Cayó la hoja roja, y la que arranco hoy me muestra el
cartón desnudo de un calendario que ha dejado de serlo. Como en las cámaras antiguas rebobino estos
365 días de 2012 y veo que no ha sido tan mal año... Yo decía el otro día que
éste era un año para recordar, y lo decía por su faceta negativa que ha
afectado sobre todo a personas de mi entorno.
En justicia es también un año
para recordar por todas las cosas buenas que me han ido
sucediendo al compás de los días y al
ritmo de las estaciones.
Mis caminatas,
generalmente siguiendo las diferentes rutas del Camino de Santiago o los GR de
la ruta del Ebro (GR 99) y las salidas con la Agrupación de Montaña. Más de 600 Km en total, en etapas de 20 a 30 Km respirando aire puro,
llenándome los ojos de mar, de bosques o de los amarillos trigales de la
meseta. De todas ellas un pequeño broche
de oro: Contemplar Luarca en compañía, desde lo alto del cementerio, al pie de la tumba del
científico enamorado, Severo Ochoa.
Las variadas actividades desarrolladas a lo largo del año,
estrategias disfrazadas para integrarme en lo posible a la vida de este pueblo
que no es el mío: el Tai-Chi de José Ramón, la gimnasia de Sonia, el club de
lectura de Ana, el taller de escritura de Juan, las clases de pintura de Guillermo
y hasta el grupo de Liturgia de Begoña para leer algún día en la misa del
domingo.
Los viajes, que siguen siendo mi droga favorita. Un viaje a Berlín, en el que el apartamento,
el tiempo, la novedad, la buena compañía y el variado programa me han permitido disfrutar como un colegial. El viaje a Mallorca con el Imserso y el descubrimiento de parajes inolvidables
que para no ser exhaustivo resumo en un
picnic compartido en Sa Calobra,
luminosa y desierta. Y viajes a Altea
o breves estancias en Madrid para
visitar las exposiciones de pintura de Chagall o de Hopper.
Actividades, viajes, que han llenado los días, personas que
me han dado mucho cariño y amistad, un año que he saboreado en plenitud y algunos malos momentos, pocos y esos sí olvidados definitivamente. Miro hacia atrás y me doy cuenta de que con todo
ello no tengo ni para rellenar un folio. Pero lo
importante no es el número de folios que
relleno sino que sean folios de años consecutivos.