Viajábamos de Madrid a Salamanca. De pronto una casa de piedra en pleno páramo nos llama la atención. La construyeron probablemente mucho antes de que por allí, alguien, un día, decidiera que pasase la carretera.
La casa parece abandonada. El revocado de la pared se cae a trozos, y deja al descubierto los cantos rodados utilizados en la construcción. La humedad y las filtraciones ennegrecen las paredes y en algunos sitios aparecen manchas musgosas. En medio de la pared el vano de una ventana y más allá la oscuridad. Se trata sin duda de una casa abandonada pero entonces, ¿cómo explicar la maceta florida en la ventana? ¿Quién la puso? ¿Quién la riega? Paro el coche y nos acercamos . Rodeamos la casa y no vemos señal de vida. En medio de tanto abandono, los geranios en el alféizar ponen su nota de alegría.
Han pasado los años. Me distraigo y ejercito pintado un cuadro que de inmediato me recuerda aquel momento. Con cada pincelada intento acercarme al modelo propuesto, pero sobre todo intento capturar el instante aquel en que supimos hacer un alto durante un viaje de negocios y pararnos a contemplar la serena belleza de una ruina en la que inexplicablemente destacaba un geranio en flor.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Hermoso cuadro y bonito relato, corto pero alegre y es que la anturaleza nos regala, de vez en cuando, cosa bellas e inexplicables, una delicia.
una barzo.
Publicar un comentario