Familia Colombiana1999 Óleo sobre tela 195 x 165 cm
colección delo Artista
Botero es un pintor figurativo, pero no realista; sus obras se orientan por la realidad, pero no la plasman. En sus cuadros, todo es voluminoso; tanto el plátano, la bombilla, la palmera y los animales como los hombres y las mujeres. A Botero no le interesa pintar determinadas cosas – por ejemplo, hombres gordos o mujeres gordas -, sino que desea convertir, mediante transformación o deformación, la realidad en arte. Su nostalgia creativa, su ideal estético, gira en torno a formas y volúmenes, a un estilo que permita expresar esas visiones. Botero, el artista contemporáneo que probablemente haya estudiado más tiempo el arte de todas las épocas en los museos, remite a la larga tradición de la deformación.
También artistas como Giotto, Rafael, El Greco Rubens y Picasso deformaron las cosas y la realidad para expresar lo que querían. El Giotto temprano, en una época en que la perspectiva no se había descubierto aún para la pintura, buscaba sugerir en la superficie una forma táctil, plasticidad, espacio. A su vez, Rubens llevó al lienzo, con la sensualidad de la carne, también el éxtasis religioso, muy al contrario del místico El Greco quien, con sus figuras exageradamente alargadas, que giran extendiéndose hacia lo alto, expresó una religiosidad tan extática como profundamente española. Por otro lado, las figuras ascéticamente “delgadas” de Giacometti se han puesto una y otra vez en relación con el existencialismo.
La exageración, permanente universal, y su repetición ininterrumpida dentro de las obras completas de un artista, como fue el caso de los pintores anteriormente mencionados, y también lo es de Botero, eleva la deformación a regla, con lo que la transforma en un estilo. La deformación sin un sentido superior, por sí misma, es o monstruosa o una caricatura; en el caso de Botero no es ni lo uno ni lo otro, sino que la deformación se debe siempre al deseo de elevar la cualidad sensual de los cuadros. Lo regordete responde a una preferencia formal por los valores plásticos en el arte clásico.
Sea cual sea el tema que Botero trae, con su estilo ampuloso y personal, pierde la dureza, lo cáustico, lo drástico. Las “casas” ya no llaman la atención, el toreo se despoja de crueldad: la dama con las uñas pintadas de rojo pierde su ridiculez, e incluso el amor se despoja de erotismo. Sus volúmenes sublimados son la varita mágica con que transforma el mundo y la vida y los viste de irrealidad flotante: por muy paradójico que parezca, el mundo de masas de Botero aparece tan ligero como un globo de aire.