I Preliminares
El avión de Thai Airways
hace sus 10.200 km de recorrido volando a una altitud de 11.200 metros y una
velocidad de 1080 km por hora. El viento de cola de 160 km nos empuja y
llegamos al aeropuerto Internacional Suvarnabhum de Bangkok con media hora de
adelanto sobre el horario previsto.
Me espera mi amigo Victor y
me da la sorpresa de traer consigo uno de los jóvenes profesores de entonces,
hoy jubilado, que me recuerda anécdotas de los viejos tiempos.
A la salida del edificio del
aeropuerto recibo como una bofetada de bienvenida. Son las seis de la mañana y
la temperatura ronda los 35 grados. El calor y la humedad empañan mis gafas y
por fin despierto del todo. Ciertamente estoy en Tailandia y voy a vivir seis
meses irrepetibles. A mí de convertirlos también en extraordinarios.
Tres cientos cuarenta kilómetros
en la pick up de Víctor rumbo al noroeste y llegamos a
Khanchanaburi capital de la provincia
del mismo nombre y famosa por haber sido el escenario de la construcción del
trágico ferrocarril que pretendía unir Bangkok con Birmania y la India y que
Holywood inmortalizó con la película “El puente sobre el río Kwai. Paramos en
Khanchanaburi para visitar el famoso puente sustitutivo, esta vez de hierro, y
para presentar respetuoso homenaje ante el cementerio internacional donde
40.000 placas con sus respectivos
nombres y rango recuerdan a las víctimas de aquella triste hazaña. El cementerio recuerda a 40.000 occidentales
y yo me pregunto ¿dónde se recuerda a los otros 80.000 asiáticos que codo con
codo con los anteriores también murieron en el empeño?
Otros ochenta kilómetros y por fin llegamos al distrito de Sangkhaburi. Aquí, Tailandia, aprovechando la orografía montañosa y los amplios valles ha construido uno de los mayores pantanos del país de dimensiones tales que en los mapas de google aparece como un auténtico lago. Muy cerca se encuentra el “Paso de las tres Pagodas” Estamos en la misma frontera entre Tailandia y Birmania. Tomo contacto con mi lugar de trabajo, “La escuela de bambú” construida en terreno militar y que atiende a los niños birmanos, y de la tribus Karen y Mon cuyas familias vinieron en su día a trabajar en las plantaciones de caucho y que después de tantos años siguen viviendo sin papeles, en chozas a pie de las plantaciones.
Para dar más solidez al Proyecto,
puesto que los militares pueden obligar a levantar la escuela en
cualquier momento, se ha construido una
segunda escuela a 15 km. esta vez con materiales menos endebles. Gracias a ellas,
este año, cerca de 400 niños y niñas entre 5 y 14 años, podrán asistir a la
escuela.
Me llama la atención varias
cosas: la primera es la extrema pobreza de la gente. Sus chozas de paja y bambú
parecen que se van a hundir en cualquier momento, pero la gente sonríe siempre,
y Brother Victor como llaman aquí a mi amigo, es una persona afable, popular y
cercana. En segundo lugar constato sobre
la marcha que el sentido del proyecto solidario va más allá de lo meramente
educativo. Cerca ya de nuestro destino
nos paramos al borde de la carretera frente a una choza en la que trabaja un
herrero. Me entero entonces de que con él trabajan dos antiguos alumnos
birmanos que tras acabar la primaria querían dejar de estudiar y aprender un
oficio. Mi amigo que se había fijado en
aquel pequeño negocio de herrería, se paró un día y preguntó al herrero
cuchillero si aceptaría aprendices. El
herrero aceptó pero le dijo que no
podría pagar nada a los muchachos salvo compartir con ellos la comida y darles
un techo para . Desde entonces, cada vez que pasa por allí,
“Brother Víctor” se para a ver a sus
muchachos futuros cuchilleros, les deja una pequeña propina para sus gastos y
sobre todo conversa y conversa con la familia del herrero y con las familias de
las chozas cercanas. El tercer ejemplo lo puedo constatar esa misma tarde: una
mujer se acerca a la escuela a pedir ayuda. Un rato después mi amigo carga dos cajas de leche y se los lleva a aquella mujer cuyo
marido la dejado con cuatro niños pequeños y otro en camino.
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El gobierno distribuye leche
a los niños a través de los colegios. La escuela de bambú no es oficial,
tampoco es ilegal, pero como está fuera de la normativa educativa para el
Ministerio de Educación no existe. Está al margen. Afortunadamente otros colegios, guardan la
leche sobrante y cada cierto tiempo envían una remesa a la Escuela de bambú.
Las dos cajas cuya entrega acabo de presenciar
son parte de ese lote.
La tarde de bochorno rompe por fin en una tormenta
tropical. Compartimos la cena con la fundadora del proyecto. La lluvia es tan
intensa y el viento tan fuerte que no podemos quedarnos en la verandah. No importa, en un momento, sus dos hijos más
cuatro pequeños más de origen birmano que tiene acogidos en su casa, se
encargan de hacer el traslado al interior de la vivienda. Admiro lo pequeños que son y su capacidad
para ocuparse de todo sin necesidad de recibir órdenes.
El “jet lag” está jugando con mis horas de
sueño. Ya me han advertido de que quizá
me han programado demasiadas horas de clase. Así que aprovecho el sábado
para descansar y escribir estas primeras notas preliminares.
4 comentarios:
Querido Federico, no sabes cuanto te envidio, no dejes de tenernos al tanto de tus actividades, yo por mi parte tendre informados a todos los de clase, recibe un abrazo mio y de todos los que te apreciamos.
Te sigo, Federico.
Un abrazo.
Bueno, Federico, sólo volver a desearte suerte y enviarte energías muy positivas ante esa hermosa labor a la que empiezas a enfrentarte.
Te sigo y estoy al tanto.
Me encanta tu nueva aventura.
Suerte, Ánimo y Valor !!
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