Cuando mencionamos la palabra ECO automáticamente nos imaginamos caminando por un desfiladero y lanzando llamadas que se estrellan contra las rocas y regresan a nosotros con una miseriosa reverberación. Recordamos también que la mitología se apoderó del fenómeno para explicar cómo Hera fue engañada por Zeus utilizando la voz de una oréada o Ninfa de la Montaña.
Pero no trato aquí de hablar de Eco como figura mitológica ni como fenómeno físico, sino del eco como arte de saber escuchar. Creo que escuchar es algo que nos cuesta mucho a todos. Oímos, escuchamos de pasada, pero no ejercemos la escucha atenta, la escucha que anima y ayuda a clarificar ideas. La Eco mitológica fue castigada por Hera a repetir la última palabra de cada frase y desaparecer ... desvanecerse...
Y en eso precisamente consiste la escucha atenta. Tan atenta que acabamos fundiéndonos con nuestro interlocutor, repitiendo su última palabra, para asegurarle que seguimos escuchando, que reformulamos lo que nos dice obligándole así a explicarse y precisar su pensamiento.
Las personas que apreciamos y que nos aprecian, no necesitan generalmente de nuestros consejos y desde luego, cuando los necesitan nos los piden directamente y sin rodeos. Pero lo que siempre necesitan es que les escuchemos.
Unas veces hablan por vanidad, por necesidad de sentirse importantes de justificar su mediocre existencia. Tienen que encontrar a alguien a quien contar sus proezas, sus conquistas, sus logros en el deporte, en la pesca, o en el trabajo. Escuchar con atención en estas ocasiones es una auténtica proeza porque además de aburrirnos sentimos un irreprimible deseo de mandarles a paseo
Otras veces nos buscan porque no tienen claro lo que quieren. Se debaten en una maraña de alternativas y una confusión mental tal, que lo que buscan es aclarar las ideas. No necesitan que acrecentemos su confusión aportando soluciones. Los argumentos están ahí a favor y en contra de su proyecto, pero necesitan verbalizarlos para ordenarlos, priorizarlos y tomar una decisión. Si a caso, en estos casos sólo cabe hacer alguna pregunta aclaratoria sobre sus argumentos, para ayudarles a reformularlos de manera congruente con el caso.
Con frecuencia alguien que confía en nosotros nos habla porque se siente abatido, sin ganas, deprimido, nostálgico y no sabe muy bien por qué. Nuestro error en estos casos es ofrecer recetas como quien dispensa pastillas en una farmacia. Frases como "Lo que tienes que hacer es..." "No pienses en ello..." "Eso son tonterías..." son recurrentes cuando alguien nos está contando sus pequeñas frustraciones o sus desánimos. Necesitamos enormes dosis de empatía para silenciar nuestras recetas, y sobre todo para callar nuestras propias y parecidas congojas. No es el momento de decir: "igual que lo que me pasó a mí cuando... " y lanzarse en una perorata sobre nuestros propios problemas. Sentir empatía supone intentar pensar y sentir con nuestro interlocutor, pero no para suplantarlo sino para entender lo que nos cuenta sintiendo como él siente y con la misma intensidad que él está experimentando. Las palabras de asentimiento, las interjecciones breves que denotan nuestra presencia y nuestra escucha, y breves preguntas aclaratorias, pero nunca indagatorias, son algunas de las reacciones válidas en estos casos. El mejor alago que nos pueden hacer después de haber escuchado en perfecto silencio las confesiones o las angustias de un amigo, es que se despida diciendo : "¡Muchas gracias! No sabes cuánto me han ayudado tus consejos!”
Actuar así, es convertirse en ese anhelado eco que todos buscamos alguna vez y sinceramente a veces, me gustaría encontrar esa peña perfecta en la que se refracten mis pensamientos y mis dudas y me reboten como un límpido eco que me ayude a comprenderme mejor.
Pero no trato aquí de hablar de Eco como figura mitológica ni como fenómeno físico, sino del eco como arte de saber escuchar. Creo que escuchar es algo que nos cuesta mucho a todos. Oímos, escuchamos de pasada, pero no ejercemos la escucha atenta, la escucha que anima y ayuda a clarificar ideas. La Eco mitológica fue castigada por Hera a repetir la última palabra de cada frase y desaparecer ... desvanecerse...
Y en eso precisamente consiste la escucha atenta. Tan atenta que acabamos fundiéndonos con nuestro interlocutor, repitiendo su última palabra, para asegurarle que seguimos escuchando, que reformulamos lo que nos dice obligándole así a explicarse y precisar su pensamiento.
Las personas que apreciamos y que nos aprecian, no necesitan generalmente de nuestros consejos y desde luego, cuando los necesitan nos los piden directamente y sin rodeos. Pero lo que siempre necesitan es que les escuchemos.
