Hace un año, por estas mismas fechas, resumía el año transcurrido en una letanía de agradecimientos por personas, vivencias, paisajes, oportunidades que me fueron brindadas seguramente sin merecerlas. El gesto puede parecer arrogante, pero nada más alejado de mi pensamiento que la vanidad. Aunque el año ha quedado jalonado de intervenciones médicas, pruebas, diagnósticos , y otras vicisitudes quiero sobre todo abarcar el año transcurrido en positivo pero sin nostalgia, deseoso de seguir adelante en mi peregrinar pero consciente de que no se trata de un peregrinar en solitario, que personas que me quieren o que me ofrecen su amistad caminan a mi lado.
- En el Camino de Santiago del Norte, desde Bilbao a Llanes y con el propósito de seguir el año próximo.
- Por las sendas y trochas del Alto Tajo recorriendo los susurrantes y otoñales orillas del río que se hace
- Disfrutando en la Alta Montaña y de paisajes infinitos en el Parque Nacional de Somiedo.
- Caminando por las recortadas, resecas y sin embargo floridas costas sendas del Parque Nacional de Sierra de Gata durante esta primavera.
- Conociendo Archena y sus templadas aguas al tiempo que caminaba en compañía por el valle de Ricote en la provincia de Murcia.
- Recorriendo, cercana y desconocida, la Rioja y lugares tan entrañables como San Millán de la Cogolla, Monasterio de Cañas, Ezcaray o La Guardia.
- Praga revisitada, ha sido desde luego un hito que ha marcado todo el año. Disfruté de la compañía, disfruté de las exposiciones de pìntura, de los monumentos pero sobre todo de la música de la Opera .
Recojo estos momentos especiales sin olvidar las gratificantes sesiones de pintura, de yoga o de gimnasia, ni los interesantes intercambios de opinión en el club de lectura o en el taller de escritura de mi precioso pueblo de adopción. Los días se van cargando de sentido, de propósito y de determinación y cuando las fuerzas flanquean recordar los momentos más destacados me animan a seguir adelante con un renovado agradecimiento a todos los que caminan a mi lado.
31 de diciembre de 2011
29 de diciembre de 2011
Bautismo del Aire
Sus uñas, mal perfiladas y torpemente esmaltadas de color teja se hincaban cada vez con más fuerza en mi brazo desnudo. Yo le sonreía y trataba de calmar su incipiente nerviosismo. Pensé en el valor sobrehumano de aquella mujer, y en comparación, el dolor producido por sus arañazos me pareció una nimiedad sin consecuencias. No me costó ponerme en su lugar y sentir algo de su congoja.
Había abordado el avión de Iberia con destino a Madrid que me devolvía, aquel caluroso sábado veraniego, de vuelta a casa después de una semana de trabajo en Sevilla. Acomodado en un asiento de pasillo, iba mirando los viajeros que entraban al avión y echaba suertes sobre quién acabaría sentado a mi lado. Cuando la vi parada en el pasillo, con aquella ropa desparejada y un peinado excesivo, jadeante, la mirada perdida, los brazos cargados de bultos mientras intentaba descifrar la tarjeta de embarque, que sostenía en la mano, supe sin lugar a dudas que sería mi compañera de viaje. En efecto, una azafata, al comprobar el atasco que se estaba produciendo vino en su ayuda y con exquisita amabilidad le indicó el asiento de ventanilla a mi izquierda.
La ayudé a colocar los bultos y ese gesto bastó para que se abrieran las compuertas de aquel torrente de excitación, y pánico muy exteriorizado que la ahogaba.
- Perdone, ¿usted ha volado más veces? Me preguntó entre jadeos mientras se acomodaba en el asiento
- Mire, por suerte o por desgracia lo hago todas las semanas.
- Ay, ¡qué bien! Así me dirá usted lo que tengo que hacer. Es que es la primera vez que subo a un avión ¿Sabe?
- ¿Va a Madrid?
- sí, mire, primero voy a Madrid, y desde Madrid voy a Alemania, a un pueblo que se llama… que se llama…, déjeme que lo mire, que lo llevo apuntado en un papel. Mi marido, Joaquín, me ha enviado los billetes.
- Ah, ¡entonces va a reunirse con su marido! ¿Se quedará mucho tiempo?
