19 de abril de 2011
Dicho en silencio y escuchando
Nada dicen jamás las elocuencias,
cuando se habla de amor,
cuando el amor exige ser hablado.
Sólo el silencio alcanza la elocuencia
que al amor corresponde,
el timbre justo
con que correspondemos al amor.
Todo cuanto se dice acaba en eco,
por eso dice más lo que se calla.
Lo que callamos juntos nos define,
como el amor da voz a lo que somos.
Te quiero – escucha bien –
en lo que digo,
y sobre todo vivo en lo que callo,
porque dice mejor lo que más quiero.
Silente sé que escuchas lo que escucho.
Tácito, sé que tú me sabes, tácita.
Te querrá mi mudez como ella explica.
Tú entiendes más allá:
me sobreentiendes.
Quiero ser imprudente en mi cautela.
Mi palabra por fin se despalabra
de todo su rumor,
para servirte.
Mi palabra de honor te está rendida.
Esta boca fue mía y hoy es tuya,
como tuyo es también mi estar ausente.
Como también son tuyas mis mudanzas.
Tuyos, de nadie más, son los siglos,
para tanto silencio enamorado.
Carlos Marzal
Anima Mia 2009
18 de abril de 2011
Persiguiendo una imagen
El lienzo está impoluto frente a mí, encima, clavada en el caballete, la imagen que quiero pintar. Lo que empezó siendo un entretenimiento se está convirtiendo poco a poco en auténtica afición. De un tiempo a esta parte me fijo en los cuadros que veo, intento descifrar la técnica, me pregunto sobre la mezcla de colores, los puntos de fuga los diferentes planos, los difuminados de fondo y la calidez de los primeros planos.
Me equivoco una y otra vez al mezclar los colores. Entre lo que busco y lo que consigo media una enorme distancia que me resulta imposible abarcar. Lo que pretendía ser un tono cálido, con vida, se apaga al rato de ser aplicado. Las pinceladas se desvían, la imagen parece plana, sin volumen. Las hojas verdes y y tostadas del ramo no se destacan suficientemente del fondo caleidoscópico y multicolor.
No desfallezco. La tarea es apasionante. El profesor pasa y a veces, un consejo, una ligera corrección de su mano supone un avance de horas. Me concentro en los colores, en las pinceladas y voy perdiendo la noción del tiempo. Acaricio una y otra vez la tela porque quiero que surja, esa imagen que a fuerza de mirarla como modelo ha quedado grabada en la retina y llevo conmigo incluso cuando no estoy pintando.
Sin embargo, sigue siendo copia de una copia. No he logrado transformar lo que he visto en una emoción que otros puedan percibir. Esa es, me parce a mí la diferencia entre el copista aplicado y el artista. El primero reproduce, el segundo transmite alma, al mirar su obra atisbamos algún retazo de emoción. El cuadro deja de ser impersonal y se convierte en testimonio. No me sentiré pintor hasta que no sea capaz de volcar mi alma en lo que pinto, como no me sentiré escritor hasta que sin darme cuenta, deje girones de mí en lo que escribo.
Hace unos días, leía en un libro que la pintura no se explica: se entiende. Seguramente enfrentados al cuadro, a cualquier cuadro, experimentamos una emoción. Puede ser de embeleso, de admiración, de contemplación o de rechazo y esta emoción antecede cualquier atisbo de comprensión. No siempre entiendo la obra de arte abstracta, pero cuando la contemplo, reacciono de inmediato. Me puede gustar aunque no la entienda. Si no es la primera vez que la veo, si estoy familiarizado con el autor, si he leído algo sobre la técnica o el estilo al que pertenece, si en particular, alguien a mi lado que la conoce bien, me hace notar la intención del pintor y los medios que utiliza para conseguirlo, indudablemente, aumentan exponencialmente las probabilidades de que la obra me guste.
De cualquier modo, sea cual sea la reacción del observador, una vez terminado, el cuadro se vuelve independiente de su autor. El mensaje se desliga incluso de la intención primera del pintor. Su significado se multiplica por el número de observadores. En la pintura figurativa, las diferencias son de de matices, en la abstracción pueden llegar a ser diametralmente opuestas. Pero ya no hay una realidad única. Hay una imagen que provoca en mi una reacción y si trato de explicármela, una interpretación que será exclusivamente mía, porque así la percibo yo en función de las emociones que en mi ha provocado.
1 de abril de 2011
Alberto Durero: Manos Orando
Alberto Durero: Estudio de “ Manos Orando”
1508 Dibujo a pincel sobre papel azul preparado
29 19,7 cm
Albertina Sammlung Graphische , Viena
Alberto Durero nació en Nuremberg (Alemania) en 1471. Su padre, orfebre de profesión fue su primer maestro. Heredero del legado artístico alemán procedente del gótico tardío e influenciado primero por la pintura flamenca de Jan van eyck y sobre todo de Rogier van der Weyden se orienta inicialmente hacia un concepto empírico de la pintura que se fundamenta principalmente en la obsevación. Sin embargo, en sucesivos viajes a Italia, trata de absorber también las nuevas corrientes renacentistas. De la simbiosis de ambas corrientes nace una pintura que se caracteriza por conciliar las ricas texturas, los colores brillantes y el gran lujo de detalles del norte con el énfasis en los temas mitológicos y las figuras idealizadas del arte italiano.
La popular obra conocida “Manos orando” fue uno de los numerosos estudios preliminares para el retablo que el alcalde de Frankfurt, Jacob Heller, le había encargado para su catedral. Este estudio en particular, realizado con todo detalle, iba destinado a convertirse en las manos de uno de los apóstolos que rodeaban la tumba vacía de la Virgen en su Asunción a los Cielos. Durero trabajó durante 13 meses en el panel central de esta obra decidido a hacerla tan buena y hermosa , “que seguirá siendo brillante y fresca durante quinientos años”.
Lamentablemente, un incendio acaecido en 1729 acabó con el retablo, pero nos quedan esas manos tan firmes, diáfanas y espirituales para recordarnos , que lo intangible a veces, también, casi se toca.
1508 Dibujo a pincel sobre papel azul preparado
29 19,7 cm
Albertina Sammlung Graphische , Viena
Alberto Durero nació en Nuremberg (Alemania) en 1471. Su padre, orfebre de profesión fue su primer maestro. Heredero del legado artístico alemán procedente del gótico tardío e influenciado primero por la pintura flamenca de Jan van eyck y sobre todo de Rogier van der Weyden se orienta inicialmente hacia un concepto empírico de la pintura que se fundamenta principalmente en la obsevación. Sin embargo, en sucesivos viajes a Italia, trata de absorber también las nuevas corrientes renacentistas. De la simbiosis de ambas corrientes nace una pintura que se caracteriza por conciliar las ricas texturas, los colores brillantes y el gran lujo de detalles del norte con el énfasis en los temas mitológicos y las figuras idealizadas del arte italiano.
La popular obra conocida “Manos orando” fue uno de los numerosos estudios preliminares para el retablo que el alcalde de Frankfurt, Jacob Heller, le había encargado para su catedral. Este estudio en particular, realizado con todo detalle, iba destinado a convertirse en las manos de uno de los apóstolos que rodeaban la tumba vacía de la Virgen en su Asunción a los Cielos. Durero trabajó durante 13 meses en el panel central de esta obra decidido a hacerla tan buena y hermosa , “que seguirá siendo brillante y fresca durante quinientos años”.
Lamentablemente, un incendio acaecido en 1729 acabó con el retablo, pero nos quedan esas manos tan firmes, diáfanas y espirituales para recordarnos , que lo intangible a veces, también, casi se toca.
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