En etapas anteriores he escrito sobre arte, camaradería, costumbres, convivencia, albergues, paisajes y los mil otros detalles que hacen el Camino una experiencia única y explican la extraña fascinación que ese sacrificado recorrido hacia Santiago ejerce sobre miles y miles de peregrinos.
Mi testimonio no quedaría completo si no mencionara la experiencia religiosa a lo largo del camino y aunque parezca insólito y algo en desuso si uno se deja envolver por el espíritu del Camino, casi sin proponérselo surgen esas maravillosas experiencias.
En mi caso, ocurrió por primera vez en Rabanal del Camino. María, la hospitalera del albergue, nos invitó a participar en la celebración de las vísperas cantadas en el convento de benedictinos. Me quedé asombrado. No había oído hablar de semejante convento ni veía ningún edificio imponente en los alrededores. Resultó ser una modesta pero sólida casa de piedra en la que habitaban tan sólo dos monjes desgajados de su convento matriz situado en algún lugar de Alemania. Los monjes revestidos de sus amplios hábitos talares comenzaron la ceremonia con el mismo empaque y solemnidad que de si una abadía al completo se tratase. Las notas de gregoriano empezaron a brotar puras y limpias de sus gargantas y me estremecí.. Aquellas frases en latín, aquella música modulada con subidas y bajadas como el flujo y reflujo del mar me transportaron a mi primera juventud, allá en el seminario de Francia. Casi sin darme cuenta, me puse a cantar, y las palabras brotaron de mis labios con la misma música, con la misma entonación con el mismo ritmo de los monjes. Momentos después ya pude recordar las palabras, pero mientras duró la ceremonia me sentí transportado. Podía haber seguido cantando toda la noche
La segunda experiencia, totalmente diferente en su esencia me lleva a Triacastela. Era un domingo por la tarde y no tenía previsto ir a misa; de hecho, daba por supuesto que no habría misa en aquel pequeño pueblo que me acogió después de la dura etapa del Cebreiro. Al acercarme a la iglesia para fotografiar el magnífico pórtico románico y su esbelta espadaña, tropecé con un sacerdote y un tres peregrinos más que habían acudido por si hubiera misa. El sacerdote me preguntó si quería oír misa, y casi sin esperar mi respuesta me invitó a acompañarles, pues a pesar de haber celebrado ya seis misas aquel día, estaba dispuesto a celebrar una más para los peregrinos. El sacerdote, D. Augusto, nos pidió que subiéramos en torno al altar y celebró la misa más extraordinaria de todas a las que he asistido. Para comenzar, no reconocí ninguna de las oraciones tradicionales de la misa. Daba la impresión que el sacerdote iba improvisando sobre la marcha. Sin darnos cuenta estábamos inmersos en una ceremonia participativa en la que se mezclaba la oración y la reflexión, el sentimiento de pertenencia y el sentido ecuménico. Éramos cinco o seis personas, pero éramos la Iglesia. Quizá por primera vez sentí que participaba en algo real y el darnos la paz o comulgar bajo las dos especies cobró todo el valor de un banquete entre hermanos. A la salida de la iglesia no pude por menos que comentar : “¿Después de oír una misa como ésta cómo voy a soportar la rutina de las misas parroquiales?
La tercera experiencia es una historia sin palabras: pura contemplación, se trata de la iglesia de Vilar de Donas, una de las joyas del arte románico en el Camino de Santiago. Había que desviarse para llegar al lugar y no me sentí con fuerzas para ello. Sin embargo, al llegar a Palas del Rei me convencí de que no podía perder esa oportunidad. Me acerqué en taxi al lugar y quedé deslumbrado. Se trata de una iglesia del siglo XIII de una sola nave. y tres ábsides, la central de las cuales conserva frescos góticos del siglo XV. Tiene un pórtico con cinco variadas arquivoltas de medio punto y en la talla de las piedras, además de los motivos religiosos aparecen no sólo motivos geométricos y florales sino también oscuros dibujos muy cercanos a la simbología celta. Fue durante algunos siglos panteón de los Caballeros de la Orden de Santiago. Fascinado, sobrecogido por tanta armonía, por tantos siglos de historia y quizá también por tanta belleza en progresivo deterioro, sentí con toda su fuerza el poderoso impacto que la religión, el culto a la trascendencia, ha tenido a lo largo de los siglos en nuestra historia y en nuestra cultura.