Unas veces hablan por vanidad, por necesidad de sentirse importantes de justificar su mediocre existencia. Tienen que encontrar a alguien a quien contar sus proezas, sus conquistas, sus logros en el deporte, en la pesca, o en el trabajo. Escuchar con atención en estas ocasiones es una auténtica proeza porque además de aburrirnos sentimos un irreprimible deseo de mandarles a paseo
Otras veces nos buscan porque no tienen claro lo que quieren. Se debaten en una maraña de alternativas y una confusión mental tal, que lo que buscan es aclarar las ideas. No necesitan que acrecentemos su confusión aportando soluciones. Los argumentos están ahí a favor y en contra de su proyecto, pero necesitan verbalizarlos para ordenarlos, priorizarlos y tomar una decisión. Si a caso, en estos casos sólo cabe hacer alguna pregunta aclaratoria sobre sus argumentos, para ayudarles a reformularlos de manera congruente con el caso.
Con frecuencia alguien que confía en nosotros nos habla porque se siente abatido, sin ganas, deprimido, nostálgico y no sabe muy bien por qué. Nuestro error en estos casos es ofrecer recetas como quien dispensa pastillas en una farmacia. Frases como "Lo que tienes que hacer es..." "No pienses en ello..." "Eso son tonterías..." son recurrentes cuando alguien nos está contando sus pequeñas frustraciones o sus desánimos. Necesitamos enormes dosis de empatía para silenciar nuestras recetas, y sobre todo para callar nuestras propias y parecidas congojas. No es el momento de decir: "igual que lo que me pasó a mí cuando... " y lanzarse en una perorata sobre nuestros propios problemas. Sentir empatía supone intentar pensar y sentir con nuestro interlocutor, pero no para suplantarlo sino para entender lo que nos cuenta sintiendo como él siente y con la misma intensidad que él está experimentando. Las palabras de asentimiento, las interjecciones breves que denotan nuestra presencia y nuestra escucha, y breves preguntas aclaratorias, pero nunca indagatorias, son algunas de las reacciones válidas en estos casos. El mejor alago que nos pueden hacer después de haber escuchado en perfecto silencio las confesiones o las angustias de un amigo, es que se despida diciendo : "¡Muchas gracias! No sabes cuánto me han ayudado tus consejos!”
Actuar así, es convertirse en ese anhelado eco que todos buscamos alguna vez y sinceramente a veces, me gustaría encontrar esa peña perfecta en la que se refracten mis pensamientos y mis dudas y me reboten como un límpido eco que me ayude a comprenderme mejor.
6 comentarios:
Dicen que la conversación, no el charloteo sino la conversación, es todo un arte. Pero creo que saber escuchar lo es aún mucho más, e infinitamente más difícil. Escuchar no siempre implica entender los motivos del otro, pero es importante tener alguien que procure empatizar con nosotros.
Me gustó sobre todo el penúltimo párrafo de tu post. Ahí es donde reside el arte de escuchar..
Besos.
Una reflexión en la que me vi reflejada en muchos pasajes, buenos y menos buenos, procurare ser eco y saber guardar silencio cuando sea menester.
M gusto mucho leerte.
Un abrazo Fede
Dicen que nadie debe irse de tu lado sin encontrarse mejor de lo que vino y exactamente sucede con el escuchar y es que todos, todos, necesitamos hablar. Unos por presunción, otros por necesidad de tener público que lo escuche, pero la verdadera conversación es la del que necesita desahogarse, liberarse de sus angustias o de sus miedos o simplemente buscando un apoyo.
Ese apoyo del amigo que sabe escuchar, que está pendiente hasta del lenguaje no oral y entra en la piel del que habla.
Y es tan dificil encontrar a quien realmente te escuche...
Me ha gustado tu reflexión, Federico. Mucho.
Un fuerte abrazo.
Ya es mosqueo cuando no se cuelgan de inmediato los mensajes ¿quien da el visto bueno? demasiada similitud fonetica entre "ECO-IMPULSIVO Y SINCERO" Y "EGO, TE CUELGO EL MENSAJE CUANDO LO CREA CONVENIENTE" SOMOS BUENOS PERO CONTROLAMOS DEMASIADO A LA GENTE Y A LA INFORMACION ¿ECO o EGO?, ¿SINCERO o PROVOCADOR?, lo siento, que hoy no me aguanto con el comentario
Amigo burgos,
Creo que estás equivocado. Nadie da el visto bueno a los mensajes... Y no, no hay censura previa. Usted puede opinar cuanto guste.
Saludos
Al "eco" de lo que dice Cálida Brisa podría añadir que todos en un momento u otro somos depositarios de lo que alguien (sean amigos o no) quieran contarnos. Otras veces somos nosotros los que necesitamos encontrar ese alguien que quiera escucharnos. Como en todo, es dar y recibir, simplemente. Yo quiero que me hablen los que me escuchan, no deseo que se callen y no me digan nada. Quiero conocer su opinión... y además siempre se puede aprender algo nuevo. Creo que en este asunto, hay que tener la mente muy abierta. Interesante reflexión, Fede. Un otro beso.
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