La fuerza expresiva de la imagen, sus múltiples y variadas expresiones, su facilidad de asimilación, parecen estar reduciendo el hábito de la lectura a una reliquia del pasado .Aunque sea luchar contracorriente es preciso volver a reivindicar el hábito de la lectura como forma indispensable de nuestra cultura.
Siempre recordaré el acierto con el que mis maestros fueron dosificando el contenido de mis primeras lecturas. Los libros ilustrados, con profusión de imágenes y colores fueron cediendo el paso a libros más austeros, con pocas y acertadas imágenes, con letra grande y clara, y con frases cortas que alcanzaba a abarcar de un solo vistazo. Es así como, sin desdeñar los tebeos, me acostumbré a leer libros a perderme en sus historias y a suplir con la imaginación la falta de dibujos e imágenes que representaran a mis personajes favoritos.
Hoy, nuestros hijos lo tienen más difícil y creo que de nada sirve despotricar contra los hechos. El cine, la televisión, nos han sumergido en una cultura de la imagen, donde se sacraliza una y otra vez el dicho “una imagen vale más que mil palabras”. Ciertamente, una fotografía a veces dice más que el pormenorizado relato de una catástrofe; y una serie de imágenes o un documental son capaces de trasladarnos a lo más profundo de la selva brasileña. Sin embargo, no podemos volvernos esclavos de la imagen. Las ideas, la reflexión, tienen escaso cromatismo y desde luego, los sentimientos no pueden reducirse a colores.
Los acontecimientos, las noticias, la vida de personas ilustres o simplemente “famosas” nos llegan en forma de imágenes tanto en los noticiarios, como en las revistas, e incluso en los periódicos donde a los sumo nos paramos a leer los titulares. En el trabajo escribimos notas o “memorándums”. Hemos renunciado a los informes. Tenemos claro que nadie lee más allá de una página sobre cualquier tema. Nos cuesta pararnos a leer los editoriales, las páginas de opinión de los periódicos, los estudios y ensayos sobre cualquier tema aunque nos toquen muy de cerca. Ello nos lleva a un paulatino empobrecimiento personal, a una entrega a la manipulación mediática, a una pérdida de criterio y a la dejación de nuestro libre arbitrio en manos de quienes con fines políticos, sectarios o económicos mueven los “mass media”.
Una de las consecuencias de una cultura puramente visual es la merma de nuestro vocabulario. A fuerza de aprehender el mundo que nos rodea a través de imágenes, vamos olvidando una parte importante de la amplia gama de palabras que sirven para matizar, o aclarar nuestras ideas. Es lamentable observar cuántos clichés, lugares comunes, frases hechas tics verbales se ensartan en nuestro habla diario, y lo que es más grave nos habituamos expresar nuestros sentimientos y emociones con palabras manidas que por el uso indiscriminado que se ha hecho de ellas han perdido todo su sentido. La lectura enriquece nuestro vocabulario y pone a nuestra disposición un arsenal de vocablos que aunque sinónimos tienen connotaciones diferentes y de su justa utilización nace la precisión en la expresión de nuestras ideas.
Por extraño que pueda parecer, la lectura mucho más que las imágenes, amplía nuestro mundo de fantasía e imaginación. En efecto, cuando vemos una película o seguimos una historia en la televisión, contemplamos los hechos como “fuera de la pecera” . Somos meros espectadores a quienes todo se les da hecho. La velocidad de las imágenes, la imposibilidad de parar la acción, nos convierte en receptores pasivos. En la lectura sin embargo, ocurre lo contrario: nuestra mente nos impulsa a sumergirnos en la acción, a convertirnos en personajes de la historia que leemos. Los autores dejan fuera grandes girones de información, datos, imágenes, escenas que debemos suplir con nuestra imaginación. Al leer una novela vivimos vidas diferentes, aventuras que nunca hubiéramos soñado disfrutar en la realidad. Como Alicia, cuando leemos un libro, más aún si es un libro de ficción, atravesamos el espejo y adoptamos o compartimos nuevas vivencias. No podemos sin embargo olvidar que la realidad es sólo una, concreta e individual. No podemos vivir permanentemente al otro lado del espejo. Nos evadimos, imaginamos, soñamos, pero sólo se vive una realidad concreta, intensa y cotidiana.
Esa realidad concreta a la que nos enfrentamos día a día adquiere profundidades insospechadas con las aportaciones que vamos recolectando de nuestras lecturas. Por eso, porque es nuestra obligación tener la cabeza bien amueblada, porque queremos ensanchar nuestros horizontes, porque podemos vivir mentalmente otras vidas posibles pero imaginadas, porque nuestra vida real se enriquece y multiplica con el fruto y las ideas que recogemos en los libros, debemos esforzarnos y luchar para fomentar el hábito de la lectura, para que en torno a nosotros, no se haga realidad el “Fahrenheit 451” para que la imagen no acapare todo nuestro tiempo de ocio, para que el placer de la lectura perviva en nosotros y en los nuestros.
2 comentarios:
Me parece acertadísima tu reflexión.
LEER es un acto incomparablemente más completo que VER, o incluso MIRAR; requiere un esfuerzo superior que, a la larga, nos aporta mucho más.
Estoy especialmente de acuerdo en que la ausencia de lectura nos lleva a un "paulatino empobrecimiento personal, a una entrega a la manipulación mediática, a una pérdida de criterio...".
La verdad, no acabo de comprender (y llego a compadecer) a quienes no encuentran el placer de la lectura.
Un saludo
Buena reflexion sobre la lectura, sobre el conocimiento y la cultura; un abrazo.
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