No era la primera vez que acudía a un país al poco de haber recibido una sacudida de las que hacen tambalearse hasta los fundamentos más arraigados. La primera vez ocurrió en el Líbano donde llegué después de una cruenta guerra civil de 15 años, pero entonces me encontré con un pueblo ávido por olvidar, por tapar los grandes socavones y vacíos de casas ametralladas, y destruidas, por reconstruir un “down city” o centro de la ciudad que había desparecido por completo.
Esta vez, en Johannesburgo la impresión es muy diferente. Estamos en 1995. Nelson Mandela ha sido liberado recientemente y por primera vez hay elecciones democráticas libres para negros y blancos. Es el fin de la apartheid, pero no existe la euforia que cabía esperar. Se está produciendo una auténtica huida de cerebros: profesores, médicos, arquitectos, ingenieros, temerosos por su futuro, emigran hacia Europa. Se habla de cerca de un millón de intelectuales blancos que han abandonado el país. La mayoría negra no ve mejorar su situación, A pesar del fin del apartheid, millones de surafricanos la mayoría negros, continúan viviendo en la pobreza en parte, a causa de los terribles problemas heredados del régimen del apartheid y también, en parte, debido a que el actual gobierno no ha sabido abordar temas sociales. Mis contactos comerciales están desanimados. Aunque me reciben con cordialidad me ofrecen pocas posibilidades de negocio.
La ciudad de Johannesburgo, capital económica del país, la ciudad del oro y los diamantes, se ha convertido en una ciudad peligrosa. Mi hotel se encuentra en las afueras, en una zona residencial antiguamente exclusivamente reservada a los blancos. Si no hubiera salido del hotel tendría una visión absolutamente distorsionada de la realidad. Afortunadamente mi agenda está repleta de citas y aunque me desplazo en el taxi del hotel tengo la oportunidad de asomarme a Soweto, famoso ghetto de más de un millón de habitantes hacinados en chabolas construidas con latas y cartones.
Me impresiona que pese a tener el taxí esperándome a la puerta de los edificios de oficinas del centro de la ciudad las personas a las que visito insisten en hacerme acompañar en el ascensor y hasta el taxi para evitar incidentes desagradables.
En el hotel me entero de que existe un mercado de artesanías en un parque de la ciudad y al regreso de una de las visitas lo recorro en busca de algún objeto que me reconcilie con el país. Hago que los artesanos directamente, o por mediación del taxista que me acompaña, me expliquen las particularidades de la madera de ébano o de otras maderas tropicales. Finalmente me decanto por la talla de una mujer esbelta, drapeada al estilo bantú, cuyo rostro refleja una serena elegancia. Está tallada en una sola pieza partiendo de una rama de ébano cuya configuración se puede comprobar en el pedestal.
En la actualidad, con la continua presencia en torno a nosotros de africanos vendiendo sus artesanías, es muy probable que hubiera podido encontrar alguna talla parecida, pero jamás sería capaz de evocar esa mezcla de admiración, estupor y aprehensión que he sentido en la ciudad de Johannesburgo.
Lo normal, durante mi estancia en Sudáfrica hubiera sido apuntarme a un safari y visitar de paso los yacimientos de diamantes, pero estaba en viaje comercial y he tratado siempre de aprovechar los escasos huecos en el programa para vaciar mi mente de los objetivos puramente crematísticos.
Es lo que hago en mi visita a Pretoria, capital administrativa del país. Me desplazo a ella para hablar con las Autoridades del Ministerio de Agricultura. La Exportación de productos cárnicos españoles sigue seriamente restringida y hay poca cosa que desde la iniciativa privada podamos hacer. No obstante para mí la visita ha merecido la pena. me encuentro en una ciudad cuajada de frondosos jacarandás, de hermosa floración entre azul y violeta. La profusión de arbolado, el estilo de las mansiones, nos transporta a un lugar idílico, en el que sólo la exuberante vegetación nos recuerda que seguimos en África.
Me falta por visitar Ciudad del Cabo, capital legislativa del país y uno de sus principales puertos. Cuando los navegantes portugueses avistaron por primera vez este lugar lo llamaron Cabo de las Tormentas. Sin embargo Pedro II de Portugal le cambió el nombre a Cabo de Buena Esperanza En efecto allí se instalaría una primera colonia portuguesa para abastecer a los buques que navegaban rumbo a las la India en busca de seda y especias.
Ciudad del Cabo es una ciudad industrial y moderna, muy orientada al mar. Tuve la oportunidad de pasar el fin de semana en la ciudad y de apuntarme a una excursión para avistar el paso de las ballenas por el cabo y pisar el punto más meridional del Continente Africano.
A lo largo de la vida vamos acumulando recuerdos y objetos. Pienso ahora que ambos están estrechamente vinculados. Nuestros recuerdos transfiguran los objetos y les dan sentido y valor, los objetos fijan nuestros recuerdos y le sirven de catapulta hacia la memoria. Al entrar en el despacho esta tarde la elegante talla me hizo un guiño y a partir de ahí han ido surgiendo a borbotones estos recuerdos.