- No, el hotel es muy caro y no podemos gastar tanto dinero. Estamos ahorrando para hacernos una casa en Dos Hermanas. Mi marido trabaja en una fábrica y vive con otros compañeros en un barracón, pero mientras esté yo allí iremos a un hotel. Es que hace casi dos años que no nos vemos, ¿sabe?
- Pues nada, Señora, me alegro mucho de que pueda ver a su marido. y no se preocupe. El avión es muy cómodo y en un momento estaremos en Madrid. Al llegar no se olvide de preguntar a alguien del aeropuerto como encontrar el avión que la llevará a Dusseldorf.
Mis palabras parecieron tranquilizarla un poco, pero la cháchara con la que intentaba sosegar su ánimo se desbarató cuando el avión enfiló la pista y aceleró para despegar. Se asió fuertemente al reposabrazos, luego al respaldo del asiento delantero, pero le pareció poco seguro. Sus manos se aferraron entonces a mi brazo, hundió la cabeza en mi hombro e imploró:
- ¡Perdone!, ¡cuántas molestias le estoy dando! ¡que pensara de mi!, ¡Dios mío qué vergüenza… ¡Pero tengo tanto miedo…!.
- Tranquila Señora, ¿ve? ya estamos en el aire. Mire por la ventanilla, mire ahí abajo, ¡qué pequeña se ve Sevilla!
- ¡Ay no! No le parezca mal pero prefiero ir con los ojos cerrados agarrada usted y pensando que es mi Joaquín.
- Pues muy bien señora, seré su Joaquín todo el tiempo que usted quiera.
Aunque el vuelo fue relativamente tranquilo, podía sentir cada sacudida, cada cambio de ritmo de los motores, cada ligero vaivén, cada inclinación de las alas por la fuerza con la que sus uñas se hundían en mi brazo. Afortunadamente una hora pasa rápido y a pesar de lo embarazoso de la situación, me sentía entre divertido y apenado imaginando el torbellino de vergüenza, impotencia y pánico de aquella mujer y su valentía a pesar de todo, para aventurarse en aquel viaje tan lleno de escollos para ella, como para un conquistador el descubrimiento de un nuevo continente.
No se enteró de que aterrizábamos, hasta que las ruedas del avión tocaron pista, pero entonces dio un grito:
- ¿Qué pasa? ¿De qué es ese ruido? Parece que nos vamos a estrellar.
- No, ni mucho menos. ya hemos llegado a Madrid. El avión está en tierra.
Me miró con un suspiro de alivio. Vi entonces por primera vez sus profundos ojos negros que había mantenido cerrados durante todo el trayecto. La ayudé a desembarcar y aquel día lamenté interrumpir tan pronto mi viaje. Me hubiera gustado acompañarla hasta Alemania
- Muchísimas gracias por su ayuda. Ha sido usted muy bueno y paciente..
- De nada, Señora, todos hemos sentido algo de miedo la primera vez. Espero que encuentre bien a su marido y que pasen unos días felices en Dusseldorf.
La dejé en manos de una azafata de tierra y me encaminé hacia la recogida de equipajes. Una línea de ocho marcas profundas festoneaba mi brazo. Mi preocupación ahora era inventar rápidamente una historia creíble para explicar ese extraño tatuaje.
Había abordado el avión de Iberia con destino a Madrid que me devolvía, aquel caluroso sábado veraniego, de vuelta a casa después de una semana de trabajo en Sevilla. Acomodado en un asiento de pasillo, iba mirando los viajeros que entraban al avión y echaba suertes sobre quién acabaría sentado a mi lado. Cuando la vi parada en el pasillo, con aquella ropa desparejada y un peinado excesivo, jadeante, la mirada perdida, los brazos cargados de bultos mientras intentaba descifrar la tarjeta de embarque, que sostenía en la mano, supe sin lugar a dudas que sería mi compañera de viaje. En efecto, una azafata, al comprobar el atasco que se estaba produciendo vino en su ayuda y con exquisita amabilidad le indicó el asiento de ventanilla a mi izquierda.
La ayudé a colocar los bultos y ese gesto bastó para que se abrieran las compuertas de aquel torrente de excitación, y pánico muy exteriorizado que la ahogaba.
- Perdone, ¿usted ha volado más veces? Me preguntó entre jadeos mientras se acomodaba en el asiento
- Mire, por suerte o por desgracia lo hago todas las semanas.
- Ay, ¡qué bien! Así me dirá usted lo que tengo que hacer. Es que es la primera vez que subo a un avión ¿Sabe?
- ¿Va a Madrid?
