24 de octubre de 2009

Maravillas del Camino
















Admitiendo que el Camino y su capacidad de atracción es en sí mismo una maravilla en este tercer y último post quisiera comentar algo más sobre los tres hitos destacados entre Logroño y Burgos: el Monasterio de Santa María la Real de Nájera, la Catedral de Santo Domingo de la Calzada y el monasterio de San Juan de Ortega.

A partir del año 923 Nájera es arrebatada a los musulmanes y para marcar sus dominios los reyes de Pamplona establecen su trono alternativamente en Nájera y en Pamplona. Es García Sánchez III quien en el año 1052 inaugura el monasterio construido en honor de Santa María de la Cueva atendiendo a un milagro lleno de misterio y de simbolismos y que siguen figurando como emblemas el el retablo del altar mayor de la basílica: un ramo de azucenas, una lámpara y una campana.
La construcción original de estilo románico mozárabe es transformada en el siglo XV cuando la abadía pasa a manos de los benedictinos. Se reconstruye en estilo gótico florido y se convierten en panteón de los reyes de Pamplona y Nájera y añadiéndosele el Claustro de los Caballeros.

Como peregrino, ajeno a los valores artísticos formales sólo quiero destacar el sepulcro de Doña Blanca Garcés conocida como Blanca de Navarra; las tracerías de los ojivales del claustro en estilo plateresco que en número de 24, están creados mediante una celosía en piedra de motivo diferente en cada uno de ellos; y finalmente aunque quizá más modesta, la puerta de entrada a la iglesia, que data de la primera mitad del siglo XVI y está labrada en nogal con motivos de medallones, plantas y animales fantásticos agrupados en paneles rectangulares.




Dieciocho kilómetros más allá nos encontramos con Santo Domingo de la Calzada y su colegiata y posterior catedral, construida en el siglo XII. Gran parte del románico original se conserva aún y constituye uno de los hitos del Camino de Santiago.

Por mi parte, quiero destacar el retablo renacentista del valenciano Damián Forment, único retablo que el artista talló en madera, aunque posteriormente fue policromado por Andrés de Melgar. De nueve metros de ancho y trece de alto, además de los temas religiosos, destaca la presencia de temas mitológicos: tritones, nereidas y centauros. La reciente instalación junto al retablo de una pantalla táctil interactiva permite al visitante ver con detalle cualquier elemento del retablo gracias a una fotografía de gran definición.
En cuanto a la torre exenta, de de estilo barroco que con sus 70 metros de altura es llamada cariñosamente “la moza de La Rioja”, debe ser cierto eso de que a la tercera va la vencida porque sustituye a una torre gótica que tuvo que ser desmantelada y que a su vez había remplazado a la original torre románica.

Finalmente, a 25 kilómetros de Burgos, nos encontramos con el Monasterio de San Juan de Ortega, de la segunda mitad del siglo XII y que desde hace más de 800 años ha sido un bastión indispensable en el Camino de Santiago.
Me paro frente al capitel de la Anunciación. En los dos equinoccios, un rayo de sol que se introduce por un ventanal ilumina a las 5 de la tarde el capitel, apreciándose que la Virgen María se dirige a la luz y no a San Gabriel. Mezcla de observación astronómica y técnicas arquitectónicas es todo un mensaje simbólico que nos regalan los constructores medievales.

23 de octubre de 2009

Sabiduría


Me preocupa pensar que, cuánta más información llega a nosotros menos tiempo dedicamos a pensar por nuestra cuenta. Por eso quizá nos sobran conocimientos y nos falta sabiduría.
El poeta T.S. Eliot lo dice maravillosamente en estos versos

¿Dónde está la sabiduría,
que se perdió con el conocimiento?
¿Dónde está el conocimiento
que se perdió con la información
?

22 de octubre de 2009

David Trueba, - Saber Perder

SABER PERDER
Novela
David Trueba
Anagrama 2008
Narrativas Hispánicas
520 páginas


He disfrutado con otro libros de David Trueba como “abierto toda la noche 81996) y “Cuatro amigos” (1999); sin embargo me resistía ante las más de 500 páginas de “Saber perder”.

