29 de diciembre de 2011

Bautismo del Aire

Sus uñas, mal perfiladas y torpemente esmaltadas de color teja se hincaban cada vez con más fuerza en mi brazo desnudo. Yo le sonreía y trataba de calmar su incipiente nerviosismo. Pensé en el valor sobrehumano de aquella mujer, y en comparación, el dolor producido por sus arañazos me pareció una nimiedad sin consecuencias. No me costó ponerme en su lugar y sentir algo de su congoja.


Había abordado el avión de Iberia con destino a Madrid que me devolvía, aquel caluroso sábado veraniego, de vuelta a casa después de una semana de trabajo en Sevilla. Acomodado en un asiento de pasillo, iba mirando los viajeros que entraban al avión y echaba suertes sobre quién acabaría sentado a mi lado. Cuando la vi parada en el pasillo, con aquella ropa desparejada y un peinado excesivo, jadeante, la mirada perdida, los brazos cargados de bultos mientras intentaba descifrar la tarjeta de embarque, que sostenía en la mano, supe sin lugar a dudas que sería mi compañera de viaje. En efecto, una azafata, al comprobar el atasco que se estaba produciendo vino en su ayuda y con exquisita amabilidad le indicó el asiento de ventanilla a mi izquierda.

La ayudé a colocar los bultos y ese gesto bastó para que se abrieran las compuertas de aquel torrente de excitación, y pánico muy exteriorizado que la ahogaba.

- Perdone, ¿usted ha volado más veces? Me preguntó entre jadeos mientras se acomodaba en el asiento

- Mire, por suerte o por desgracia lo hago todas las semanas.

- Ay, ¡qué bien! Así me dirá usted lo que tengo que hacer. Es que es la primera vez que subo a un avión ¿Sabe?

- ¿Va a Madrid?

- sí, mire, primero voy a Madrid, y desde Madrid voy a Alemania, a un pueblo que se llama… que se llama…, déjeme que lo mire, que lo llevo apuntado en un papel. Mi marido, Joaquín, me ha enviado los billetes.

- Ah, ¡entonces va a reunirse con su marido! ¿Se quedará mucho tiempo?

- No, el hotel es muy caro y no podemos gastar tanto dinero. Estamos ahorrando para hacernos una casa en Dos Hermanas. Mi marido trabaja en una fábrica y vive con otros compañeros en un barracón, pero mientras esté yo allí iremos a un hotel. Es que hace casi dos años que no nos vemos, ¿sabe?

- Pues nada, Señora, me alegro mucho de que pueda ver a su marido. y no se preocupe. El avión es muy cómodo y en un momento estaremos en Madrid. Al llegar no se olvide de preguntar a alguien del aeropuerto como encontrar el avión que la llevará a Dusseldorf.

Mis palabras parecieron tranquilizarla un poco, pero la cháchara con la que intentaba sosegar su ánimo se desbarató cuando el avión enfiló la pista y aceleró para despegar. Se asió fuertemente al reposabrazos, luego al respaldo del asiento delantero, pero le pareció poco seguro. Sus manos se aferraron entonces a mi brazo, hundió la cabeza en mi hombro e imploró:

- ¡Perdone!, ¡cuántas molestias le estoy dando! ¡que pensara de mi!, ¡Dios mío qué vergüenza… ¡Pero tengo tanto miedo…!.

- Tranquila Señora, ¿ve? ya estamos en el aire. Mire por la ventanilla, mire ahí abajo, ¡qué pequeña se ve Sevilla!

- ¡Ay no! No le parezca mal pero prefiero ir con los ojos cerrados agarrada usted y pensando que es mi Joaquín.

- Pues muy bien señora, seré su Joaquín todo el tiempo que usted quiera.

Aunque el vuelo fue relativamente tranquilo, podía sentir cada sacudida, cada cambio de ritmo de los motores, cada ligero vaivén, cada inclinación de las alas por la fuerza con la que sus uñas se hundían en mi brazo. Afortunadamente una hora pasa rápido y a pesar de lo embarazoso de la situación, me sentía entre divertido y apenado imaginando el torbellino de vergüenza, impotencia y pánico de aquella mujer y su valentía a pesar de todo, para aventurarse en aquel viaje tan lleno de escollos para ella, como para un conquistador el descubrimiento de un nuevo continente.

No se enteró de que aterrizábamos, hasta que las ruedas del avión tocaron pista, pero entonces dio un grito:

- ¿Qué pasa? ¿De qué es ese ruido? Parece que nos vamos a estrellar.

- No, ni mucho menos. ya hemos llegado a Madrid. El avión está en tierra.

Me miró con un suspiro de alivio. Vi entonces por primera vez sus profundos ojos negros que había mantenido cerrados durante todo el trayecto. La ayudé a desembarcar y aquel día lamenté interrumpir tan pronto mi viaje. Me hubiera gustado acompañarla hasta Alemania

- Muchísimas gracias por su ayuda. Ha sido usted muy bueno y paciente..

- De nada, Señora, todos hemos sentido algo de miedo la primera vez. Espero que encuentre bien a su marido y que pasen unos días felices en Dusseldorf.

La dejé en manos de una azafata de tierra y me encaminé hacia la recogida de equipajes. Una línea de ocho marcas profundas festoneaba mi brazo. Mi preocupación ahora era inventar rápidamente una historia creíble para explicar ese extraño tatuaje.

2 comentarios:

Durrell dijo...

Pobre mujer... el problema viene cuando no se puede dominar ese miedo aunque se viaje cada año en avión, conozco alguna persona así. Y son muchos los que toman pastillas que tumban durante todo el viaje y te ves rodeado de durmientes profundos.

Esa sufridora señora tuvo mucha suerte de tener un compañero tan amable.

Feliz año nuevo.

Doris Dolly dijo...

Federico....nose como he aparecido aqui...en otro momento he de pasar a leerte.
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besos desde Argentina