntariado de seis meses se ha convertido casi sin proponérmelo en un proyecto de mayor y más profundo alcance.  Lo que parecía difícil, incluso extenuante, se hace con la práctica fácil y gratificante.
                He vivido un curso escolar completo  en el Noroeste de Tailandia y he vuelto a tener 24 años.  Rodeados de niños, ensordecido por sus gritos, reconfortado  por sus abrazos he revivido todas las emociones de aquellos años de juventud en que  llegué a Tailandia por primera vez con la mochila llena de ilusiones.
Ayer precisamente se volvieron a unir en un sencillo gesto  el sereno y meditado compromiso actual con la joven ilusión del ayer.  Mis antiguos alumnos, quisieron brindarme un pequeño homenaje en uno de los  afamados restaurantes de la capital.  Fue, quizá,  tan emocionante para ellos   como para mí.  La mayoría no se habían vuelto a ver desde hacía más de  30 años.  La vida  los ha llevado por mil caminos; a mi izquierda  aquel alumno  serio y estudioso es hoy uno de los cirujanos  más afamados de Tailandia y el  primero en realizar un trasplante de hígado en el país.  A mi derecha  otro,  es dueño y director de un conocido colegio infantil.  Todos se alegran de verse, de recordar viejas anécdotas, de mencionar  profesores que ya no están. 
En el improvisado discurso al final de la cena les  señalo que no es fácil reconocer  las caras aniñadas  de ayer en  los curtidos  rostros con que me miran, pero que una cosa tengo clara,  ahora, la diferencia de edad se nota menos.  Les expreso mi satisfacción del estar de nuevo en Tailandia  y de poder colaborar en el proyecto Escuela de Bambú.  Les invito a que lo visiten  y concluyo diciendo que lo importante no es tanto lo que uno hace en la vida como la emocionada intensidad con que se hace  y la felicidad  que se consigue  por bien hacerlo.



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