- sí, mire, primero voy a Madrid, y desde Madrid voy a Alemania, a un pueblo que se llama… que se llama…, déjeme que lo mire, que lo llevo apuntado en un papel. Mi marido, Joaquín, me ha enviado los billetes.
- Ah, ¡entonces va a reunirse con su marido! ¿Se quedará mucho tiempo?
- No, el hotel es muy caro y no podemos gastar tanto dinero. Estamos ahorrando para hacernos una casa en Dos Hermanas. Mi marido trabaja en una fábrica y vive con otros compañeros en un barracón, pero mientras esté yo allí iremos a un hotel. Es que hace casi dos años que no nos vemos, ¿sabe?
- Pues nada, Señora, me alegro mucho de que pueda ver a su marido. y no se preocupe. El avión es muy cómodo y en un momento estaremos en Madrid. Al llegar no se olvide de preguntar a alguien del aeropuerto como encontrar el avión que la llevará a Dusseldorf.
Mis palabras parecieron tranquilizarla un poco, pero la cháchara con la que intentaba sosegar su ánimo se desbarató cuando el avión enfiló la pista y aceleró para despegar. Se asió fuertemente al reposabrazos, luego al respaldo del asiento delantero, pero le pareció poco seguro. Sus manos se aferraron entonces a mi brazo, hundió la cabeza en mi hombro e imploró:
- ¡Perdone!, ¡cuántas molestias le estoy dando! ¡que pensara de mi!, ¡Dios mío qué vergüenza… ¡Pero tengo tanto miedo…!.
- Tranquila Señora, ¿ve? ya estamos en el aire. Mire por la ventanilla, mire ahí abajo, ¡qué pequeña se ve Sevilla!
- ¡Ay no! No le parezca mal pero prefiero ir con los ojos cerrados agarrada usted y pensando que es mi Joaquín.
- Pues muy bien señora, seré su Joaquín todo el tiempo que usted quiera.
Aunque el vuelo fue relativamente tranquilo, podía sentir cada sacudida, cada cambio de ritmo de los motores, cada ligero vaivén, cada inclinación de las alas por la fuerza con la que sus uñas se hundían en mi brazo. Afortunadamente una hora pasa rápido y a pesar de lo embarazoso de la situación, me sentía entre divertido y apenado imaginando el torbellino de vergüenza, impotencia y pánico de aquella mujer y su valentía a pesar de todo, para aventurarse en aquel viaje tan lleno de escollos para ella, como para un conquistador el descubrimiento de un nuevo continente.
No se enteró de que aterrizábamos, hasta que las ruedas del avión tocaron pista, pero entonces dio un grito:
- ¿Qué pasa? ¿De qué es ese ruido? Parece que nos vamos a estrellar.
- No, ni mucho menos. ya hemos llegado a Madrid. El avión está en tierra.
Me miró con un suspiro de alivio. Vi entonces por primera vez sus profundos ojos negros que había mantenido cerrados durante todo el trayecto. La ayudé a desembarcar y aquel día lamenté interrumpir tan pronto mi viaje. Me hubiera gustado acompañarla hasta Alemania
- Muchísimas gracias por su ayuda. Ha sido usted muy bueno y paciente..
- De nada, Señora, todos hemos sentido algo de miedo la primera vez. Espero que encuentre bien a su marido y que pasen unos días felices en Dusseldorf.
La dejé en manos de una azafata de tierra y me encaminé hacia la recogida de equipajes. Una línea de ocho marcas profundas festoneaba mi brazo. Mi preocupación ahora era inventar rápidamente una historia creíble para explicar ese extraño tatuaje.
24 de diciembre de 2011
Feliz Navidad
Queridos amigos seguidores de este blog
Lo propio en esta fecha sería incrustar una imagen con abetos nevados, renos y campanillas o bien una imagen sacra recordando el Misterio: haría así lo que se espera de mí.
El corazón sin embargo me pide otra cosa: una madre, con un niño en brazos, que no pudiendo pagar la hipoteca ve como sus cosas, escasas posesiones, se van amontonando en la acera. O quizá una pequeña hoguera encendida en una habitación ametrallada de esa casa reventada de Trípoli, en la que tres soldados calientan un té. O mejor quizá esa cooperante de Médicos sin Fronteras que en Somalia ayuda a una desnutrida y exangüe parturienta. Pero no, eso tampoco va con mi estilo y aunque las imágenes me laceren intento sobreponerme y creer en nuevos horizontes.
