I
Sobre mi pecho tu mano se apacigua.
tan tímida que apenas se diría
que la han modelado los adioses,
que dócil se somete a esa música
precisa de la sangre,
y que acepta su sombra
como la mitad de sí misma.
¿Quién diría, al contemplarla agazapa,
apenas palpitante,
embriagada por el murmullo
de una espuma nocturna,
que anhela dispararse más allá
del arrullo y la caricia.
II
Tras el amor mi mano se demora
sobre tu corazón, como un oído,
desmemoriada de las formas,
como si nunca hubiese
albergado una vaso
o apretado una llave,
deseosa tan sólo de asomarse
a ese vivo pozo,
y como araña pálida
beberle todo el sueño y,
lejos de sus telares, sucumbir.
Mansa mano dichosa
de encallar en tus dunas,
varada mano
amorosa, que sólo
busca arder en tu cuerpo y reposar
en él como una rosa calcinada.
Sobre mi pecho tu mano se apacigua.
tan tímida que apenas se diría
que la han modelado los adioses,
que dócil se somete a esa música
precisa de la sangre,
y que acepta su sombra
como la mitad de sí misma.
¿Quién diría, al contemplarla agazapa,
apenas palpitante,
embriagada por el murmullo
de una espuma nocturna,
que anhela dispararse más allá
del arrullo y la caricia.
II
Tras el amor mi mano se demora
sobre tu corazón, como un oído,
desmemoriada de las formas,
como si nunca hubiese
albergado una vaso
o apretado una llave,
deseosa tan sólo de asomarse
a ese vivo pozo,
y como araña pálida
beberle todo el sueño y,
lejos de sus telares, sucumbir.
Mansa mano dichosa
de encallar en tus dunas,
varada mano
amorosa, que sólo
busca arder en tu cuerpo y reposar
en él como una rosa calcinada.
Miguel Angel Velasco
El Sermón del Fresno (1995)