19 de agosto de 2013

Escuela de Bambú: Hua Hin

Dicen que una retirada a tiempo es casi una victoria.  Yo diría más bien una escapada a tiempo porque en verdad, después de casi cuatro meses en la selva  húmeda del noroeste de Tailandia y sin otra diversión que el ruido de la lluvia, el chirrido de los insectos y la cadenciosa  y cantarina repetición del alfabeto  tailandés, necesitaba cambiar de aires, ventilarme, ver gente normal, haciendo vida normal, bañarme en el mar, zambullirme en una piscina, entrar en un restaurante y cenar a la carta,   olvidarme del sudor y de los ventiladores, sentir el frescor del A/C, ver el mar, ver un palmo de tierra llana etc.  
Este fin de semana comprendí que  había llegado el momento de la descompresión, que debía alejarme del colegio y de los alumnos un par de días.  Decidí ir a pasar un largo fin de semana a Hua Hin.  Este blog no es precisamente un guía de viajes y no pretendo cantar las excelencias del lugar. Nuestras playas españolas, y más particularmente nuestras playas del norte la aventajan en muchos puntos.

Hua Hin es  a la Familia Real Tailandesa lo que Santander o San Sebastián fue para los Borbones, y a pesar de que en años recientes se  han multiplicado los hoteles internacionales de todas las enseñas  incluido un Meliá,  sigue siendo una ciudad tranquila, muy de familia tradicional tailandesa o  en cualquier caso de extranjeros residente en Tailandia  ya sea por motivos de trabajo, ya sea porque expatriados, han encontrado en este país la compañera y el lugar ideal de su vida.

Me alojé en un hotel tailandés y disfruté sobre todo el aire acondicionado y de la piscina.  Para conocer  el lugar,  si se tiene la suerte de hablar un poco el idioma nada mejor que intimar con porteros,  taxistas o policías.  Todos están encantados de  decirte lugares típicos donde comer buen pescado y de paso averiguar hasta qué punto es cierto que les entiendes.  Sin ellos me hubiera sido imposible descubrir  aquel  restaurante escondido  en Khao  Tao  (Cabo o Colina de la Tortuga) ni pasearme por las playas  vírgenes  que aún quedan en Sampranburi.    Después de cenar nada mejor que un paseo por el mercadillo de artesanías  con  parada incluida para degustar una  cerveza mientras se escucha a algún cantautor local.  Todavía no logro descifrar lo que cantan, pero por el semblante de la gente y la melodía, sospecho que se trata de apasionadas baladas de amores frustrados.
He hecho cosas que no se me hubieran ocurrido hacer de otro modo. Incluso entré en un templo e, imitando a otra gente, me puse en la cola para que un monje  rezara por mi. Tras el obligatorio donativo (Tham Boon)  debió encomendarme a algún Ser Superior y me puso una pulsera en la muñeca que no debo quitarme  ni cuando me ducho.    No sé lo que durarán sus  efectos,  pero hoy, ya de vuelto en el colegio, me vuelvo a sentir en forma y con el ánimo recuperado, o eso espero, hasta finales del mes de octubre.

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