Esta vez, en Johannesburgo la impresión es muy diferente. Estamos en 1995. Nelson Mandela ha sido liberado recientemente y por primera vez hay elecciones democráticas libres para negros y blancos. Es el fin de la apartheid, pero no existe la euforia que cabía esperar. Se está produciendo una auténtica huida de cerebros: profesores, médicos, arquitectos, ingenieros, temerosos por su futuro, emigran hacia Europa. Se habla de cerca de un millón de intelectuales blancos que han abandonado el país. La mayoría negra no ve mejorar su situación, A pesar del fin del apartheid, millones de surafricanos la mayoría negros, continúan viviendo en la pobreza en parte, a causa de los terribles problemas heredados del régimen del apartheid y también, en parte, debido a que el actual gobierno no ha sabido abordar temas sociales. Mis contactos comerciales están desanimados. Aunque me reciben con cordialidad me ofrecen pocas posibilidades de negocio.
La ciudad de Johannesburgo, capital económica del país, la ciudad del oro y los diamantes, se ha convertido en una ciudad peligrosa. Mi hotel se encuentra en las afueras, en una zona residencial antiguamente exclusivamente reservada a los blancos. Si no hubiera salido del hotel tendría una visión absolutamente distorsionada de la realidad. Afortunadamente mi agenda está repleta de citas y aunque me desplazo en el taxi del hotel tengo la oportunidad de asomarme a Soweto, famoso ghetto de más de un millón de habitantes hacinados en chabolas construidas con latas y cartones.
Me impresiona que pese a tener el taxí esperándome a la puerta de los edificios de oficinas del centro de la ciudad las personas a las que visito insisten en hacerme acompañar en el ascensor y hasta el taxi para evitar incidentes desagradables.
En el hotel me entero de que existe un mercado de artesanías en un parque de la ciudad y al regreso de una de las visitas lo recorro en busca de algún objeto que me reconcilie con el país. Hago que los artesanos directamente, o por mediación del taxista que me acompaña, me expliquen las particularidades de la madera de ébano o de otras maderas tropicales. Finalmente me decanto por la talla de una mujer esbelta, drapeada al estilo bantú, cuyo rostro refleja una serena elegancia. Está tallada en una sola pieza partiendo de una rama de ébano cuya configuración se puede comprobar en el pedestal.
En la actualidad, con la continua presencia en torno a nosotros de africanos vendiendo sus artesanías, es muy probable que hubiera podido encontrar alguna talla parecida, pero jamás sería capaz de evocar esa mezcla de admiración, estupor y aprehensión que he sentido en la ciudad de Johannesburgo.
Lo normal, durante mi estancia en Sudáfrica hubiera sido apuntarme a un safari y visitar de paso los yacimientos de diamantes, pero estaba en viaje comercial y he tratado siempre de aprovechar los escasos huecos en el programa para vaciar mi mente de los objetivos puramente crematísticos.
Es lo que hago en mi visita a Pretoria, capital administrativa del país. Me desplazo a ella para hablar con las Autoridades del Ministerio de Agricultura. La Exportación de productos cárnicos españoles sigue seriamente restringida y hay poca cosa que desde la iniciativa privada podamos hacer. No obstante para mí la visita ha merecido la pena. me encuentro en una ciudad cuajada de frondosos jacarandás, de hermosa floración entre azul y violeta. La profusión de arbolado, el estilo de las mansiones, nos transporta a un lugar idílico, en el que sólo la exuberante vegetación nos recuerda que seguimos en África.
Me falta por visitar Ciudad del Cabo, capital legislativa del país y uno de sus principales puertos. Cuando los navegantes portugueses avistaron por primera vez este lugar lo llamaron Cabo de las Tormentas. Sin embargo Pedro II de Portugal le cambió el nombre a Cabo de Buena Esperanza En efecto allí se instalaría una primera colonia portuguesa para abastecer a los buques que navegaban rumbo a las la India en busca de seda y especias.
Ciudad del Cabo es una ciudad industrial y moderna, muy orientada al mar. Tuve la oportunidad de pasar el fin de semana en la ciudad y de apuntarme a una excursión para avistar el paso de las ballenas por el cabo y pisar el punto más meridional del Continente Africano.
A lo largo de la vida vamos acumulando recuerdos y objetos. Pienso ahora que ambos están estrechamente vinculados. Nuestros recuerdos transfiguran los objetos y les dan sentido y valor, los objetos fijan nuestros recuerdos y le sirven de catapulta hacia la memoria. Al entrar en el despacho esta tarde la elegante talla me hizo un guiño y a partir de ahí han ido surgiendo a borbotones estos recuerdos.
6 comentarios:
¡Qué hermosa descripción amigo! Y qué bellos recuerdos tienes. Aún con el tiempo transcurrido parece que sucedió ayer. Un beso
Amigo Federico
A veces he pensado que si encuadernaras tus escritos seria un hermoso libro de viajes, visto desde otro prisma al que estamos acostumbrados.
¡¡Cuanto has vivido por Dios!!
No dejes en el olvido nada de lo que has visitado''compártelo con nosotros.
Un abrazo
Otra entrada maravillosa, Fede. Es increíble la cantidad de lugares que has visitado. Qué bagage de bellos recuerdos llevas a tu espalda, amigo.
Un saludo
Afortunadamente estaba allí la figura que desató el hilo de los recuerdos.
¿Qué te falta por conocer, Federico?
Ya veo que no soy la única que te habla de editar más de un libro¿Verdad, Paquita?
Como siempre: Es un placer acompañarte en tus recuerdos.
Un beso.
Lo deberia de hacer Malena, al menos para sus amigos, y para que no se perdiera todo lo que ha visto y vivido.
Chiquillo si ya lo tienes medio hecho..¡¡¡animate!!!
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