Una reseña en el blog de Elena “perdida entre libros” y el comentario de alguien muy próximo me ha dado el último empujón y desde luego lo agradezco. Se trata de un libro ameno, ágil aunque a veces reiterativo, de fácil lectura. En él David Trueba aborda la personalidad de sus protagonistas a través de la minuciosa repetición de sus actos, acertados o desacertados, voluntarios, voluntariosos o inconscientes. Son además, por su vinculación familiar y sus diferentes etapas vitales, como un corte vertical en la tarta de nuestra sociedad y en especial en una sociedad de perdedores.

Para bien resaltar el espíritu competitivo que empapa nuestra sociedad, David Trueba introduce un cuarto personaje: un joven futbolista argentino crack en su país pero a quien las cosas no le van tan bien en el equipo español al que se acaba de incorporar.

Contado en presente por un narrador omnisciente, estamos ante relato que narra la vida de cuatro supervivientes que tratan de aprender de las pequeñas derrotas cotidianas y es que como afirma David Trueba “ Sobrevivir es más importante que triunfar”.

Lorenzo, acaba de perder su trabajo, su mujer le ha abandonado y el negocio que ha compartía con un amigo le ha llevado a la ruina. Su hija, Sylvia, se ve a escondidas con Ariel, el futbolista Argentino, y Leandro, el padre de Lorezo y abuelo de Sylvia trata de recuperar el tiempo perdido y se lanza, quizá de manera equivocada por una senda, de difícil retorno. Los cuatro, viven con el peso de un secreto que no pueden compartir, y se muestran de una aplastante naturalidad. Son personajes reales, como los que nos cruzamos todos los días en la calle, seres como nosotros, que cometen errores, que engañan y se esconden de los demás.

El narrador pasa de un personaje a otro dentro del mismo capítulo, pero al tratarse de un relato en presente, no perdemos nunca el hilo de la narración, y el autor nos introduce en la trama de la historia al incorporar datos absolutamente fehacientes como los atentados del 11 M o el incendio que destrozó las costas de varios países asiáticos causando miles de víctimas mortales.

A pesar de tener, quizá, una longitud algo excesiva, la novela no se hace pesada en ningún momento porque David Trueba maneja admirablemente una sutil ironía y un imperturbable sentido del humor.

El deseo trabaja como el viento. Sin esfuerzo aparente. si encuentra las velas extendidas nos arrastrará a velocidad de vértigo. Si las puertas y contraventanas están cerradas, golpeará durante un rato en busca de las grietas o ranuras que le permitan filtrarse. El deseo asociado a un objeto de deseo nos condena a él. Pero hay otra forma de deseo, abstracta, desconcertante, que nos envuelve como un estado de ánimo. Anuncia que estamos listos para el deseo y sólo nos queda esperar, desplegadas las velas, que sople su viento. Es el deseo de desear.



¿Volvemos a casa? pregunta Leandro. Lorenzo siente piedad por ese hombre al que de niño temía por su rigor, sus convicciones firmes, al que luego ignoró y más tarde aprendió a respetar. Su padre empequeñecido avanza por el pasillo y Lorenzo le ve entrar en su cuarto. ¿Quién soy yo para juzgarlo? Si pudiéramos exponer a la luz las miserias de las personas, los errores, las torpezas, los crímenes, nos encontraríamos con la penuria más absurda, la verdadera indignidad. Por suerte, piensa Lorenzo, cada uno llevamos nuestra secreta derrota bien adentro, lo más lejos posible de la mirada de los demás. Por eso no ha querido escarbar demasiado en la herida de su padre, conocer los detalles, humillarle más de lo que ya le debía de humillar sincerarse con su hijo.

Días de mar brava


16 de octubre de 2009

Piedras, flechas y pequeñas alegrías del Camino

Quisiera plasmar aquí algunos pequeños detalles de los muchos que a lo largo de estos siete días iniciáticos me han ido sorprendiendo.

