Soy el último en subir a este autobús mañanero que nos transporta casi inconscientes, y nos enfrenta a la rutina diaria. A pesar del probable aseo matinal, de algún que otro vago olor a colonia, miro a mi alrededor y sólo veo párpados hinchados, rostros abotagardos y languidez en las posturas. Es como si frente a cada uno de nosotros el film inacabado de un sueño estuviera aún presentando los títulos de crédito. Los niños sin embargo, bajo el enorme peso de sus mochilas parecen totalmente despiertos y miran impacientes a sus madres. Para ellos, la noche fue un paréntesis. La vida empezó en el momento mismo en que se despertaron. Los adultos probablemente nos incorporamos a la vida más despacio.
En las manos, llevamos bolsos, cartapacios, carteras, alguna bolsa de la compra, en suma mil variados objetos a los que nos aferramos como si fueran emblemas de nuestra aún dubitativa identidad. De pronto, me pregunto: ¿qué ocurriría si unos encapuchados inmovilizaran el autobús, nos secuestraran y nos pidieran que depositáramos frente a ellos nuestras pertenencias? ¿Cuánto dinero, o cuánta miseria podrían amontonar? Unos pocos Euros, algún bocadillo, alguna prenda de vestir, cosméticos, medicamentos, en suma la carga liviana de los condenados a fichar todas las mañanas en un trabajo rutinario y sin horizontes.
Pese a las sacudidas, frenazos y paradas del autobús debo seguir soñando porque me sigo preguntando: ¿Y si los atracadores nos pidieran exclusivamente que nos vaciáramos de lo que cada uno va pensando? ¿Qué ocurriría si mediante un spray mágico un atracador de ideas fuera capaz de solidificar nuestros pensamientos de ese momento, convertirlos de alguna manera en material tangible, visible para todos?
Por suerte, mis últimos pensamientos antes de caer en este pequeño descalabro mental tuvieron que ver con Madrid, con el tiempo que hace que no visito una exposición de pintura y de ahí por pura lógica me vino a la mente Rembrandt, luego mi blog y por último el famoso cuadro de la National Gallery “Heindrix bañándose en el río”
¿Y mi vecino? Ese señor mayor que no parece haya aún abierto los ojos y que cabecea rítmicamente. Posiblemente piense muy atrás en el tiempo, cuando se dedicaba a las faenas del campo, antes de que el Polo de Desarrollo de Burgos lo atrajese a la ciudad como la miel a las moscas. ¿Era feliz entonces? ¿Lo es más ahora? Me fijo en la señora de chaquetón beige y cuello forrado de piel. Esos ojos hundidos, y apagados, esa cara tan triste, esa falta de cualquier pequeño adorno, de un dije, sortija o pendiente, no puede albergar pensamientos alegres. ¿Esta enferma? ¿Es feliz? ¿Tiene hijos? ¿Con quién comparte sus penas? Algo más allá, cerca de la puerta de pie y con la cabeza medio inclinada aquella muchacha joven parece algo turbada. Un ligero sonrojo asoma en su rostro limpio y pálido. ¿Qué ocurrió ayer? ¿Sigue repasando los detalles? ¿Qué le dijo él? ¿Por qué se lo dijo?
Me fijo entonces en los niños, pero de ellos, estos extraños ladrones, obtendrían escaso botín. Ellos son todo acción, proyección. Ellos viven el momento y los viven con todos los sentidos abiertos y sensibles como antenas
Los quince minutos que tarda el autobús en llegar a destino se han pasado en un instante. Despierto a la realidad y miro a mi alrededor. Por supuesto, no hay atracadores, sólo mi pensamiento ha sido seriamente atacado y envenenado por ese frenético interrogatorio. ¿Qué sé yo de las personas que comparten conmigo el autobús todas las mañanas? Después de tanto tiempo, ¿a quién conozco? Qué sé de las personas con las que me cruzo? ¿Qué piensan? ¿Cómo es su vida más allá o más acá de los 15 minutos que compartimos en el autobús? Nadie habla con nadie. Ya ni siquiera se estila un “¡Buenos días!” al subir al autobús. Arrastramos nuestros pensamientos, nuestras preocupaciones, nuestras penas, quizá también nuestras alegrías como el condenado arrastra su bola de hierro. Ahora comprendo el comentario de ese amigo que un día me dijo: “Me ha ocurrido algo insólito esta mañana entré en el ascensor y como hago siempre lancé un sonoro “¡Buenos días!” a las personas acurrucadas cada una en su rincón como si quisieran pasar desapercibidas: mi miraron con tal cara de asombro que pensé que había dicho un taco!"
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6 comentarios:
Amigo Federico
Ese ejercició que tan maguistramente has escrito, me lo he hecho yo un monton de veces en el metro cuando hago un trayecto mas o menos largo...yo soy de las que van en las nubes u absorta en mis pensamientos, pero a la mas minima oportunidad entablo conversación con alguna persona( no siempre se puede)
Yo muchas veces me pregunto lo diferente que es nuestro momento, ya sea por la edad, nacionalidad o interes, pero nunca se me habia ocurrido escribir nada sobre ello, por eso me ha gustado más que lo hayas hecho tu.
Un abrazo
jajaja... es cierto que los más despiertos son siempre los niños, aunque creo que se puede deber al "probable" aseo, porque con una ducha tempranera se queda una totalmente despierta. Cuando yo iba en metro a trabajar, al salir detrás de otras personas, me fijaba siempre en las que parecía que no se peinaban bien y se les abría el pelo en la coronilla. Casi siempre llevaba algún libro para leer porque me faltaba tiempo.
Amigo, me ha gustado tu reflexión y me acordaré la próxima vez que vaya en metro o en autobús. Un abrazo.
Gracias Fede, como siempre genial en tus comentarios.
Un beso
Pues ya soy otra más que te dice lo mismo. Muchas veces me planteo como será la vida de las personas con las que me cruzo por la calle. Y es que, Federico, no somos tan diferentes, nos sorprenderíamos o quizá no, de que con escenarios y protagonistas diferentes, nuestras obras de teatro tienen puntos de similitud.
En cuanto al buenos días en el ascensor, yo creía que eso solo pasaba en Barcelona, y ya veo que no.
Normalmente suelo encontrarme con los vecinos en el ascensor que baja al parkin o en el mismo parkin cuando salimos para nuestros asuntos y tengo un vecino que es el representante de la mala uva y jamás saluda, pues bien, ya sé que normalmente no actúo así, pero el otro día me lo encontré y le di la mejor de mis sonrisas junto a un ¡Buenos días!, hizo algo raro con la boca y cuando se giró le contesté:¡Arrechúpate esa! y me quedé tran tranquila.
Nos estamos deshumanizando, lo veo día por día.
Un beso, Federico y perdóname por esta epístola.
Sartre en el autobus llego a la conclusion siguiente "el infierno son los otros". Veo que todavia os faltan viajes. Un saludo
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