21 de enero de 2010

"No somos islas" (Thomas Merton)


Las últimas semanas, hemos oído con frecuencia de pueblos enteros aislados por la nieve y las inclemencias meteorológicas. En la vida cotidiana hablamos de aislarnos, o de estar aislados, como sinónimos de una profunda separación de los demás. Nos sentimos islas, con un gran vacío en derredor. Estamos incomunicados por una decisión personal o debido quizáa un castigo inconsciente de los demás.

El teólogo y poeta americano Thomas Merton escribió un libro muy interesante titulado “Los hombres no son islas” en el que describe nuestras profunda, invisible y fecunda vinculación con las personas que nos rodean, y más allá con todo el género humano por más que intentemos alejarnos, aislarnos o desvincularnos de los demás.

No somos islas, formamos parte de una sociedad, y aunque no lo sospechemos, aunque no lo queramos, e incluso aunque tratemos de evitarlo, nuestros actos, de cualquier signo, tienen una repercusión directa o indirecta sobre los demás y sobre nuestro entorno. Como la piedra arrojada al estanque, nuestros actos, en ondas imperceptibles se extienden y alcanzan a quienes nos rodean, e inversamente esas mismas personas, nuestro ambiente social y las noticias que nos llegan de los lugares más lejanos, afectan de una manera u otra nuestro pensamiento, lo que sentimos y cómo actuamos. Los ecos del reciente cataclismo de Haití son un claro ejemplo que sirve para preguntarnos en que medida algo tan lejano ha influido o está influyendo en nosotros.
Es evidente que no podemos aislarnos de los demás por muy solos que nos encontremos, por muy alejados que estemos, pero es igualmente evidente que nadie puede tampoco aislarnos completamente de la comunidad. Nos pueden negar el saludo y la palabra, nos pueden incluso encerrar o incomunicar, o sencillamente pueden crear el vacío en torno a nosotros con su silencio, pero, nadie puede poner rejas a nuestros pensamiento ni a nuestros sentimientos. Gracias a ello las víctimas de secuestros y encierros han podido resistir la privación de libertad en celdas de castigo o en zulos terroristas. Con sus pensamientos, con sus emociones con el recuerdo de sus vivencias han podido lanzar puentes hacia el exterior y sentirse unidos a sus familias, a sus amigos, a sus iguales, sin olvidar que el sentimiento de odio o venganza hacia el enemigo también es otra forma de sentirse vinculado.

Aunque de forma teórica estemos siempre dispuestos a comprender lo anterior y a aceptar que nadie puede aislar a los demás o aislarse a sí mismo de manera absoluta, que duda cabe que en momentos de nuestra vida podemos llegar a sufrir un intenso e insoportable sentimiento de aislamiento. Surge entonces la necesidad de encontrar un eco, alguien con quien desahogarnos, una mano tendida o sencillamente el convencimiento de que al otro lado, si quisiéramos, alguien escucharía nuestra voz.

Por eso mismo nos toca también a nosotros vigilar nuestros comportamientos para no hacer invisibles a los que nos rodean como es el caso del vecino que cruzamos todos los días en la escalera pero ignoramos su nombre, o el piso en el que vive, o el caso del compañero de trabajo de quien ignoramos todo de su familia, de sus gustos o de sus aficiones porque para nosotros sólo son bultos, seres anónimos.

Cada vez que convertimos a nuestros vecinos de rellano, de cafetería o de autobús en meras sombras no sólo nos aislamos y aislamos a quienes nos rodean sino que empequeñecemos nuestros horizontes y las dimensiones de nuestro mundo.

3 comentarios:

José Núñez de Cela dijo...

Imposible abstraernos de nuestro entorno, estoy de acuerdo, y además, tenemos una responsabilidad social para, entre todos, y cada uno, aportar lo posible para mejorar esta sociedad, al menos en aquellas cosas en que nuestra participación se puede dejar notar, por múltiples razones; como una forma, además de devolverle a la sociedad aquello que nos ha dado y de lo que, a lo largo del tiempo, nos hemos aprovechado.

Pero, en ocasiones me entran ganas terribles de aislarme, no de todo ni de todos, pero sí de mucho y de muchos, disponer de un pequeño resquicio personal que solo a mi me incumba y que, por otra parte, me reconcilie con todo aquello que me ha podido hacer daño o sentirme agredido, cosas que han tenido su origen en esa misma sociedad, tal y como la estamos construyendo.

En fin... tu reflexión da para mucho... Saludos

Prometeo dijo...

Tienes razon, tenemos los sentidos para comunicarnos pero el miedo social es tan grande, las ciudades deshumanizan y rompen la comunciacion, esos ascensores claustrofobicos, esos autobuses atestados al final solo consiguen que nos encerremos en nuestro caparazon y no conozcamos ni al vecino de enfrente...en fin, hay que abrirse mas y ser mas humanos.
Un abarzo.

Cálida Brisa dijo...

Muy buena reflexión..
Como cada uno tenemos una modo ''vivendis'' diferente, por eso yo puedo decir que a veces unos nos aislan, y nosotros por amor o por lo que sea nos dejamos aislar...otras veces son los complejos o enfermedades que hacen las que nos aislemos de la sociedad, pero de todas formas cuando te quieres abrir a la sociedad, te dan unas ganas tremendas de darte media vuelta y hacerte o crearte un pequeño mundo dentro de este que vivimos...
¡¡Hay tanta maldad,tanta crueldad!!...que de verdad solo vale la pena cuidar a los amigos y entregarse a ellos nada más.
¡¡Que poca buena gente va quedando me cachis !! y si tu intentas ser generoso,y darte a los demas antes o despues te llevas la ''bofetá''.. Asi que yo paso...y no es ogoismo...es que ya estoy harta de recibir.
Hoy pienso asi....mañana ya veremos.

Un besote