14 de julio de 2012

La meta es mi camino: Camino de Santiago en Aragón

La meta es el Camino. Siempre tengo la misma sensación cuando estoy a punto de completar un trayecto del Camino de Santiago. Como queriendo alargar un poquito más la experiencia, he añadido una etapa y he hecho noche en Tiebes. Las canteras cercanas han traído prosperidad a este pueblo y el flamante albergue municipal, limpio y funcional es un buen lugar para rememorar estos días de lluvia, de sol, de sed, de cansancio y de largos silencios.


Aquí no hay afluencia de peregrinos. He caminado en una casi absoluta soledad. El revoloteo de los insectos, en ocasiones, el murmullo del río Aragón, y la alargada sombra que avanza a mi paso, me hacen compañía y enmarcan mis pensamientos, que se enredan y entretejen al ritmo de la zarabanda nupcial de las mariposas.

¡Qué diferencia de paisajes! He dejado atrás las vertiginosas pendientes de Somport y las afiladas cumbres pirenaicas y he llegado a Jaca empapado de lluvia y del aroma del saúco, la madreselva y los aún esplendorosos rosales silvestres. Su obvio contrapunto tenía que ser la catedral de Jaca, auténtica enciclopedia del románico y origen del jaqueado que festona los templos del Camino. Visité también el Museo Diocesano y pude admirar los frescos románicos recuperados de iglesias, y ermitas de Aragón. Junto con el Panteón de Reyes de León son ahora el mayor tesoro de pintura románica en España.

Las etapas son largas y el tiempo ha cambiado. El sol aprieta y las fuentes escasean. Las cabañeras por las que transcurre el camino, orillan el monte, o bordean el río Aragón e intentan escapar del cercana N-240. Las fuerzas empiezan a flaquear y aún falta la subida a Arrès, pero al final de la etapa, ¡que recompensa! Esa noche somos cinco peregrinos y los hospitaleros Pilar y Ricardo nos ofrecen, a la fresca del atardecer, una buena cena comunitaria y una alentadora compañía.

Sigue el camino solitario y desnudo. Los pueblos que cruzo están demasiado desviados y sobre todo demasiado altos. Tengo sed pero encuentro a tiempo un tractorista que rellena mi cantimplora. El perfil de las montañas y la sombra que se alarga a mis pies me indican que voy en la buena dirección, aunque por momentos el terreno parece de tipo lunar. Luego descubriré que a este tipo de formación geológica que parece hormigón se le llama “badlands”. Y por fin aparece algo de verde. Voy ascendiendo y entre el follaje del robledal, empiezo a distinguir el ensanchamiento del pantano de Yesa. El Albergue, es el único edificio habitado en Ruesta, que sus habitantes tuvieron que abandonar al haber inundado el pantano sus tierras y su fuente de subsistencia.

Sangüesa será para mí un hito en este Camino. Es un pueblo grande, con varias iglesias, pero me quedo absorto ante la portada de la iglesia de Santa María. Está decorada con elementos que nada tienen que ver con los símbolos cristianos habituales. Me gustaría poder entenderlos. Hay que salir del albergue muy temprano para aprovechar el frescor de la mañana. Avanzo por campo abierto, por caminos rurales que serpentean entre trigales en sazón. Dentro de unos días, las maquinas habrán arrasado este ondulante mar amarillo. Llego por fin a Monreal. Ha sido una marcha de casi treinta kilómetros y mis piernas se quejan. Nada digno de mención en este pueblo. Aprovecho para dormir y por la tarde ver el partido de la Selección Española que juega contra Francia.

Hoy la ruta ha sido más corta pero no menos dura. Las continuas subidas y bajadas por caminos de cabras son verdaderamente rompepiernas. A lo lejos diviso Pamplona y el Alto del Perdón. Me voy acercando a la meta, pero quiero saborear mi camino y hago alto en este tranquilo pueblo de Tiebes donde me reencuentro con peregrinos que había conocido en Sangüesa. Juntos hacemos una cena comunitaria e intercambiamos anécdotas y reflexiones. Christian es un joven danés en busca de aventuras. Knut es alemán y es veterano en el camino, igual que Carmen que viene de Castellón.
Mañana será una etapa corta pero me espera un pequeño tesoro que quiero saborear: el misterioso monasterio de Eunate, de planta octogonal, rodeado de todo su perímetro por arcadas como si de un claustro se tratara. Sus viejas piedras ocres se confundirán ahora con el color de la mies pero confío que el silencio de sus muros me ayude a aclarar algunos de mis interrogantes.

Decía al principio que el camino es mi meta.. No me preocupa hacia donde voy pero sí cómo lo hago, qué encuentro, con quién me cruzo, qué aprendo. Ahora que ya noto la edad sobre mis espaldas, el camino es la escuela donde aprendo a reencontrarme y a valorar las pequeñas cosas, los escondidos placeres de la convivencia, la contemplación y el esfuerzo.