Al salir de Logroño, un espontáneo, Marcelino Lobato, el “peregrino pasante” ha establecido en un cobertizo su tenderete. Sella las credenciales como si de una autoridad se tratara. ofrece manzanas, avellanas y sobre la mesa no veo el consabido platillo para depositar nuestra ofrenda. Luego me entero de que a lo largo del Camino existen otros personajes parecidos que han convertido el Camino en su modus vivendi.
En un lugar del camino alguien ha confeccionado con ramitas de árbol una tosca cruz trenzada en la valla que nos separa de la autovía. Alguien ha creído ver algún significado especial y ha añadido su propia cruz, luego otro, y otro. al final son cientos las crucecillas que tapizan la valla. Seguramente pocos saben por qué lo hacen. Más curioso aún son los montoncitos de piedras que se van colocando sobre cualquier poste, mojón, o lugar muy visible del camino. Son famosos los canteros que se han ido formando en torno a los humilladeros en particular el de la Cruz de Ferro cerca de Foncebadón. Simbolizan la solidaridad de los peregrinos que piedra a piedra crean entre todos un monumento. Quiero creer que estos humildes montoncitos de piedras con los que me encuentro son también una forma de decir, por humilde que sea, yo también he puesto mi anónimo granito de arena en esta empresa. Resalto lo de anónimo porque afortunadamente los grafitteros aún no han hecho acto de presencia. Nada más repelente que los consabidos XXX y YYY estuvieron aquí día tal de tal de mil novecientos tal.

“Las peras del huerto del vecino siempre son más sabrosas que las del nuestro”. Yo no tengo huerto, pero desde luego no he sabido resistir la tentación de probar la fruta de los huertos del vecino. Las cepas cuajadas de brillantes racimos negros, las higueras cargadas de higos al borde del camino, algún manzano o peral que nos ofrece su fruto al paso, me han hecho sucumbir a la tentación y me han recordado los años de la infancia es que esta práctica era casi un deporte.

Ciertamente el camino está cuajado de pequeños placeres: la salida de la etapa, al amanecer, mientras los primeros rayos de sol acarician los tejados de la ciudad y pintan a nuestra espalda el cielo de color rosa; el frescor de la mañana y el silencio sólo interrumpido por algún canto de pájaro y por el chirriar de nuestras botas sobre los guijarros del camino; las paradas para dejar que nuestra vista se pierda en el azul brumoso recortado de montañas; descalzarse y meter los pies en el agua helada de algún pilón para calmar los pies doloridos, el alto en el camino a pie de un crucero beber un trago de agua y comer ese bocadillo que nos tienta en la mochila; la visión de nuestra meta al coronar un empinado ribazo; llamar a la puerta de alguna casa para pedir una brizna de sal o una patata para completar ese guiso que entre unos cuantos estamos preparando en la cocina del albergue; lavar nuestra propia ropa con un grueso trozo de jabón Lagarto y llevar la colada al tendal como si no hubiéramos hecho otra cosa en la vida; los reencuentros en el albergue después de haber perdido de vista al peregrino con quien hablamos en una etapa anterior; las presentaciones y charlas al caer la tarde; esa canción que alguien nos dedica y toca con su armónica; las botas alineadas a la entrada del albergue, en perfecto estado de revista y los imprescindibles bastones que tanto incordian pero que empujan en las subidas y amortiguan las bajadas.

Nunca la descripción será completa. Cada cual percibe y disfruta de su Camino y a su manera. No sería justo sin embargo no mencionar a los hospitaleros voluntarios que regentan los albergues, sellan las credenciales, chapurrean idiomas y nos hablan más con sus gestos, su sonrisa y su gran corazón que con nuestro propio idioma.

Hacer el Camino, tiene muy poco que ver con ir de excursión o con hacer senderismo. El Camino tiene a pesar de uno mismo una carga espiritual difícil de eludir. Supone fatigas, convivencia e incomodidades, particularmente en los albergues. Algo extraño ha de ocurrir, porque a decir de los expertos, quien lo prueba repite.

