Dicen que una retirada a tiempo es casi una victoria. Yo diría más bien una escapada a tiempo
porque en verdad, después de casi cuatro meses en la selva húmeda del noroeste de Tailandia y sin otra
diversión que el ruido de la lluvia, el chirrido de los insectos y la
cadenciosa y cantarina repetición del
alfabeto tailandés, necesitaba cambiar
de aires, ventilarme, ver gente normal, haciendo vida normal, bañarme en el mar,
zambullirme en una piscina, entrar en un restaurante y cenar a la carta, olvidarme del sudor y de los ventiladores,
sentir el frescor del A/C, ver el mar, ver un palmo de tierra llana etc.
Este fin de semana
comprendí que había llegado el momento
de la descompresión, que debía alejarme del colegio y de los alumnos un par de
días. Decidí ir a pasar un largo fin de
semana a Hua Hin. Este blog no es
precisamente un guía de viajes y no pretendo cantar las excelencias del lugar.
Nuestras playas españolas, y más particularmente nuestras playas del norte la aventajan
en muchos puntos.
Hua Hin es a la Familia
Real Tailandesa lo que Santander o San Sebastián fue para los Borbones, y a
pesar de que en años recientes se han
multiplicado los hoteles internacionales de todas las enseñas incluido un Meliá, sigue siendo una ciudad tranquila, muy de familia
tradicional tailandesa o en cualquier
caso de extranjeros residente en Tailandia
ya sea por motivos de trabajo, ya sea porque expatriados, han encontrado
en este país la compañera y el lugar ideal de su vida.
Me alojé en un hotel tailandés y disfruté sobre todo el aire
acondicionado y de la piscina. Para
conocer el lugar, si se tiene la suerte de hablar un poco el
idioma nada mejor que intimar con porteros,
taxistas o policías. Todos están
encantados de decirte lugares típicos
donde comer buen pescado y de paso averiguar hasta qué punto es cierto que les
entiendes. Sin ellos me hubiera sido
imposible descubrir aquel restaurante escondido en Khao Tao
(Cabo o Colina de la Tortuga) ni pasearme por las playas vírgenes
que aún quedan en Sampranburi.
Después de cenar nada mejor que un paseo por el mercadillo de artesanías con
parada incluida para degustar una cerveza mientras se escucha a algún cantautor
local. Todavía no logro descifrar lo que
cantan, pero por el semblante de la gente y la melodía, sospecho que se trata de
apasionadas baladas de amores frustrados.
He hecho cosas que no se me hubieran ocurrido hacer de otro
modo. Incluso entré en un templo e, imitando a otra gente, me puse en la cola
para que un monje rezara por mi. Tras el
obligatorio donativo (Tham Boon) debió
encomendarme a algún Ser Superior y me puso una pulsera en la muñeca que no
debo quitarme ni cuando me ducho. No sé
lo que durarán sus efectos, pero hoy, ya de vuelto en el colegio, me
vuelvo a sentir en forma y con el ánimo recuperado, o eso espero, hasta finales
del mes de octubre.
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