Por fin vence la sobriedad, la sencilla belleza de unas flores que se ofrecían por igual a todos los que pasaban por aquel camino del valle de Ricote. Una flores que no distinguen entre ricos y pobres, entre afligidos y exultantes, entre vencedores y vencidos. Flores que son un símbolo de sencillez, de confianza, sabiendo que tienen que cubrir un ciclo de vida siendo lo que son: hermosas y ofrecidas.
Con ellas, para todos, con sencillez, Feliz Navidad
3 de diciembre de 2011
Uno más entre nosotros
-¡Taxi, taxi!
Jadeando, la maleta en una mano y gabardina en el brazo, salí a la caza desesperada de un taxi. Mi vuelo a Bruselas salía en una hora y me encontraba aún en plena Castellana.
Afortunadamente mi plegaria secreta fue escuchada. Un taxi reluciente frenó a mi lado. El conductor bajó la ventanilla y me preguntó:
- ¿A dónde vamos caballero?
- Al aeropuerto, T4 y luego a Bruselas si logra el milagro de que llegue a tiempo.
- No hago milagros, pero suba y no se apure, el tráfico despejará pasada Plaza Castilla.
Sin apearse, el taxista abrió desde dentro el maletero. Dejé la maleta y subí rápidamente al coche. Con serenidad, el taxi arrancó y aunque nada se podía hacer para apresurar la marcha, por primera vez, me sentí esperanzado. En efecto, pasado el túnel de plaza Castilla el tráfico se volvió más fluido. Entonces el conductor me preguntó:
- ¿Va por muchos días?
- No, sólo hasta el viernes.
- ¡Ah! Menos mal porque en vísperas de Reyes, si tiene hijos, tiene que ser duro salir de viaje, para ellos, pero quizá aún más para usted.
Afortunadamente volvería a tiempo para llevar a Claudia a la Cabalgata de Reyes. El taxi circulaba ahora veloz por la M 40 y casi sin darme cuenta, estábamos frente a la T 4. Eran las 10:45. Faltaban 35 minutos para la hora de salida. El taxista, abrió de nuevo el maletero sin apearse, se volvió sonriente y me deseó mucha suerte. Quise estrecharle la mano al tiempo que pagaba la carrera. Sólo entonces, descubrí que le faltaba el brazo izquierdo, y que el derecho terminaba en una prótesis que hacía las veces de mano. No pude refrenarme, estreché aquella mano metálica y la sentí muy cálida, una más de las que estrecharía ese día.
Jadeando, la maleta en una mano y gabardina en el brazo, salí a la caza desesperada de un taxi. Mi vuelo a Bruselas salía en una hora y me encontraba aún en plena Castellana.
Afortunadamente mi plegaria secreta fue escuchada. Un taxi reluciente frenó a mi lado. El conductor bajó la ventanilla y me preguntó:
- ¿A dónde vamos caballero?
- Al aeropuerto, T4 y luego a Bruselas si logra el milagro de que llegue a tiempo.
- No hago milagros, pero suba y no se apure, el tráfico despejará pasada Plaza Castilla.
Sin apearse, el taxista abrió desde dentro el maletero. Dejé la maleta y subí rápidamente al coche. Con serenidad, el taxi arrancó y aunque nada se podía hacer para apresurar la marcha, por primera vez, me sentí esperanzado. En efecto, pasado el túnel de plaza Castilla el tráfico se volvió más fluido. Entonces el conductor me preguntó:
- ¿Va por muchos días?
- No, sólo hasta el viernes.
- ¡Ah! Menos mal porque en vísperas de Reyes, si tiene hijos, tiene que ser duro salir de viaje, para ellos, pero quizá aún más para usted.
Afortunadamente volvería a tiempo para llevar a Claudia a la Cabalgata de Reyes. El taxi circulaba ahora veloz por la M 40 y casi sin darme cuenta, estábamos frente a la T 4. Eran las 10:45. Faltaban 35 minutos para la hora de salida. El taxista, abrió de nuevo el maletero sin apearse, se volvió sonriente y me deseó mucha suerte. Quise estrecharle la mano al tiempo que pagaba la carrera. Sólo entonces, descubrí que le faltaba el brazo izquierdo, y que el derecho terminaba en una prótesis que hacía las veces de mano. No pude refrenarme, estreché aquella mano metálica y la sentí muy cálida, una más de las que estrecharía ese día.
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