15 de octubre de 2009

Era el viaje como una Epifanía

Era el viaje como una epifanía
como el canto fluvial
como una novia
y la ciudad tenía, luna niña
un polisón bordado de equinoccios.
Llegaste tú como un presentimiento
caminando despacio por la lluvia
de una tarde lejana, dibujada
en la húmeda espalda del invierno.
Hicimos el camino en un abrazo
tranzamos el paisaje con adioses
para encontrarnos solos, finalmente
en la estación de nunca
junto al sauce.
Y fue azul y roja la mañana
y el despertar se hizo en tu pecho
apeadero de nuestros desencuentros.
Al final esperaba la alborada
como una campesina en otoño
aguardando la luz y descorriendo el alba.
Sabia que te irías
y te fuiste.
Era el viaje como una fuente seca
como un árbol caído
como una puñalada.

Ramón Pernas
Poesía (in)completa 2009

13 de octubre de 2009

Aprendiz de peregrino

He nacido en un pueblecito con apelativo “del Camino”, y desde mi ventana, veo pasar a diario cientos de peregrinos que dirigen sus cansados pasos hacia el albergue en el centro de Burgos. No es de extrañar por tanto que la llamada del camino haya estado siempre muy presente aunque para considerarlo fuera de mi alcance tanto por las largas etapas como por las pesadas mochilas que cargan los peregrinos.
De pronto, sin saber muy bien por qué, pero desde luego aconsejado por avezados caminantes empecé a creer que yo también podía hacer el camino, que además, necesitaba hacer ese camino y que el año próximo iba a ser mi última oportunidad de hacerlo en un año Jacobeo. Así pues, empecé a recopilar información, a escuchar consejos, y a entrenarme con caminatas más o menos largas, con y sin mochila, con una meta inmediata: probarme a mi mismo que aún era capaz de caminar en solitario y sumarme a los miles de personas de todas las edades que año tras año recorren el Camino de Santiago.

¡Lo he conseguido! He hecho un tramo del camino. El día 2 de octubre salí de Logroño y siete días más tarde sellaba mi credencial en el albergue de Burgos. No pretendo en esta ocasión hacer un diario de cada etapa, de sus vicisitudes, percances, anécdotas y encuentros. Tiempo habrá para ello, pero apresando en pocas palabras el meollo de esta experiencia resaltaría lo siguiente:

1º El camino no es un paseo que hacemos con alguien. Es algo muy personal, que experimentamos a nuestro propio ritmo, siguiendo la medida de nuestros propios pasos, ni acompañamos ni seguimos a los demás peregrinos. Ellos están ahí, nos preceden y nos siguen, nos cruzamos y nos saludamos: “¡Buen camino!” , nos reencontramos , en los hitos, en las fuentes o en las tabernas donde retomamos fuerzas. Y sabemos que lleguemos cuando lleguemos, estarán esperándonos en el albergue, pero cada uno va a su aire, sumido en sus pensamientos, saboreando su propio esfuerzo.

2º El camino nos vuelve a colocar dentro de nuestros límites humanos. El tiempo que fluye, el paso de las horas, la distancia, el horizonte, los paisajes que aparecen y los monumentos y pueblos que atravesamos se miden o se contemplan mejor caminando. Estamos demasiado acostumbrados a ampliar nuestras posibilidades gracias a la técnica: automóviles, teléfonos, MP3… Es bueno, a veces sentir que ese trayecto que en coche hacemos en media hora, a nuestro paso supone dos jornadas de camino.

3º El camino es un lugar de encuentro. Pocas experiencias son tan propicias a las relaciones personales como los encuentros al final de cada etapa. La vida del peregrino en los albergues se reduce a muy pocas actividades, en lugares a menudo desprovistos de cualquier distracción. El albergue es el lugar de encuentro, de compartir las experiencias y reflexiones de la jornada, pero también la de pasarse recetas, y cómo no, algún que otro ingrediente que necesitamos para preparar nuestra cena solitaria. Se charla, se escribe en nuestro diario, se dan y reciben direcciones de correo… A veces se canta o se toca algún pequeño instrumento musical, La disciplina sin embargo es la tónica general. Las botas se alinean en la entrada, y a las 10 de la noche, sin toque de queda, se apagan todas las luces, porque con las primeras luces del alba silenciosos, unos tras otros vamos encarándonos con una nueva etapa.