23 de septiembre de 2010

Mis tardes con Margueritte

Mis tardes con Margueritte
La Tête en friche
Francia 2009
Dirigida por Jean Becker
Duración 82 minutos


No cabe duda de que nuestra reacción cuando vemos una película está directamente influenciada por las circunstancias que nos rodean, las vivencias personales , y las simpatías o antipatías que albergamos hacia sus protagonistas.

He escrito recientemente en el blog sobre la lectura y casi por accidente he tenido la oportunidad de ver una película: “Tardes con Margueritte”, la cual me ha parecido una viva ilustración de lo que yo quizá sólo había logrado presentir. El buen recuerdo que guardo de Jean Becker, el director de la película en “La fortuna de vivir” y el incomparable Gérard Depardieu que encarna el papel protagonista han conseguido cautivarme, emocionarme y salir de la sala un poco más feliz.

Se podrá alegar que se trata de una película de corte tradicional, previsible, con una importante carga de emotividad, escrita quizá con una abierta intención sensiblera, pero el tema trasciende con creces el plano puramente sentimental. Géard Depardieu y sobre todo Gisèle Casadesus nos llevan inevitablemente a una reflexión práctica y directa sobre la lectura, la educación, y la convivencia.


Germain es un bonachón inculto que sobrevive gracias a algunas chapuzas y a las cosechas de su pequeño huerto. Hijo no deseado, escarnio de profesores y burla de sus compañeros comprendió pronto que los libros no estaban hechos para él y se fue dejado vivir bajo la mirada compasiva y condescendiente de sus vecinos. Un día se encuentra con Margueritte, una adorable y culta viejecita que lee libros en un banco del parque. Entablan conversación y con entrañable delicadeza la anciana provoca en Germain curiosidad por lo que lee, luego interés por escuchar fragmentos de lectura, y poco a poco una auténtica conciencia de sus lagunas de aprendizaje y el deseo por aprender a leer y descubrir nuevas palabras.

Se crea así un sorprendente contrapunto entre esta relación casi filial, y la relación que desde niño ha tenido que soportar de su madre. Sorprende igualmente el cariño y devoción con la que trata a su novia Annette, mucho más joven que él, y el cambio que el lenguaje, gracias a las nuevas palabras que va aprendiendo ejerce en su conducta y en su relación con sus amigos del bar. Su gusto por la lectura, su avidez por aprender nuevas palabras, por comprender y explicar lo que lee se verá incrementado por una poderoso necesidad: su amiga Margueritte se está quedando ciega y Germain se propone convertirse en su lazarillo lector.

Historia sencilla, muy emotiva pero nada desdeñable. Gérard Depardieu quizá sobreactúa en algunos momentos pero sabe estar en su papel, y desde luego Gisèle no necesita actuar para darnos una magnífica lección de cultura, sensibilidad y plácida conformidad con lo que le toca vivir. La película no aspira seguramente a convertirse en obra maestra pero será recordada por ser una película tierna que nos deja buen sabor de boca.

20 de septiembre de 2010

¿ Leer ?


La fuerza expresiva de la imagen, sus múltiples y variadas expresiones, su facilidad de asimilación, parecen estar reduciendo el hábito de la lectura a una reliquia del pasado .Aunque sea luchar contracorriente es preciso volver a reivindicar el hábito de la lectura como forma indispensable de nuestra cultura.

Siempre recordaré el acierto con el que mis maestros fueron dosificando el contenido de mis primeras lecturas. Los libros ilustrados, con profusión de imágenes y colores fueron cediendo el paso a libros más austeros, con pocas y acertadas imágenes, con letra grande y clara, y con frases cortas que alcanzaba a abarcar de un solo vistazo. Es así como, sin desdeñar los tebeos, me acostumbré a leer libros a perderme en sus historias y a suplir con la imaginación la falta de dibujos e imágenes que representaran a mis personajes favoritos.

Hoy, nuestros hijos lo tienen más difícil y creo que de nada sirve despotricar contra los hechos. El cine, la televisión, nos han sumergido en una cultura de la imagen, donde se sacraliza una y otra vez el dicho “una imagen vale más que mil palabras”. Ciertamente, una fotografía a veces dice más que el pormenorizado relato de una catástrofe; y una serie de imágenes o un documental son capaces de trasladarnos a lo más profundo de la selva brasileña. Sin embargo, no podemos volvernos esclavos de la imagen. Las ideas, la reflexión, tienen escaso cromatismo y desde luego, los sentimientos no pueden reducirse a colores.

