16 de septiembre de 2010

Todavía

Ha llegado el verano, y como siempre
que da comienzo y que la plenitud
de cuanto me rodea va cumpliéndose,
surge en mi corazón la expectativa
de una vida mejor, de un cambio súbito
que arrase mis monótonas costumbres
y me lleve a fundirme en este todo
que hoy unánime canta, vibra y arde
en una luminosa hoguera.
Sé muy bien
que mis anhelos, lamentablemente,
no se realizarán: a estas alturas
del vivir no es probable que el verano
quiera contar conmigo y me conceda
el saber desprenderme del que soy,
olvidar mis asuntos y sumarme
- rotos los lazos, libre de mí mismo –
a la gran muchedumbre jubilosa
que forma su cortejo.
Sí, lo sé:
no ocurrirá el milagro: pesa ya
mucho en mi espalda el tiempo que he vivido.
Pero aún sabiendo lo que sé, no logro
desechar la esperanza de que ocurra
lo que no ha de ocurrir.
Miro este día,
su luz hermosa y tan interminable,
el cielo que entrecruzan los vencejos
con frenesí dichoso, las muchachas
que llevan en sus ojos la certeza
de ser dueñas del mundo.
Y nada puede
impedir que fulguren en el aire
de mi presente viejas ilusiones,
ni evitar que despierto sueñe el sueño
de que todo es posible todavía.

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