Un
día, los campesinos se acercaron a Lord Budha para quejarse de que los
monjes,  con su ir y venir entre los
diferentes templos, cruzando los  campos,  echaban a perder   las cosechas porque pisaban inadvertidamente
los brotes de arroz recién plantado. Lord Budha viendo que la queja era
justificada, decretó el “retiro” de los monjes 
durante tres meses lunares a partir del primer día de  luna menguante del octavo mes lunar.  Este período coincide en Thailandia con la
estación de lluvias y puede ser que en una época en que  no había carreteras el que los  caminos 
se embarraran y se volvieran peligrosos 
contribuyera también  a mantener
el precepto; el caso es que en la tradición 
budista  Tharavada
 durante este período los monjes no
hacen largos viajes y regresan siempre a dormir al mismo templo y por
consiguiente dedican mucho más tiempo al estudio, a la meditación  y a la formación de los jóvenes
novicios.  Por su parte, los campesinos,
y los budistas laicos en general responden al “retiro” de los monjes llevándoles
velas,  comida, ropa, artículos de aseo y
limosnas.  Además y puesto que en el
campo, una vez repicado el arroz la tarea principal es esperar,  las familias 
están más predispuestas a que sus hijos 
entren en monasterio y profesen como novicios  durante ese corto período de tiempo.  Antiguamente era quizá la única oportunidad
que tenían de recibir  conocimientos
básicos sobre budismo y nociones de lectura y escritura. 
 En
algunas zonas del país,  particularmente
en Udon, en el noreste, la ofrenda de velas 
al templo se ha convertido en un festival en sí mismo y los diferentes
establecimientos, colegios e instituciones compiten en procesiones    para
ver quién lleva al templo el par de velas más grande, mejor decorado, o más
ingenioso. Antiguamente se tallaba la cera de las velas en forma de dragones y
demás figuras mitológicas del Ramayana,
pero esa costumbre está dejando lugar a la representación de  artistas del cine y de la televisión  y parece ser que este año se atreven incluso
con algún político. 
          Una
vez en el templo, los alumnos  escucharon
la exhortación de los monjes rezaron y recibieron su bendición.  Tras la ceremonia, los alumnos  comieron y disfrutaron en los jardines del
templo hasta la tarde.  Pese a tenerlo
tan cerca era la primera vez que visitaba el templo, (o más estrictamente
centro de meditación, pues no llega a la categoría de templo)  y me quedé sorprendido de la belleza del
lugar, no sólo por estar aislado en un bosque de heveas y disponer de frondosos
jardines con  cabañas  aisladas para retirarse a meditar, sino
también por estar al pie de un  enorme
peñasco rocoso, cubierto de vegetación y horadado por dentro con numerosas
cuevas  que harían la delicia de cualquier
espeleólogo  pero que a mí me sirvieron
para pararme unos minutos en el corazón de la roca, concentrarme, frente a una
estatua de Buda  y  visualizar nuevamente todo lo que esta
experiencia está aportando a mi vida y lo que quiero que siga aportando en el
futuro.
1 comentario:
Precioso relato. Muy ilustrativo y encantador.
Gracias, Federico
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