7 de julio de 2018

La Transparencia del Tiempo

 Leonardo Padura
Tusquets Editorres
Colección Andanzas
448 páginas

         Leonardo Padura  es para mí un reciente  y grato descubrimiento  de la literatura latinoamericana actual.  Había oído hablar de su magnífico  “El hombre que amaba a los perros”  sobre la vida de Trotski y su homicidio a manos de Ramón Mercader  pero el tema no me tentó lo suficiente como para abordar la lectura.  Lo intenté un poco más tarde con “Adiós Hemingway”  un imaginativo relato sobre el plausible suicidio en La Habana de Hemingway  y tampoco quedé muy satisfecho, pero a
la tercera ha sido la vencida  y sin titubeos  reconozco esta vez que “La transparencia del tiempo” es una novela redonda en la que se mezclan de forma bastante armoniosa  algunas de las características que desde hace tiempo lo habían llevado a la lista de autores imprescindibles de la literatura latinoamericana actual


            Por una parte a través de su personaje Mario Conde vuelve a la novela  de tinte  policial y detectivesco  y con un guiño a Dashiell Hammett   nos arrastra a sus viejos tópicos de  vida bohemia, alcohol, sexo y sobre todo amigos, con los que habla, consulta y se involucra en las más extrañas  aventuras.  En esta ocasión, desde su experiencia como ex policía ayudará su compañero de Preuniversitario Bobby, recién salido del armario, a recuperar una talla que le ha sido robada de una virgen  asimilada a la advocación de Virgen de Regla porque es negra. Pronto se descubrirá que en torno a esa desaparición surgen extraños personajes que bajo las apariencias de la pintura y el arte viven un nivel de vida desconocido en Cuba, se mueven en ambientes que hacen tambalearse los viejos ideales de socialismo igualitario y ponen en duda la   democracia social por la que sacrificaron su juventud.   

            Por otra parte adquiere así la novela un tinte de pesimismo desengañado. La historia del país ha frustrado muchos ideales. El sacrificio de muchos para que todos tuvieran algo  ha sido un  fraude  y mientras unos intentan sobrevivir  en barriadas marginales otros  expolian las obras de arte del país y brindan con champán sus nuevas adquisiciones.

            Pero  curiosamente en esta obra, Padura  sale también de Cuba y de su presente y escarba en las  raíces medievales de las tallas de vírgenes negras enlazando con ellas por un lado  La Virgen de Regla venerada en Cuba y por otro lado justificando el valor de la desaparecida talla de Bobby con los acontecimientos de la Guerra Civil española, aventurándose incluso a hacer un pequeño guiño a los  movimientos separatistas de  Cataluña.

            No me parece del todo acertado haber sobrecargado el libro con tanta referencia medieval  y  aunque no descarto  su inclusión pienso que esos capítulos podrían haberse aligerado  mucho. Así mismo creo que el desenlace de la historia no nos causa sorpresa  y de alguna forma se anticipaba; pero las novelas de Padura a mi entender no son auténticas novelas negras ni novelas de misterio.  Leonardo Padura tiene el mérito de publicar desde Cuba y sin censura libros que son una auténtica crítica social de las peores formas del nuevo socialismo cubano y una seria advertencia de en qué se puede convertir el Castrismo después de los Castro

6 de julio de 2018

Sobrevolando los Andes



Mi cuerpo  refleja  el  cansancio de nueve horas de vuelo  pero está amaneciendo sobre Rio de Janeiro y los motores del avión indican que hemos empezado  la maniobra de aproximación.  Me habían aconsejado que eligiera bien el asiento, preferiblemente en el lado izquierdo  porque el aterrizaje en Río es uno de los que no se pueden perder.
            A medida que nos acercábamos se dibujó en el horizonte una fina línea cobriza que se volvía de pronto incandescente e iluminaba una inmensa bahía en la que por un lado sobresalía el famoso Pao de Açucar, y un poco más lejos   casi imperceptible silueta del famoso Cristo Redentor y en la bahía dispersos islotes oscuros sobre un mar de tinta que la claridad del horizonte irisaba con trazos acharolados.   Fueron  unos pocos minutos de contemplación silenciosa y acongojada. ¿Cómo podía contemplar tanta belleza  y no poder decir en voz alta que aquello era una maravilla?  ¿Cómo explicar con palabras la imparable sucesión de matices  del rojo pálido al oro  incandescente y cómo lo que minutos antes era una mancha  oscura se había  convertido  en algo tan bello que   faltaban ojos para no perder detalle?. 
            La escala en Rio  sirvió para apaciguar poco a poco los nervios a flor de piel y el café negro y oloroso  barrió cualquier traza de sueño, pero en contrapartida  me mantuvo en un frenético estado de excitación.   Abordamos  el siguiente avión, más pequeño y menos congestionado  y  tan pronto como  alcanzamos  el nivel de crucero, el comandante además de darnos una calurosa y cantarina bienvenida  que no necesitó de traducción nos avisó que sería un día claro y sin nubes y que sobrevolaríamos  los  Andes pasando por encima del Aconcagua que podríamos ver  a nuestra  derecha.


            En efecto tras una tensa espera durante la cual tuve tiempo de bajar del equipaje de mano la cámara de fotos, fui fijándome  en la progresiva transformación del paisaje.  Los inmensos pastizales  se iban acercando al avión sin que  éste hubiera cambiado  de altitud. Lo que al principio sólo eran diminutas manchas oscuras  se movían y luego  se convirtieron en  ganado vacuno  que indiferente a nuestro escrutinio  se movía por campos sin límites visibles.  Al cabo de rato, el verde intenso de los campos se fue haciendo más ralo, y lo que inicialmente parecían rocas y  peñascos aislados se  convirtieron en montes y montañas que  se acercaban vertiginosamente.  De pronto la nieve cubrió  los picos y es como si  una fuerza telúrica los fuera acercando hacia nosotros como si quisieran traspasarnos. La diferencia de altura entre  nosotros y las montañas era tan pequeña que podía distinguir cada recoveco, cada picacho, cada  nevero  de esa inmensa muralla que nuestro avión,  como un saltador de pértiga,  sobrepasó casi rozándola.
            Apreté los puños de pura rabia porque esos dedos que se crispaban no podían extenderse para apretar y acariciar otros dedos, otra mano amiga.  Pensé en mi mujer, pensé en mis hijos y supe que jamás sería capaz  de trasmitirles  lo que acababa de vivir.  ¡Tanta belleza y tanta emoción perdida por no haber podido compartirla en el momento debido!
            He vivido otros muchos bellos momentos de fuerte  intensidad emotiva y con frecuencia lo he hecho en compañía. Cada nueva experiencia ha reforzado mi  absoluto convencimiento de que la belleza ha sido creada para ser compartida y que las emociones  fuertes se intensifican y se comprenden  mejor cuando alguien a tu lado las vive contigo..