Los acontecimientos, las noticias, la vida de personas ilustres o simplemente “famosas” nos llegan en forma de imágenes tanto en los noticiarios, como en las revistas, e incluso en los periódicos donde a los sumo nos paramos a leer los titulares. En el trabajo escribimos notas o “memorándums”. Hemos renunciado a los informes. Tenemos claro que nadie lee más allá de una página sobre cualquier tema. Nos cuesta pararnos a leer los editoriales, las páginas de opinión de los periódicos, los estudios y ensayos sobre cualquier tema aunque nos toquen muy de cerca. Ello nos lleva a un paulatino empobrecimiento personal, a una entrega a la manipulación mediática, a una pérdida de criterio y a la dejación de nuestro libre arbitrio en manos de quienes con fines políticos, sectarios o económicos mueven los “mass media”.

Una de las consecuencias de una cultura puramente visual es la merma de nuestro vocabulario. A fuerza de aprehender el mundo que nos rodea a través de imágenes, vamos olvidando una parte importante de la amplia gama de palabras que sirven para matizar, o aclarar nuestras ideas. Es lamentable observar cuántos clichés, lugares comunes, frases hechas tics verbales se ensartan en nuestro habla diario, y lo que es más grave nos habituamos expresar nuestros sentimientos y emociones con palabras manidas que por el uso indiscriminado que se ha hecho de ellas han perdido todo su sentido. La lectura enriquece nuestro vocabulario y pone a nuestra disposición un arsenal de vocablos que aunque sinónimos tienen connotaciones diferentes y de su justa utilización nace la precisión en la expresión de nuestras ideas.

Por extraño que pueda parecer, la lectura mucho más que las imágenes, amplía nuestro mundo de fantasía e imaginación. En efecto, cuando vemos una película o seguimos una historia en la televisión, contemplamos los hechos como “fuera de la pecera” . Somos meros espectadores a quienes todo se les da hecho. La velocidad de las imágenes, la imposibilidad de parar la acción, nos convierte en receptores pasivos. En la lectura sin embargo, ocurre lo contrario: nuestra mente nos impulsa a sumergirnos en la acción, a convertirnos en personajes de la historia que leemos. Los autores dejan fuera grandes girones de información, datos, imágenes, escenas que debemos suplir con nuestra imaginación. Al leer una novela vivimos vidas diferentes, aventuras que nunca hubiéramos soñado disfrutar en la realidad. Como Alicia, cuando leemos un libro, más aún si es un libro de ficción, atravesamos el espejo y adoptamos o compartimos nuevas vivencias. No podemos sin embargo olvidar que la realidad es sólo una, concreta e individual. No podemos vivir permanentemente al otro lado del espejo. Nos evadimos, imaginamos, soñamos, pero sólo se vive una realidad concreta, intensa y cotidiana.

Esa realidad concreta a la que nos enfrentamos día a día adquiere profundidades insospechadas con las aportaciones que vamos recolectando de nuestras lecturas. Por eso, porque es nuestra obligación tener la cabeza bien amueblada, porque queremos ensanchar nuestros horizontes, porque podemos vivir mentalmente otras vidas posibles pero imaginadas, porque nuestra vida real se enriquece y multiplica con el fruto y las ideas que recogemos en los libros, debemos esforzarnos y luchar para fomentar el hábito de la lectura, para que en torno a nosotros, no se haga realidad el “Fahrenheit 451” para que la imagen no acapare todo nuestro tiempo de ocio, para que el placer de la lectura perviva en nosotros y en los nuestros.

