6 de septiembre de 2011

Playa de los locos


El sol, como una bola de fuego se va apagando mientras se hunde lentamente en un mar tranquilo con olas de plata. Los surfistas, pacientes, agazapados sobre sus tablas, aguardan la ola, esa ola que esperan vencer y cabalgar haciendo piruetas hasta la orilla. El atardecer es denso, silencioso excepto por el continuo y sosegado murmullo de la marea que está llegando a su pleamar. El acantilado ha perdido su verdor, oscuro y amenazante parece aumentar la lejanía de la estrecha franja de playa que aún no ha sido conquistada por las olas. Los escasos transeúntes se han parado, miran fijamente hacia el horizonte, sacan sus cámaras y guardan silencio; un silencio que parece una invocación suplicante al astro que ahora se esconde. Pequeñas gaviotas, pasan rozando las aguas que por momentos se tiñen de bronce y oro. Ellas tampoco hacen ruido pero no parecen estar buscando comida. Se diría que juegan a mojar sus patitas para ver si, como el mar, se pintan de oro.

Contemplo este paisaje y un torbellino de emociones, de nostalgias, de otros atardeceres se agolpan en mi mente. No trato de evitarlo, pero como las olas que resbalan sobre la roca, dejo que se vayan amansando, ordenando, callando. No desaparecen del todo pero ya no duelen, sólo queda una leve quemazón, que se vuele familiar. Envidio la constancia de los surfistas, su inmensa paciencia, es esfuerzo para mantenerse a flote y al acecho por si llega la ola, por si esta vez logran subirse a ella y gozar del placer de un instante glorioso que, para ellos, como para las gaviotas se ha vuelte de oro.

No hay comentarios: