5 de octubre de 2011

La foto del pasaporte

Siempre me ha gustado hablar con los taxistas que llevan mi soledad y mis maletas entre hoteles inhóspitos y aeropuertos congestionados.

Ese día, un viejo lobo de la carretera, sicólogo de la vida y artífice de mil aventuras me devolvía desde el aeropuerto de Maiquetía a un hotel de La Guaira en un Buick de los años sesenta. Poco quedaba de su arrogante planta, todo él era un lastimero quejido, pero valientemente, dejando una apestosa humareda tras de sí y sorteando el tráfico, los baches y los viandantes me fue acercando al hotel.

Bastó una palabra para prender la chispa de la conversación : El vuelo que me habían cancelado llevaba rumbo a Bogotá y mi taxista era colombiano de nacimiento, aunque residía en Venezuela desde hacía más de treinta años. Sin darme cuenta, fue llevando la conversación hacia la profunda nostalgia que sentía por su país, su Cartagena natal, sus fiestas, sus mujeres y su alegría. Sin embargo, nunca, nunca pero, ni tan siquiera de visita, había regresado....

Caí en la trampa que me había tendido al preguntarle por qué razón no había vuelto a Colombia si tanto la añoraba. Era justamente lo que estaba esperando para poder empezar su relato:

-“Yo era entonces un joven balarrasa de veinte años, a quien nada se le ponía por delante. Ayudaba a papá en su Empresa de construcción con obras importantes de carreteras que yo supervisaba por todo el país.

Estaba prometido a la hija de una de las familias de mayor solera y renombre de Colombia. La fecha de la boda y había sido fijada para el día 25 de Diciembre y los papás de Soledad, ya habían dotado a la Iglesia del Carmen de Pasto con un reclinatorio recamado en oro en el que nos arrodillaríamos para recibir la bendición de nuestro matrimonio.

Pocos días antes, sin embargo la fatalidad se cruzó en mi camino. En una calle de la ciudad de Cali me topé con una jovencita triste y sus dos hermanas llorosas que parecían caminar sin rumbo por una calle poco transitada de la ciudad. Al preguntarles que les ocurría, me contaron que habían sido expulsadas de casa por su padre borracho. Deambulaban sin rumbo hasta que a papá se le pasara la borrachera. Movido por un sentimiento de compañerismo y solidaridad las invité a que cenaran conmigo y se quedaran en mi hotel hasta la mañana siguiente.

Solo entonces me di cuenta de que bajo las ropas de la mayor de las jovencitas se escondía toda una mujer.

¡ Ay mijito ! no sé si fue la sangre, si fue el alcohol o si fue mi destino. Empecé con la mayor y creo que si no llega a ser por las veces que se dejó hacer, hubiera hecho el amor con las tres. Fue tal mi reconocimiento y mi satisfacción que antes de irme saqué de la cartera mi foto y se la dediqué escribiendo en el reverso: : "Toma, mi amor, para que nunca me olvides".

A las pocas semanas, volví de regreso a Cali. Me sorprendió encontrarme a la entrada de la ciudad con Rosario, uno de los empleados más antiguos de mi papá.

- ¿ Qué ocurre Rosario, cómo estás aquí como de espera ...
- Patroncito, de espera estoy pa' que no le maten.
- Pues, y quién o por qué me iban a matar ?

- El por qué, yo no lo sé patrón, pero quién lo ha ordenado ya todos lo saben, pues no hay nadie en Cali que no sepa que Sergio Dávila, el famoso pistolero, ha mandado a su gente a  pa' matarlo.

Sin pensármelo dos veces, di media vuelta y regresé hacia Medellín pero una vez allí, nuevamente amigos de la familia me previnieron de que el temido Dávila me buscaba para matarme. Entre tanto averigüé que el tal Dávila, era un borracho empedernido, jefe de una banda de pistoleros a sueldo, que vivía en Cali, y tenía amargada a la ciudad y muertas de miedo a su mujer y sus tres hijitas.

Mencionar Cali y acodarme de las tres hermanitas fue una misma cosa. Ahora ya sabía por qué me buscaba ese jiputa. Purita había contado a ese malnacido de padre su noche conmigo y ahora a quien la foto le estaba sirviendo para acordarse siempre de mi era a su enfurecido padre.

Mi boda estaba prevista para unas semanas más tarde. Pero no quise tentarla suerte. Tuve a penas tiempo de despedirme de la que ya nunca más iba a ser mi esposa. Si quería conservar la vida tenía que poner tierra por medio. Crucé la frontera con Venezuela y aquí estoy desde entonces, casado con una Venezolana que poco a poco me ha ido haciendo olvidar a mi Soledad. Lo que no ha logrado aún es que me vuelvan a hacer una fotografía. Por eso no he podido hacerme el pasaporte, y por eso, después de 30 años sigo sin regresar a Colombia”.

1 comentario:

Prometeo dijo...

Buen realto amigo...un abrazo.