Mi testimonio no quedaría completo si no mencionara la experiencia religiosa a lo largo del camino y aunque parezca insólito y algo en desuso si uno se deja envolver por el espíritu del Camino, casi sin proponérselo surgen esas maravillosas experiencias.
En mi caso, ocurrió por primera vez en Rabanal del Camino. María, la hospitalera del albergue, nos invitó a participar en la celebración de las vísperas cantadas en el convento de benedictinos. Me quedé asombrado. No había oído hablar de semejante convento ni veía ningún edificio imponente en los alrededores. Resultó ser una modesta pero sólida casa de piedra en la que habitaban tan sólo dos monjes desgajados de su convento matriz situado en algún lugar de Alemania. Los monjes revestidos de sus amplios hábitos talares comenzaron la ceremonia con el mismo empaque y solemnidad que de si una abadía al completo se tratase. Las notas de gregoriano empezaron a brotar puras y limpias de sus gargantas y me estremecí.. Aquellas frases en latín, aquella música modulada con subidas y bajadas como el flujo y reflujo del mar me transportaron a mi primera juventud, allá en el seminario de Francia. Casi sin darme cuenta, me puse a cantar, y las palabras brotaron de mis labios con la misma música, con la misma entonación con el mismo ritmo de los monjes. Momentos después ya pude recordar las palabras, pero mientras duró la ceremonia me sentí transportado. Podía haber seguido cantando toda la noche
La segunda experiencia, totalmente diferente en su esencia me lleva a Triacastela. Era un domingo por la tarde y no tenía previsto ir a misa; de hecho, daba por supuesto que no habría misa en aquel pequeño pueblo que me acogió después de la dura etapa del Cebreiro. Al acercarme a la iglesia para fotografiar el magnífico pórtico románico y su esbelta espadaña, tropecé con un sacerdote y un tres peregrinos más que habían acudido por si hubiera misa. El sacerdote me preguntó si quería oír misa, y casi sin esperar mi respuesta me invitó a acompañarles, pues a pesar de haber celebrado ya seis misas aquel día, estaba dispuesto a celebrar una más para los peregrinos. El sacerdote, D. Augusto, nos pidió que subiéramos en torno al altar y celebró la misa más extraordinaria de todas a las que he asistido. Para comenzar, no reconocí ninguna de las oraciones tradicionales de la misa. Daba la impresión que el sacerdote iba improvisando sobre la marcha. Sin darnos cuenta estábamos inmersos en una ceremonia participativa en la que se mezclaba la oración y la reflexión, el sentimiento de pertenencia y el sentido ecuménico. Éramos cinco o seis personas, pero éramos la Iglesia. Quizá por primera vez sentí que participaba en algo real y el darnos la paz o comulgar bajo las dos especies cobró todo el valor de un banquete entre hermanos. A la salida de la iglesia no pude por menos que comentar : “¿Después de oír una misa como ésta cómo voy a soportar la rutina de las misas parroquiales?
La tercera experiencia es una historia sin palabras: pura contemplación, se trata de la iglesia de Vilar de Donas, una de las joyas del arte románico en el Camino de Santiago. Había que desviarse para llegar al lugar y no me sentí con fuerzas para ello. Sin embargo, al llegar a Palas del Rei me convencí de que no podía perder esa oportunidad. Me acerqué en taxi al lugar y quedé deslumbrado. Se trata de una iglesia del siglo XIII de una sola nave. y tres ábsides, la central de las cuales conserva frescos góticos del siglo XV. Tiene un pórtico con cinco variadas arquivoltas de medio punto y en la talla de las piedras, además de los motivos religiosos aparecen no sólo motivos geométricos y florales sino también oscuros dibujos muy cercanos a la simbología celta. Fue durante algunos siglos panteón de los Caballeros de la Orden de Santiago. Fascinado, sobrecogido por tanta armonía, por tantos siglos de historia y quizá también por tanta belleza en progresivo deterioro, sentí con toda su fuerza el poderoso impacto que la religión, el culto a la trascendencia, ha tenido a lo largo de los siglos en nuestra historia y en nuestra cultura.