16 de septiembre de 2010

Todavía

Ha llegado el verano, y como siempre
que da comienzo y que la plenitud
de cuanto me rodea va cumpliéndose,
surge en mi corazón la expectativa
de una vida mejor, de un cambio súbito
que arrase mis monótonas costumbres
y me lleve a fundirme en este todo
que hoy unánime canta, vibra y arde
en una luminosa hoguera.
Sé muy bien
que mis anhelos, lamentablemente,
no se realizarán: a estas alturas
del vivir no es probable que el verano
quiera contar conmigo y me conceda
el saber desprenderme del que soy,
olvidar mis asuntos y sumarme
- rotos los lazos, libre de mí mismo –
a la gran muchedumbre jubilosa
que forma su cortejo.
Sí, lo sé:
no ocurrirá el milagro: pesa ya
mucho en mi espalda el tiempo que he vivido.
Pero aún sabiendo lo que sé, no logro
desechar la esperanza de que ocurra
lo que no ha de ocurrir.
Miro este día,
su luz hermosa y tan interminable,
el cielo que entrecruzan los vencejos
con frenesí dichoso, las muchachas
que llevan en sus ojos la certeza
de ser dueñas del mundo.
Y nada puede
impedir que fulguren en el aire
de mi presente viejas ilusiones,
ni evitar que despierto sueñe el sueño
de que todo es posible todavía.

8 de septiembre de 2010

¿Y si continuara...?


El pasado mes de Octubre comenzaba una singladura que nunca pensé acabar. De Logroño a Burgos por el Camino de Santiago; luego, en Noviembre seguí hasta León y en Marzo de este año, con lluvia y nieve llegué a Santiago. Me faltaba el inicio, la bajada desde Roncesvalles a Logroño que finalmente he completado hace un par de días. ¡Lo he conseguido!

No ha sido fácil pero ha sido hermoso. El Bosque de las Brujas a la salida de roncesvalles, Zubiri, los puentes románicos sobre el río Arga que tantos kilómetros ha hecho con nosotros, la llegada a Pamplona, la subida al alto del Perdón, Puente la Reina y sus tesoros románicos, Estella cargada de historia navarra, Los Arcos y su torre de Santa María que parece una linterna en la noche, la iglesia del Santo Sepulcro en Torres del Río, Viana y desde allí los interminables nueve kilómetros de pista asfaltada hasta Logroño... pero ¡Lo he conseguido!

Llega el momento de la reflexión, el momento de preguntarme ¿para qué ha servido? A modo de recordatorio personal voy a enumerar algunos logros siempre parciales.

1º He conseguido mejorar mi apreciación del tiempo y de las distancias. Caminar me ha ayudado a medir el espacio en términos de mi propio paso, de mi ritmo, del esfuerzo y de los descansos necesarios para llegar a la meta.

2º He mejorado la manera en que me relaciono con los demás. Hablo más libremente con desconocidos, me intereso más por sus cosas, su vida, y escucho más atentamente las fatigas y vanidades de los que comparten el Camino.

3º Sonrío más. A veces hasta me río a carcajadas. Soy algo más paciente con mis fallos y más tolerante con los de los demás.

4º Pienso que la vida se vive intensamente en la medida en que uno se concentra en hacer lo mejor que sabe y puede aquello que le toca hacer en cada momento.

¿Es suficiente? Desde luego que no. Tengo que seguir caminando, de manera real si me queda salud y tiempo para hacerlo, o de una manera más simbólica cuando lo anterior no me sea posible.

El Camino, como la vida, nos acoge a todos tal como somos, y a veces nos transforma. A los inquietos que se levantan a las cuatro de la mañana y salen del albergue en plena noche por miedo a no encontrar cama en el albergue siguiente y a los indolentes que nunca tienen prisa. A los místicos que pasan ensimismados y a los documentados que parecen ir comprobando paso a paso lo que les marca la Guía. A los artistas que sólo contemplan la belleza del Camino a través del visor de su cámara y a los pintores que siempre encuentran ese rincón mágico desde el que tomar apuntes o bosquejar un paisaje. A los vividores que se las ingenian para encontrar el mejor restaurante y más barato, a los experimentados que tras su cuarto o quinto recorrido van repartiendo consejos y recetas que nadie les pide y a los graciosos que generosamente reparten sus chistes y sus risas y hacen más ligero el camino.

El caso es que con unos y con otros vas conviviendo y al cabo de unos días se ha creado un pequeño grupo algo más compacto con el que te integras, compartes los descansos, los bocadillos y alguna confidencia que llevabas guardada mucho tiempo, y llegas a la meta que te habías fijado, es decir Logroño, y se te hace un nudo en la garganta cuando a la mañana siguiente les ves seguir camino hasta Santiago.

¡Buen camino peregrinos! Nos volveremos a encontrar.