9 de septiembre de 2012

Camino de Santiago del Norte: Llanes - Oviedo - Luarca


Desde que quedé atrapado por el Camino hace casi tres años, mi entusiasmo sigue en aumento. En escritos anteriores he hablado de la naturaleza, de los paisajes, de los monumentos, del arte, del espíritu que parece impregnar todo lo que se refiere al Camino.


El tramo recorrido este verano ha tenido algo de todo ello. Caminar a orillas del Cantábrico, bajando y subiendo valles y colinas, asomándote a los acantilados, respirando el aroma de los eucaliptos, tumbándote en verdes praderas ha sido maravilloso, un sueño del que a cada paso te despiertas para contemplar iglesias prerrománicas como la de San Salvador de Priesca o el monasterio de Valdedios y su “Conventín”, una joya prerrománica mandada construir en el siglo IX por el Rey Alfonso III . Y luego, de trecho en trecho, ciudades como Llanes, Ribadesella, Villaviciosa, Oviedo, Avilés, Luarca, para las que la única definición que se me ocurre y que las engloba a todas es que son ciudades “cariñosas” , que te cuesta dejar atrás.

Pero el Camino es más que la suma de paisajes, arte y ambiente. Es también un crisol de personas que se encuentran, se cruzan y se recuerdan. Pueden ser peregrinos como nosotros, puede tratarse del hospitalero que nos acoge en el albergue o de personas anónimas que nos han parado para preguntarnos por qué caminamos, o para darnos un vaso de agua, o quizá para señalarnos detalles de algún monumento que ningún guía sabría igualar.

Del grupo de peregrinos, en esta ocasión, evoco el recuerdo de una pareja de enamorados, que parecían flotar por el Camino. Su itinerario particular les alejaba de los demás pero se les veía felices y ajenos a las contingencias de las etapas. Recuerdo también a un grupito de peregrinos, a la puerta del albergue de Oviedo que se contaban batallitas. Los “sabelotodo” dominaban el corro y hablaban de sus experiencias del camino como quien diserta sobre las partículas elementales. Y recordaré sobre todo y con cariño a Nicolás, un “Perriflauta” francés que utiliza los albergues del Camino como hoteles baratos en su deambular por las ciudades españolas tocando la “cornemuse”, una especie de gaita sencilla de un solo registro pero que maneja a la perfección y nos deleita con tonadas bretonas, muñeiras y música celta. Es simpático, limpio, y da calor y color a las tardes en el albergue.

De las personas con las que me he cruzado esta vez, quiero evocar aquí a Felipa. Es una anciana de Priesca, auténtica guía y erudita del prerrománico de la Capilla del San Salvador. A pesar de la edad y de su dificultad para caminar nos fue envolviendo con sus comentarios en la belleza del templo y casi sorprendidos, acabamos sentados en un banco entonando un “Salve Regina” en latín, como hicieran doce siglos antes los monjes que atendían ese lugar.
En otro orden de cosas, ¿cómo no recordar también a la cariñosa dueña de un bar de Posada, entre Oviedo y Avilés, que el día de mi cumpleaños a las 10 de la mañana, se brindó a organizar con mi amiga Marisol una pequeña fiesta de cumpleaños con tarta de galleta y chocolate, una improvisada vela hecha de papel aceitado, y un botellín de Benjamín que fue a buscar a su casa? Y de manera más humilde pero igual de cariñosa, ¡cómo olvidar a la mujer que nos ofreció agua y nos hizo sentar en el porche de su casa para que descansáramos antes de emprender camino hacia a Soto de Luiña? Nos conmovió su generosidad y nos hizo gracia su comentario de que aunque se volviera una joven de 20 años jamás haría una promesa como la nuestra aunque las “muletas” ( por los bastones) que llevábamos quizá nos hacían el camino más llevadero.

También están los hospitaleros, los dueños de albergues privados, y los pequeños hoteleros con los que necesariamente te encuentras y que recuerdas, unas veces por su generosidad, otras por su tacañería, por su vanidad o por la astucia con la que salen en busca del peregrino. Los recuerdo a todos con cariño. Me han ayudado en esta aventura y les estoy agradecido.

El Camino no es nunca el mismo. Cada peregrino hace su propio camino, diferente del de los demás aunque recorra los mismos pasos reciba en la cara la misma brisa o le moje el mismo aguacero. Mi camino es único e irrepetible. Tengo suerte: aunque volviera sobre mis pasos, estaría seguramente haciendo un nuevo Camino.

1 comentario:

José Núñez de Cela dijo...

SOn unos paisajes fantásticos que hace tiempo no recorro. AL menos los rememoro contigo.

Saludos